Loewen se encontraba más aburrida que nunca en su vida. Los Elementaristas del fuego no hacían otra cosa más que entrenar día y noche, estudiaban o platicaban de ello.
¡Era terriblemente aburrido para ella que solo era una HUMANA!
Tenía que soportar todas aquellas alborotadas hormonas de fuego que tenían intensiones de quemar todo lo que se pasara por su caminó, incluyendo la cabellera rojiza de Loewen. Se suponía que estaban a días de presenciar el más grande encuentro Elementarista, lo cual era prioridad sobre cualquier cosa.
Ese día, como cualquier otro, Loewen había intentado tomar clase con sus muy distraídos maestros Elementaristas, quienes estaban mucho más enfocados en alguna cavilación interna, que, en sus clases, esto ocasionado a que todos participaban en alguna categoría. La única excepción, era, por supuesto, Eiden. El hombre parecía sereno, de hecho, se enfocaba demasiado en torturarla.
—¡Loewen! ¡Contrataca! —gritó Eiden nuevamente.
—¿Cómo quieres que haga eso? —esquivó Loewen una llamarada— ¿Con qué?
—Tienes material, úsalo.
En ese momento, estaba en el campo de entrenamiento, en su clase de combate, lastimosamente dada por Eiden. Ella era buena en combates frontales, pero sinceramente nunca le habían enseñado a defenderse de un lanzallamas, a menos que defensa se llame saltar como loca para no quedar carbonizada.
El Asgaest estaba convertido en un especializado y tecnológico campo de entrenamiento completamente blanco, donde los poderes eran centralizados y claro, no había posibilidades de escapar, era luchar o morir… bueno, algo por el estilo.
Las paredes estaban repletas de diferentes tipos de armas, muchas que ella ni siquiera identificaba y por tal razón no las usaba. Además, para alcanzar cualquier objeto, tenías que hacer un gasto enorme de energía física. Sabía que la estabilidad de la cámara blanca duraría poco, en cuanto menos pensara, se movería o elevarían pedazos del suelo, o simplemente desaparecería, dejándoles un único caminó en el cual pudieran caminar, cambiarían de lado, les lanzarían proyectiles, los mojarían, lanzarían volando, prácticamente todo lo que pudiera dificultarles la pelea.
Era como si un niño jugara a los dados, todo era un juego de azar para matar.
Como justo en ese momento, cuando Loewen prácticamente fue arrastrada por el suelo para caer sobre una de las paredes con armas, afortunadamente, ahí había un arco y un escudo que al fin quedaba a su alcance. No le servían de nada contra el Elementarista del fuego con el que peleaba, pero al menos no la carbonizarían.
Loewen corrió pisando las armas que, en vez de estar en la pared, ahora eran parte del suelo. El Elementarista no dudó en perseguirla y atacarla. Todo mientras Eiden observaba desde una especie de apartado parcial que no giraba ni se movía, justo en medio de la habitación, parado sobre una plataforma azul resplandeciente que, en apariencia, flotaba.
La única oportunidad que tenía era el cansancio que el Elementarista —el cual por cierto se llamaba Jack— desarrollara por el uso constante de su poder. Lo había aprendido con el tiempo. Tenían un límite, incluso Eiden debía tenerlo, entre más débil fuera el amo fuego, su poder se vendría abajo con más prontitud.
Loewen comenzó a disparar a diestra y siniestra, provocando que Jack malgastara poder en quemar las múltiples flechas que se dirigían a él. El chico no era tan poderoso, no podía lanzar una llamarada lo suficientemente poderosa para evitar las tres o cuatro flechas que ella le lanzaba, quizá quemaba una o dos, pero las otras dos tenía que evitarlas con normalidad.
—Tiempo, necesito tiempo —dijo en voz alta Loewen— ¡Cuando piensas rodar estúpida caja! —se quejó la joven.
La cámara blanca obedeció, girando 180°, Loewen prácticamente cayó de bruces, cayendo exactamente en la pared contraria que hacía de techó en ese momento, incluso se incrustó una pequeña daga en la mano, no era un daño profundo, pero si doloroso.
—¡Bueno! ¡Gracias caja loca! —gritó la chica, tomando prisas y corriendo hacia un disparador propulsado de agua, o como Loewen le decía: “la pistola de agua más fuerte del mundo”.
La joven atacó con aquella arma poderosa al Elementarista cada vez más cansado, pero con los ánimos inagotables. Entonces, la caja comenzó a despedazar el suelo, agrietándolo y abriéndose sin control. Las armas comenzaron a caer al vacío negro que no parecía tener fondo. Loewen tontamente había volteado hacia abajo, viendo como las armas resplandecientes caían, pero no tocaban superficie, sino que simplemente caían hasta hacerse tan pequeños, que simplemente no los notabas.
Loewen volvió la cabeza hacia Jack cuando esté volvió a dispararle un proyectil de fuego. La chica sonrió.
«Cada vez es más débil» se dio cuenta.
—¿Te estás cansando Jack? —sugestionó la joven—, te ves bastante mal.
Loewen esquivó la llamarada y la grieta que se abría bajo ella.
—Creo que es sudor eso que cae por tu frente —le dijo—, ¿Sientes alguna clase de dolor?
—¡Cállate!
—Puedes rendirte, al fin de cuentas, no es justo, yo no desgasto energía en un poder adicional.