The Dimensions

Capítulo 30

Después de encontrarse con lo que parecía ser una persona que la conocía, Loewen cayó en cuenta de que no tenía forma de salir de ahí. Estaba en el último piso del enorme lugar, pero no por eso estaba más cerca del techo, donde Zrak la esperaba. Para ese momento, no sabía decir si había sido buena o mala ideaba bajar a ese lugar.

Ahora sabía quién era, pero no tenía ni idea de qué hacer con esa información. Para ser precisos, estaba durmiendo con los enemigos. Sus enemigos. Seguía teniendo tantas dudas, quería aprender tantas cosas, pero simplemente no tenía idea de cómo comenzar, de que hacer o en quien confiar. Era un desastre.

Una Única, eso era. ¿Qué significaba aquello?, según el hombre de barba, era un ser poderoso que anteriormente unificaba a las dimensiones, ¿Cómo unificar cuando ellos la sellaron junto con la comunicación de su pueblo?, ¿era buena idea intentar ayudar aun cuando se ha pedido que no lo hagas?

Además, sí no recordaba mal, el hombre había dicho que las dimensiones buscaban capturarla. A ella y a su diario. Ese diario… se supondría que recordaría donde lo escondía, puesto que aparentemente ella mismo tuvo que hacerlo. Era una lástima que le hubiesen hecho ese hechizo mental.

—¡Zark! —gritó Loewen— ¡Zark!

Tardó un momento, pero el muchacho levantó la escotilla del techo y busco en el interior, en esta ocasión sí podía ver lo que ocurría abajo, la luz seguía encendida y la parte clasificada en la que Loewen estaba, seguía estando iluminada.

—¡Hola preciosa!

—Nada de preciosa, sácame de aquí.

—¿Ya descubriste algo?

Loewen dudó.

—No.

—Vaya, que perdida del tiempo —se inclinó de hombros el muchacho—, ahora que lo pienso, nunca nos paramos a ver esta parte del plan, en la que te tango que sacar.

—Sí, pero que despistados —ironizó la joven.

—Que malhumorada eres rojita, di por lo menos que me he quedado.

—No tienes nada más que hacer.

—Cierto —apuntó el chico—, pero bien podría dejarte.

—Vamos Zark, ayúdame.

—Sí, sí, estoy pensando.

Loewen suspiró. Miró a los alrededores, tal vez hubiera una forma de salir normalmente. Por una puerta, como la gente decente y normal.

—Las puertas de los señores fuego se abren con fuego —le leyó la mente el muchacho.

Loewen levantó la cabeza para mirarlo asomado en esa escotilla. Su control del aire era fantástico, pero eso no explicara que leyera su mente.

—¿Cómo sabes lo que pensaba?

—Eres predecible.

Loewen se inclinó de hombros y asintió.

—Iré a ver si puedo salir por la puerta.

—¿Qué? Toc, Toc, ¿Hay algo en tu cabeza? —se burló el muchacho— acabo de decir que las puertas fuego se abren con fuego.

—Tal vez no.

—¡Ey! ¡Venga no lo hagas! ¡Ey!

Loewen ignoró al pobre Zark, quien sin poder hacer nada, se quedó atrapado en el techo de la torre mientras veía como cierta pelirroja enloquecida bajaba en el ascensor de muerte y corría en todas las direcciones.

Tenía que haber una salida. Era lo lógico, los del fuego solo podían salir por las puertas, ellos no eran como Zark que se podía sobrevolar las cosas… una puerta, una puerta…

—¡Ahí, una puerta! —dijo con emoción que solo ella escuchó, a esa distancia ni siquiera Zark podría escucharla.

Corrió hacia ella y admirando su compleja complexión. Su amigo del aire tenía razón, era una puerta fuego, como la entrada a la casa de los Winsterneed, solo un amo fuego podría abrirla. Tenía exactamente el mismo mecanismo que todas las puertas de la misma estirpe fuego. Uno tenía que colocar su mano e invocar el poder, entonces, todos aquellos diseños de llamas hechas de fierro, se moverían a través de la puerta para abrirse formando un arco, posteriormente la constitución de madera que quedaba bajo los fierros, ardería y la persona tendría que atravesar la puerta de esa forma, comprobando que era un amo fuego o, por lo contrario, achicharrándose en el intento.

Loewen cerró los ojos.

¡Cómo le gustaría tener los poderes del fuego por ese momento! Caminó de un lado a otro, totalmente desesperada. Estaba segura de que, si se quedaba lo suficiente, alguien la encontraría y la asesinaría por meter las narices donde no le llamaba.

Se concentró, recordaba que el espíritu del hombre le había dicho que lo podía llamar cuando quisiera, bueno, en ese momento le sería de mucha ayuda que estuviera con ella. El problema era, ¿Cómo debía llamarlo? Era acaso algo así como: “Oh gran voz en mi cabeza, ¡VEN A MI!”. No… era poco probable que fuera así.

En serio eres una muchacha que se mete en líos constantes —respondió la voz de su cabeza.

—Oh, qué bueno que has venido —sonrió la joven, hablándole a la nada, puesto que la voz venía sin cuerpo, nuevamente— ¡Ayúdame a salir de aquí!

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