The Dimensions

Capítulo 31

Despertó de golpe, sentándose en la cama de forma brusca e incluso con un gritó que alteró un poco a la persona que se encontraba con ella.

—Demonios Loewen, ¿Por qué gritas? —Eiden regresó la mirada hacia la cama un segundo y después se fijó de nuevo en sus libros.

—¿Qué? Tu… ¿Qué haces aquí? —preguntó desorientada.

—Duermo aquí —le dijo con tranquilidad.

—Pero si apenas son…

Loewen se percató justo en ese momento de que había oscurecido nuevamente, había dormido todo el día. ¿Cómo era posible? En la dimensión once apenas y fueron minutos, aquí había llevado todo un día.

—Son las nueve —dijo el muchacho al verla tan desubicada—. Dormiste como lirón, nada nuevo.

—Yo… —se sentó en el borde de la cama, dejando que sus pies tocaran el suelo frío, intentando reaccionar—. No sé…

Eiden levantó la mirada con una extrañeza tal que hizo que Loewen se sintiera un fenómeno. La chica lo ignoró lo mejor que pudo e intentó ponerse de pie —mala idea—, en seguida sintió una debilidad asombrosa y estuvo por caer al suelo si no fuera por los brazos de Eiden, quienes estaban listos al momento en el que falló su cuerpo.

—¿Qué pasa? —preguntó el muchacho volviéndola a sentar sobre la cama. La miró de arriba abajo y tomó su cara con ambas manos, inspeccionando sus ojos— ¿Ingeriste algo que te diera Zrak?

—¿Qué? ¡No!

—Vale —se alejó— ¿Te mareaste?

—Me siento aprisionada —dijo frustrada—, necesito salir, me dará un ataque de ansiedad.

Eiden asintió.

—Pues sal, diré a los centinelas de esto.

—Acompáñame.

—¿Qué? ¿Desde cuándo me quieres contigo?

—Desde que vi que tiene potencial como bastón —sonrió la joven—, anda, será divertido, tal vez es porque no comido nada.

—Estoy algo ocupado.

—A veces eres como un viejo cascarrabias. De vez en cuando deberías recordar que eres un chico, que puede divertirse y saltarse las normas.

Eiden suspiró con fuerza y la miró. Loewen estaba a punto de considerar irse sola, cuando de pronto su… ¿Amigo?, sonrió con cinismo y se puso en pie.

—Bien. Vamos.

Loewen sonrió de vuelta y se puso en pie.

—Vale, ¿a dónde?

—Daremos una pequeña vuelta —Eiden tomó unas llaves que había dejado sobre la mesa del escritorio y las giró en su dedo.

—Tú no tienes carro.

Eiden sonrió como el gato de Alicia en el País de las Maravillas y pasó por delante de ella, tomándola del brazo en el transcurso para llevarla al exterior. Loewen no puso mucha resistencia, ni tampoco hizo muchas preguntas, lo siguió como cordero que va al matadero, al fin y al cabo, ya nada podía asustarla. Había viajado a una dimensión diferente esa tarde, nada se comparaba con eso.

Se equivocó.

Resultó ser que Eiden tenía una moto, y no cualquier motocicleta, sino una totalmente bestial, de un color negro profundo y brillante. Debía aceptar que los chicos con motos tenían ese encanto peligroso que a toda chica dejaba en los suelos. Lástima que ella sabía que Eiden no necesitaba la moto para parecer peligroso, él era peligroso.

Vio como él montaba la moto con seguridad, colocándola correctamente sobre las dos llantas y tendiéndole un casco mientras él se ponía otro.

—Toma, protección.

—No creo que me sirva de nada a tu lado —negó la chica, colocando el casco sobre su mata rojiza y subiendo a la moto.

Lo gracioso era, que Loewen estaba a veinte centímetros del cuerpo de Eiden, algo en ella se negaba a tocarlo, tal vez era su tendencia a estar en escuelas de mujeres, los hombres eran visto como diabólicos. A pesar de que a ella le encantaban los hombres, siempre les había tenido un pequeño… temor. Eiden era diferente, incluso dormía con ella, pero siempre veía en las películas de chicas que los hombres tenían una moto como esa y se enamoraban y se besaban y se acostaban. No, no, no, no. No quería eso.

—¿Qué haces?

Loewen apenas se dio cuenta de que Eiden llevaba horas observándola. Siempre con aquella sonrisa burlona que lo caracterizaba.

—N-Nada.

—Créeme Loewen, si quisiera violarte, tengo mejores oportunidades en la cama.

La chica levantó la barbilla de forma indignada y sacó su legua lo más elegantemente posible que podía.

—Necesito que te agarres de mí o no avanzo.

—¿Por qué?

—Dos cosas: seguridad y para avergonzarte, claro. A veces olvido que eres una santurrona que le asusta cualquier cosa.

—No quiero agarrarme de ti.

—Hazlo.

—No.

—Hazlo.

—No.

—Vale, como quieras.




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