Loewen sabía bien que todo ese jaleo se llevaba a cabo por ella. Por su causa. Caminaba por los caminos que había en la mansión, puestos especialmente para no pisar el césped, cosa que casi nadie respetaba, ella sí. Apreciaba mucho cualquier clase de vida y el pasto era vida, ya se imaginaba que sentiría ella si todo el día la pisaran.
Habían pasado ya un mes desde que los juegos habían comenzado. Había una cantidad exorbitante de muchachos Elementaristas en el castillo. Los elementos estaban por todos lados. Uno tenía que cuidar su cuerpo entero para no salir lastimado por alguna piedra gigante, una llamarada, agua a propulsión o aire que te lanzaba por los cielos.
A lo largo de esos días se había hecho amiga de muchos chicos, descubrió que se llevaba especialmente bien con los Elementaristas del aire. Eran relajados, divertidos y entretenidos. Los del agua no eran malos, pero eran más fríos, taciturnos y con ansias de poder. Los de la tierra eran firmes, distantes y reglamentarios. A los del fuego los conocía de siempre, por lo tanto, no la pelaban en lo absoluto. Ni siquiera Eiden.
De hecho, él no le hablaba del todo bien desde que descubrió que se metió a la biblioteca de su padre. Seguían durmiendo juntos, intercambiaban una que otra palabra de vez en cuando, pero él se mostraba enojado y ella no daba explicaciones o disculpas. En ese momento, Ashvend representaba mejor a un amigo fuego que Eiden.
Iba caminando hacia el Asgaest cuando de pronto alguien le rodeó los hombros.
—Hola niñita —dijo Ashvend de pronto.
—Hola Ashvend —dijo un tanto deprimida.
—¿Qué pasa? —caminó de espaldas para verle la cara— ¡Hoy es uno de los días más emocionantes!
—Sí, claro.
—El día de hoy, meten a los mejores Elementaristas al Destino final.
—No me gusta eso del final.
Ashvend rio.
—No pasará nada —le tocó el hombro—, Eiden estará bien.
—Eiden no entra ahí aun, ¿o sí?
—Neh, en realidad los amos maestros entran como una semana después —se inclinó de hombros el chico—, se van introduciendo dependiendo del nivel del maestro Elementarista.
—Lo cual quiere decir que tú tampoco entras hoy.
—Nop, pero se acerca mi día.
—No tienes miedo, por lo que veo.
—Para nada.
Loewen suspiró y siguió caminando. No le gustaba el rápido avance que tenían los juegos. Entre más rápido se acabarán, menos tiempo le quedaba a ella de libertad, o, en todo caso, de ver a sus amigos. No pensaba ser sellada, eso nunca.
—Pareces perdida.
Loewen se dio cuenta en ese momento que Ashvend tenía razón. Tenía que ser cuidadosa con su proceder, no era momento para que nadie supiera su secreto. Confiaba en Ashvend, por supuesto, pero, si no se lo había dicho a Eiden, probablemente no podría contárselo a nadie más.
—Solo iba en dirección a las cosas flotantes de los del aire —sonrió la joven.
—Ah, ¿Te encanta ir ahí cierto?
—Me fascina como se ve todo desde ahí arriba.
—Es increíble —asintió Ashvend— aunque prefiero ir a los túneles de los amos tierra, me es satisfactorio comprender lo fácil que me pierdo.
—Estás demente.
—No hay mejor forma de encontrarse, que cuando se está perdido.
Loewen se burló de él.
—Eres todo un filósofo.
—Gracias bella dama, me separo aquí. Yo no voy a esas cosas.
—Es divertido, deberías intentarlo.
Por un segundo, Ashvend volvió la cabeza hacia las esferas que se elevaban en el cielo, eran muy parecidas a esos contenedores de agua que a veces se veían por los caminos, siempre acompañadas de una larga e interminable escalera. Loewen habría jurado que su amigo palideció, negó con rotundidad y salió de ahí.
Loewen se inclinó de hombros. A ella si le gustaba ir a esas casas redondas suspendidas a nueve metros del suelo. Había visitado las casas de los del agua en las piscinas, pero no le gustaba la sensación de una burbuja bajo el agua, sentía que en cualquier momento se reventaría y se ahogaría. Con los de la tierra ni se diga, le daba claustrofobia por lo encerrado y sin luz. En definitiva, o aire, o fuego.
Rápidamente se encontró con Zark quien la había visto caminar hacia sus casas. El chico prácticamente se lanzó un clavado desde lo más alto de las casas hacia el suelo. Loewen siempre sentía que el corazón se le paraba cuando hacia eso.
—Hola preciosa.
Loewen frunció el ceño.
—Un día, te matas.
—No lo creo —dijo suspendido en el aire—, pero es divertido verte sufrir.
Loewen le dio un golpe en el brazo y se dispuso a subir las increíblemente largas escaleras.
—¿Por qué no te llevo volando?
—La vez pasada me dejaste caer —le dijo ella mientras subía las escaleras.