The Elementals: La flor de pascua

I. El invierno se manchó de rojo.

Un estruendo sacudió la habitación.

Nyssara despertó sobresaltada, con el corazón golpeándole el pecho antes siquiera de comprender qué ocurría. El techo vibraba, y un resplandor anaranjado se filtraba por los bordes de la puerta, teñido por el humo que empezaba a colarse en la estancia. Aún llevaba puesto su camisón blanco, frío contra su piel, mientras trataba de aclarar la confusión de su mente adormilada.

Otro grito.
Luego el crujido de la madera quemándose.

El olor a ceniza la terminó de arrancar del sueño.

La puerta se abrió de golpe y Sir Alexy irrumpió, cubierto de hollín y con la espada desenvainada.

—¡Princesa! — exclamó, jadeante—. Debemos salir de aquí de inmediato.

El suelo tembló bajo sus pies como si el castillo entero agonizara. Un nudo helado se apoderó del pecho de Nyssara. Sir Alexy se acercó sin dudar, le sostuvo la muñeca y la sacó de la habitación.

El corredor estaba sumido en el caos. Llamas devoraban un tapiz cercano, el humo reptaba por el techo como una sombra viva y los gritos se mezclaban con el choque de acero. Nyssara apenas lograba seguir el ritmo del guardia.

—¿Qué está pasando? —preguntó, la voz trémula.

—Hemos sido atacados —respondió él, tensando la mandíbula-. Debo llevarla con sus padres.

Pero incluso sin su respuesta, el alarido que retumbó desde el ala izquierda del castillo le insinuó que tal vez ya era demasiado tarde.

...El estruendo seguía retumbando en la fortaleza cuando Sir Alexy, con el aliento entrecortado, gritó a un caballero para que corriera a las Aviarías Reales, la sala donde se enviaban los mensajes mediante aves mensajeras y advirtiera que Nest, capital del Reino Hendini, estaba siendo atacada y necesitaba refuerzos de inmediato.

El caballero salió disparado, casi resbalando en el suelo manchado de sangre, mientras Sir Alexy aún sostenía a Nyssara como si el mundo se pudiera partir en cualquier momento... y quizá estaba a punto de hacerlo.

Descendieron por las escaleras que llevaban a los aposentos de la reina, buscando un rastro, una señal, algo. El balcón estaba abierto, los jardines colgantes de la reina agitándose bajo el viento ardiente del caos. Ella no estaba.

Entonces continuaron avanzando.

A su alrededor, la corte se desmoronaba: vestidos en llamas, guardias derrumbados, cuerpos inmóviles que formaban un mosaico trágico en el corredor. El pasillo parecía interminable, como si el castillo mismo se retorciera bajo el ataque.

De pronto, sin aviso alguno, un hombre cubierto por una túnica negra como la noche se materializó frente a ellos. Alzó ambas manos y las dirigió hacia ellos con una precisión escalofriante.

Sir Alexy se lanzó frente a la princesa.

Un destello. Un susurro cortante en el aire.

Y la cuchilla de viento atravesó el pasillo con tal fuerza que lo dividió en dos en un parpadeo.

Nyssara quedó quieta. Bañada en la sangre de su protector, justo frente al jardín de flores de Pascua que su madre cuidaba cada mañana.
Como pudo, Nyssara salió entre los escombros que cubrian dicho lugar, las manos temblorosas y la garganta cerrada por el llanto que aún no podía permitirse soltar. La imagen de Sir Alexy partiéndose en dos seguía clavada en su mente como una daga. Era un hombre que la había cuidado desde niña... y había muerto por protegerla.

Aun así, obligó a sus piernas a moverse. Tenía que llegar hasta su madre.

Abandonó los aposentos y la recibió un silencio perturbador, una quietud que no anunciaba nada bueno.

Avanzó con cautela por las escaleras que descendían hacia la sala del trono. Su mente no dejaba de repetir la misma pregunta: ¿por qué los habían atacado Sentarí?
¿La Academia Elementa los había traicionado?
¿O eran facciones rebeldes?
Los Sentarí, personas capaces de manipular uno de los cinco elementos, jamás habían organizado un ataque directo a un reino... al menos no uno tan devastador.

Pero no podía perder tiempo pensando en ello.

Se detuvo casi al final de las escaleras, frente a un vitral destruido que antes mostraba su propia imagen. Solo quedaba en pie el fragmento de su cabellera anaranjada, iluminado por el fuego a lo lejos.

Siguió avanzando por el corredor que conducía a la sala del trono e intentó concentrar su magia de Mente, buscando cualquier rastro de vida. Sus ojos verdosos se tornaron de un morado brillante, y llevó una mano a la sien para anclar su enfoque.

Nada.

No sintió ninguna presencia.

Alguien estaba bloqueando la percepción mental con escudos poderosos... demasiado poderosos para ser casualidad.

Cuando Nyssara comprendió que su magia mental no funcionaría, decidió no desgastar más su energía y avanzó por el pasillo destruido hasta llegar a la sala del trono.

Al cruzar la entrada, sus ojos se abrieron con un temblor que le sacudió todo el cuerpo. La sala estaba cubierta de cadáveres de caballeros, damas de la corte y sirvientas; el fuego consumía los tapices, el suelo estaba roto en varios puntos y algunas figuras estaban congeladas, atrapadas en posiciones antinaturales. Entre aquel paisaje devastado, su madre permanecía de rodillas, con una espada apoyada contra el cuello. El filo brillaba con el reflejo del fuego.

Su madre alcanzó a hablar, con la voz partida, rogándole que huyera.

El hombre que la sujetaba era alto y parecía un anciano, pero la corrupción en su rostro lo hacía parecer algo distinto. Sus ojos eran completamente negros y de su túnica emanaba un olor a quemado, como si su cuerpo se estuviera consumiendo por dentro.

La mente de Nyssara gritó por dentro: No... no puedo perderla también.

Intentó usar su magia para lanzar al hombre por los aires, pero él presionó la espada contra el cuello de su madre, hundiéndola apenas en la piel. Ella no tuvo más opción que detenerse.

Mientras veía a la única persona que le quedaba a punto de morir, un impulso desesperado la hizo correr hacia ellos. Sin embargo, antes de llegar, una ventisca surgió bajo los pies del hombre; envolvió su figura y la de la reina en un torbellino de aire cortante. El viento los elevó con violencia y los lanzó hacia atrás, con tanta fuerza que los gigantescos vitrales de la sala estallaron en mil fragmentos.



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Editado: 19.11.2025

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