The Elementals: La flor de pascua

II. Las cenizas de Nest.

La noche y el frío del invierno se acercaban, y Nyssara aún seguía tirada entre los escombros, incapaz de apartar de su mente lo ocurrido. Se suponía que en esos días habría una festividad de invierno, pero todo se había ido al carajo. La joven juró que encontraría a su madre y haría pagar a todo aquel que intentara impedirlo.

Decidió por fin levantarse. Aunque no había logrado asimilar por completo la tragedia, la furia que quemaba en su pecho era innegable. Se incorporó con desdén, respiró hondo y caminó durante un tiempo indefinido en dirección a las grandes puertas que antes protegían el castillo.
Nunca llegó ayuda.
Todos le habían dado la espalda a su reino... y a su madre.

Nyssara sentía ahora un rencor profundo hacia cualquiera que hubiese desafiado el poder y la bondad de la reina. Al llegar a las puertas y ver que el pueblo seguía aturdido por lo ocurrido, decidió ir a ver por sí misma.

Las calles que antes rebosaban vida estaban destruidas, y los rumores la alcanzaron casi de inmediato: susurros que la señalaban a ella como la culpable, como la princesa que "no había protegido a su gente". Cada palabra le arañaba el corazón.

Mientras más avanzaba, más caos encontraba. Los pocos sentaris que vivían en la ciudad habían muerto intentando defenderla. Podía ver a madres gritando sobre los cuerpos sin vida de sus hijos, y a hijos temblando junto a los cuerpos de sus padres. Sus ojos se aguaron, pero su mente le repetía que debía ayudar.

No tardó en encontrarse con varias personas intentando sacar a un niño atrapado bajo los restos de la antigua biblioteca, destruida durante el ataque. Nyssara se acercó sin pensarlo.
Alzó los brazos.

Sus ojos parpadearon con un tenue fulgor morado, casi débil, como una llama a punto de apagarse. Un aura violeta rodeó los escombros... pero apenas se movieron unos centímetros. Su magia mental estaba casi agotada. O tal vez... nunca había sido tan fuerte como debió ser.

Y entonces lo recordó.

Cada vez que los tutores enviados al castillo intentaban enseñarle a controlar su magia elemental, ella se escapaba al bosque. Nunca entrenaba como debía. La rectora de la Academia Elementa le enviaba solicitudes todos los años, rogándole que ingresara, pero Nyssara siempre las rechazaba.

Y esa era la causa de su falta de dominio.
Su falta de fuerza.
Su incapacidad para salvar a nadie, ni siquiera a su propia madre.

Nyssara apretó los dientes, frustrada. El aura morada parpadeó una última vez antes de desvanecerse por completo. La gente la observaba en silencio: algunos con esperanza, otros con desconfianza, como si no supieran si agradecerle o culparla. El niño bajo los escombros empezó a llorar, débil, pidiendo ayuda con un hilo de voz. La princesa sintió cómo un nudo le apretaba la garganta. Si no puedo salvar ni a un solo niño... ¿cómo voy a salvarla a ella? .Se arrodilló junto al pequeño y apoyó una mano sobre las piedras, respirando hondo, obligándose a pensar. Si no tenía poder, entonces usaría lo que sí tenía: inteligencia, voluntad, rabia. Y, por primera vez en toda su vida, entendió que no podía seguir sola.

Los plebeyos la apartaron y, como pudieron, unidos entre todos sacaron al niño de ahí. En ese instante Nyssara entendió algo que había ignorado toda su vida entre murallas y protocolos: la unión era una fuerza real, algo que sostenía incluso cuando todo lo demás había caído. Esa imagen, la de un pueblo entero ayudando sin dudar, la golpeó más fuerte que el frío del invierno. Si quería encontrar a su madre, no necesitaba solo coraje: necesitaba personas. No porque fuese incapaz sola, sino porque tardaría demasiado, y cada minuto podía significar algo.

Esa noche la pasó junto a una fogata improvisada en el centro del pueblo. Había silencio, cansancio, dolor... pero también una chispa de esperanza que titilaba entre las llamas. Entre el humo, Nyssara apenas pudo dormir.

A la mañana siguiente, con el cielo aún gris, despertó decidida a abandonar el pueblo. No sabía hacia dónde ir, pero el no quedarse quieta ya era un inicio. Mientras recogía sus cosas junto al borde apagado de la fogata, vio a una chica de cabellera negra con dos trenzas acercarse. Le resultaba familiar, como una sombra del castillo.

—Anabeth— murmuró, con la voz todavía ronca.

—¡Nyssara! — exclamó la joven, casi al borde del llanto.

Se abrazaron con fuerza. Luego Anabeth la llevó a una pequeña casa que estaba desmoronándose por los daños del ataque. Aun así, había un calor humano ahí dentro. Durante el tiempo que compartieron, Nyssara le contó sobre su viaje, su plan improvisado, y la necesidad de encontrar a su madre sin importar el costo. Anabeth, aun con miedo, entendió que no podía detenerla aunque quisiera.

Le ofreció entonces un vestido verde oscuro, el más elegante que tenía, y una túnica de lana roja. Además, la ayudó a limpiarse el rostro, a trenzar su cabello, y a cubrir los moretones. En silencio, Nyssara sintió que era como prepararse para su propia coronación... pero esta vez no para un título, sino para una batalla.

—Prométeme que volverás— susurró Anabeth.

Nyssara la miró, firme por primera vez desde el desastre.

—Volveré... y no sola.

Anabeth sonrió débilmente. Afuera, el viento helado sopló como un recordatorio de que el mundo no esperaría por ella.

Nyssara tomó aire, aferró los bordes de su túnica y salió de la casa. Caminó por las calles rotas de Nest, donde los restos del caos aún humeaban y las ventanas vacías la observaban como ojos abiertos.

Y así, tras despedirse del lugar donde había perdido tanto, Nyssara se dirigió a las afueras de la ciudad Flumina, el lugar donde todo había ocurrido... y donde su camino apenas comenzaba.

En la salida de la ciudad se detuvo un instante y dio una última mirada hacia atrás. Nada era como antes. El castillo que solía alzarse imponente sobre Nest ahora no era más que un esqueleto roto, apenas una sombra de lo que alguna vez fue. El aire todavía olía a ceniza y a pérdida. Con un nudo en la garganta y el dolor pesándole en el pecho, Nyssara siguió su camino. Ya había decidido cuál sería su próximo destino: Ciudad Sol, la llamada segunda capital del Reino Hendini... no sabía si en este lugar iba a encontrar repsuentas, pero ya había decidido que iría ahi.



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Editado: 08.12.2025

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