The Elementals: La flor de pascua

lV. La forastera ardiente.

Nyssara avanzaba entre los árboles, guiándose más por intuición que por verdadera orientación. Sabía que, si seguía en línea recta a través del bosque, podría evitar la curva larga del Camino Real… o al menos eso creía recordar. No estaba completamente segura; las sombras del bosque hacían que todo se viera igual, como si el mundo hubiera sido copiado y pegado frente a ella una y otra vez.

Aun así, siguió recto.

Si mantengo esta dirección… debería salir más adelante que el camino. Aunque la duda le rozaba la nuca como un frío persistente.

A cada paso, el bajo del vestido verde oscuro se enlodaba más y más, arrastrándose pesadamente entre el barro húmedo. La túnica roja, que al principio le había parecido elegante y cálida, ahora se enganchaba entre las ramas y la hacía avanzar más lenta. Por un momento se preguntó si había sido buena idea aceptar aquella ropa; no estaba hecha para cruzar bosques, sino para presentarse digna ante la gente.

Pero siguió.

Porque retroceder significaba cruzarse de nuevo con los pueblerinos enfurecidos. Y desviarse demasiado significaba perderse por completo.

Así que continuó recto, como una flecha lanzada al azar esperando dar en el blanco.

Un par de horas después —tal vez tres, era difícil saberlo con la mente tan cansada—, la luz comenzó a cambiar entre los árboles. El sol no se había puesto del todo, pero ya empezaba a oscurecer, tiñendo el bosque con un tono anaranjado y largo, como si el día se estirara antes de morir. Las sombras crecían y el aire se volvía más frío, anunciando que la noche estaba acercándose más rápido de lo que Nyssara hubiera querido.

Al pasar junto a un pequeño arroyo, decidió detenerse. El agua corría clara, fría, y el sonido le dio un alivio que no había sentido en todo el día. Se inclinó y bebió un par de sorbos, dejando que el frescor le calmara la garganta. Luego aprovechó para limpiar algo del lodo que se había acumulado entre las botas y las largas mangas del vestido verde; cada mancha le recordaba lo mala que había sido la idea de traerlo.

Se sentó en un tronco caído, dejando que sus piernas descansaran un momento. Desde allí, entre las ramas, podía ver la silueta de la montaña donde el camino real hacía la famosa curva. Aquello le dio una pequeña chispa de tranquilidad: iba en la dirección correcta, aunque su ruta fuera menos “real” y más salvaje.

El arroyo murmuraba, el bosque se oscurecía a su alrededor, y por un instante sintió que podía permitirse respirar.

Mientras se perdía apreciando el murmullo del arroyo, su paz se rompió de golpe por un estruendo brutal que surgió a su retaguardia. Era un ruido seco y violento, como si algo gigantesco estuviera arrancando árboles sin esfuerzo. Nyssara se puso de pie de inmediato, el corazón subiéndole al pecho. Giró apenas lo suficiente para mirar por encima del hombro… y lo vio.

Una criatura hecha de sombra sólida y oscuridad pura, andaba como si tuviera cuatro patas retorcidas, cada una terminada en largas uñas que se clavaban en la tierra al avanzar. Era grande—mucho más grande que ella—y se movía con una velocidad aterradora, como si la oscuridad misma la empujara hacia adelante. No tenía una forma estable, pero sí una presencia monstruosa, hostil, imposible de confundir con cualquier criatura del Reino Hendini. Al pasar su cuerpo dejaba un corto rastro de sombra que se deshilaba lentamente, como si lo derramara a cada movimiento.

El pánico la atravesó. Sin pensarlo, corrió hacia el arroyo. El agua no era profunda, apenas un hilo brillante, así que lo cruzó de un salto casi torpe pero veloz, empapando el dobladillo del vestido mientras sus piernas no dejaban de moverse.

Corría tan rápido como le daban las piernas, sin poder ver con claridad por dónde pisaba; la luz del sol ya casi no atravesaba las copas de los árboles y el bosque se había vuelto una masa de sombras y raíces traicioneras. Cada vez que se atrevía a mirar hacia atrás, la criatura estaba más cerca. Su respiración se volvió un hilo delgado, y el miedo un tambor vibrando en sus oídos.

Un crujido profundo resonó detrás de ella. La criatura tomó impulso.

Nyssara apenas alcanzó a darse la vuelta para ver dónde estaba pisando cuando el monstruo saltó sobre ella.

Rápida, casi por puro instinto, alzó ambas manos hacia el frente y formó una pequeña barrera que destelló en un violeta débil, esto era de lo poco que había aprendido en sus tutorías. El impacto de la criatura contra la barrera fue brutal. La fuerza la lanzó al suelo, aplastándola contra la tierra húmeda mientras la barrera cedía, hundiéndose más y más hacia su cuerpo.

Se le escapó un grito ahogado. La criatura empujaba con furia, las uñas rasgando contra la superficie luminosa. Nyssara sentía cómo la protección mental se debilitaba—cómo estaba a nada de romperse.

Pero reunió cada fragmento de fuerza que tenía, cada pensamiento, cada miedo y cada recuerdo, y lo dirigió hacia arriba. La barrera estalló en un destello violento de energía mental que lanzó a la criatura varios metros hacia atrás, como un rayo púrpura que atravesó el aire.

Agotada, Nyssara se incorporó con torpeza. Sus manos temblaban. La criatura estaba tirada, inmóvil por un momento, como si el impacto la hubiera noqueado.

Se tambaleó al ponerse de pie. El destello mental que había liberado le dejó un zumbido agudo en los oídos y una presión punzante detrás de los ojos. Sentía los músculos tensos, como si cada pensamiento le drenara un poco más de fuerza. Nunca había entrenado de verdad… y ahora su propia magia la dejaba exhausta.

Dio un par de pasos torpes y su visión se nubló por un instante. Necesitaba cubrirse. Necesitaba tiempo para recuperar aire antes de que la criatura se levantara.

Con las piernas temblorosas, se apartó del claro y se deslizó hacia un grupo de árboles cercanos. Las sombras la envolvieron mientras se dejó caer sobre un montículo de hojas húmedas. El corazón le latía tan rápido que parecía querer romperle el pecho.



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Editado: 08.12.2025

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