A la mañana siguiente, Nyssara se despertó temblando y salió de la pequeña choza. El bosque se sentía más frío que nunca, un frío que calaba hasta los huesos. Pero había algo aún más extraño: llevaba días sin nevar. En pleno invierno, eso era inquietante. Ni una brizna blanca sobre las ramas, ni un copo nuevo en el suelo. Solo ese silencio helado que parecía contener la respiración del mundo.
Su madre solía decir que los inviernos del Reino Hendini nunca perdonaban… pero ahora parecía que algo los tenía detenidos.
Sabrina salió detrás de ella, frotándose los brazos, y sopló hacia el aire esperando ver una nube densa de vapor. Pero lo que salió fue apenas un suspiro blanco, demasiado débil para ese nivel de frío.
—Algo no está bien con este invierno… —murmuró, frunciendo el ceño.
Nyssara apretó los brazos contra su cuerpo, todavía temblando por el frío anómalo. La nueve llevaba días sin aparecer, como si el invierno hubiera contenido la respiración.
—Este clima… —murmuró, frunciendo el ceño—. Está siendo afectado por algo. O por alguien. Y creo que tiene que ver con el hombre que secuestró a mi madre.
Sabrina, que acababa de acercarse, levantó una ceja.
—¿Crees que él puede alterar el invierno?
—Creo que necesito respuestas —dijo Nyssara con firmeza—. Y para eso debo llegar a Ciudad Sol. Es el único lugar donde podrían tener información… registros… algo.
Sabrina se quedó en silencio unos segundos, observándola como si intentara medir su determinación.
—Ciudad Sol —repitió—. Suena a un viaje largo.
—Lo será —respondió Nyssara—. Pero no puedo quedarme esperando a que algo peor pase.
Sabrina soltó un suspiro exagerado.
—Bueno… supongo que podría acompañarte.
Nyssara giró hacia ella, incrédula.
—¿Por qué querrías hacerlo?
—Porque no tengo una misión, ni una meta, ni nada que me diga “quédate aquí” —dijo Sabrina, encogiéndose de hombros—. Y porque… no sé, me caes bien. Además, viajar sola es aburrido.
Nyssara asintió, aún sorprendida.
—Pensé que formabas parte de la Academia Elementa. Tu control del fuego es demasiado bueno…
Sabrina soltó una carcajada.
—Jamás he ido a la Academia Elementa.
—¿Qué? ¿Cómo que no? —Nyssara la miró boquiabierta—. ¡Pero tú dominas tu elemento!
—Dominar es una palabra fuerte —respondió Sabrina, divertida—. Solo aprendí a base de… errores. Muchos. Nadie me enseñó nada.
Nyssara bajó la mirada.
—Ojalá yo hubiera tenido tu suerte. Mis tutorías nunca me gustaron… y por eso no sé manejar bien mi magia de mente.
Sabrina le dio un pequeño golpe con el codo.
—Perfecto. Tú no sabes controlar tu cabeza y yo no sé controlar mis llamas. Somos el equipo ideal.
Nyssara dejó escapar una pequeña sonrisa.
—Un equipo que va a Ciudad Sol.
—Eso mismo —dijo Sabrina—. Y si algo explota, seguramente seré yo.
Nyssara rió por primera vez en la mañana.
—Procura que no sea encima de mí.
Sabrina sonrió, como si ya hubiese tomado la decisión mucho antes.
—Si quieres llegar a Ciudad Sol, debemos partir ahora —dijo mientras empezaba a recoger sus cosas.
Nyssara asintió sin decir nada y se inclinó para ayudarla. Juntas apagaron la fogata, sacudieron la tela que cubría la entrada de la choza improvisada y empezaron a desarmar el pequeño campamento.
El silencio entre ambas no era incómodo, pero sí pesado. Nyssara sentía un nudo en el estómago mientras plegaba una manta áspera.
Su madre…
La imagen del secuestrador volvió como un destello frío, casi tan helado como el aire que las rodeaba. El invierno estaba torcido, debía investigar los puntos de resonancia… y cada vez estaba más segura de que todo estaba conectado con ella.
Sabrina, sin levantar la vista, pareció notarlo.
—La encontraremos —murmuró con una extraña certeza—. No sé cómo, pero lo haremos.
Nyssara apretó los labios y asintió, guardando la última bolsa.
Juntas, dieron el primer paso en dirección al camino real.
Ambas caminaron durante varios minutos entre los árboles altos y silenciosos. El aire helado les mordía la piel, y el suelo estaba duro por el invierno, pero ni un solo rastro de nieve cubría las hojas ni las ramas. Ese detalle volvía cada paso ligeramente inquietante.
El bosque parecía interminable… hasta que, finalmente, la arboleda comenzó a abrirse.
Nyssara reconoció el lugar antes incluso de salir del sendero estrecho.
Frente a ellas se extendía el camino real, amplio y despejado, marcando una línea recta entre montes y colinas. Y a la izquierda, a lo lejos, apenas visible entre la bruma matinal, estaba la gran curva del camino… aquella misma que Nyssara había evitado días atrás cuando decidió tomar el atajo.
Una sensación extraña la recorrió.
El atajo había funcionado. Habían salido justo después de la curva.
Sabrina levantó una ceja, observando el tramo del camino que serpenteaba a la distancia.
—Vaya… de verdad cortaste camino —dijo, como si leyera sus pensamientos.
Nyssara respiró hondo, sintiendo por primera vez en días una pequeña chispa de alivio.
—Parece que sí —murmuró.
Ambas se incorporaron al camino real, dejando el bosque detrás de ellas mientras seguían avanzando hacia Ciudad Sol.
A la lejanía, justo donde el camino real comenzaba a descender entre dos colinas, podían ver la silueta de una pequeña posada de viajeros. El humo que salía de la chimenea se elevaba recto hacia el cielo gris, señal de que el viento seguía inquietantemente quieto.
Habían pasado unas cuantas horas desde que dejaron atrás el bosque. El sol ya estaba comenzando a esconderse detrás de las montañas, tiñendo el cielo con tonos rojizos apagados.
Según las cuentas de Sabrina, les faltaba menos de medio día de camino para llegar a Ciudad Sol. Con un buen ritmo, podrían entrar por sus puertas a la mañana siguiente.
Sabrina apenas llevaba algunas cosas en el cinturón de su vestido: su navaja, una pequeña cantimplora, y lo más importante, su arco. Lo demás lo había dejado escondido en su campamento del bosque.