El arrastre se hacía cada vez más fuerte, acercándose desde algún punto del camino. Los murmullos dentro de la posada se apagaron poco a poco, hasta que solo quedó el crepitar del fuego y las respiraciones tensas.
Nyssara y Sabrina intercambiaron una mirada.
Nadie se levantó. Nadie se atrevió a asomarse.
Y entonces, de pronto, el arrastre se detuvo justo frente a la puerta.
Un silencio espeso cayó sobre todos.
La puerta fue empujada con una fuerza brutal, abriéndose de par en par contra la pared con un golpe seco que hizo temblar las mesas.
Entró alguien.
Una figura alta, cubierta por completo con una armadura negra, cada placa brillando como piedra volcánica pulida. El casco tenía forma de cabeza de dragón, con cuernos curvos y una mandíbula metálica que daba la impresión de estar a punto de rugir.
La figura avanzó unos pasos, haciendo sonar el metal con cada movimiento.
Y entonces, con un gesto lento, se quitó el casco.
Nyssara contuvo el aliento.
Era un chico... pero no uno cualquiera.
Tenía una mirada penetrante, unos ojos claros que parecían analizarlo todo en silencio, como si nada escapara a su juicio. El cabello oscuro caía en ondas rebeldes alrededor de su rostro anguloso, destacando la seriedad de sus rasgos. Había en él una firmeza natural, un aire desafiante que no necesitaba palabras para imponerse, como si siempre estuviera evaluándolo todo desde detrás de esa expresión impenetrable.
Sin decir una sola palabra, avanzó hacia una mesa vacía.
Se sentó, y el peso de la armadura produjo un sonido retumbante, metálico, que recorrió toda la posada.
Nadie volvió a hablar.
Ni siquiera Sabrina.
Pasaron varios segundos en silencio. Nadie parecía atreverse a respirar demasiado fuerte.
Entonces, unos pasos ligeros resonaron en la madera del piso superior. Una chica bajó por las escaleras, con el vestido un poco arrugado y el cabello desordenado como si hubiese salido apresurada de alguna habitación de la posada.
Al verlo, su rostro se iluminó.
-¡Kael! -exclamó con una sonrisa amplia.
El chico apenas giró el rostro hacia ella. Una mirada fría, casi molesta, como si su sola presencia le irritara.
La chica corrió hacia él y le lanzó los brazos para abrazarlo... pero Kael la apartó con un movimiento brusco del antebrazo, sin siquiera levantarse de la silla.
Ella parpadeó, herida.
-¿Ya no me quieres? -preguntó con un hilo de voz, intentando mantener una sonrisa que ya estaba rota.
Kael sostuvo su mirada solo un instante, seco, distante, impenetrable.
-No -respondió sin rodeos-. Ya cumpliste tu trabajo.
La posada entera pareció quedarse sin aire.
La chica retrocedió un paso, temblando.
Nyssara sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Sabrina arqueó una ceja, como si el espectáculo le resultara desagradable... pero también interesante.
Kael apartó la mirada como si nada de aquello importara.
Como si la chica fuese... desechable.
La chica, herida y avergonzada, apretó los puños.
-¡¿Sabes qué, Kael?! -le gritó con la voz quebrada- ¡Esto no se va a quedar así! ¡Vamos a hablar en la habitación, ¿me oyes?!
Kael ni siquiera la miró esta vez. Solo dejó que su silencio respondiera por él.
La chica subió las escaleras furiosa, casi tropezando con el último peldaño.
Sabrina suspiró profundamente, como si todo aquel drama le hubiera drenado la paciencia.
-Necesito descansar de... esto -murmuró mientras se levantaba-. Voy a pedirnos una habitación antes de que aparezca otro idiota con armadura.
Nyssara asintió, aún mirando de reojo a Kael, intentando descifrarlo sin éxito.
A los pocos minutos, Sabrina regresó con un par de llaves de hierro en la mano.
-Habitación doble. Vayámonos antes de que empiece la segunda parte de ese melodrama -dijo señalando arriba con la cabeza.
Subieron por la escalera de madera hasta un pasillo estrecho. La habitación que les correspondía era pequeña pero cálida, con dos camas simples, una mesa con un jarrón vacío y una ventana que dejaba entrar un aire helado.
Apenas cerraron la puerta, Sabrina dejó caer sus cosas sobre una de las camas.
-Voy a tomar un baño caliente -anunció-. Y antes de que preguntes, sí, pedí vestidos nuevos para ambas. Un servicio extra de la posada... bastante caro, por cierto.
Nyssara la miró sorprendida.
-¿Y tú puedes pagar eso?
Sabrina sonrió con descaro, como si la pregunta le hiciera gracia.
-Digamos que he hecho... buenos trabajos últimamente.
Sin explicar más, tomó una toalla, movió su cabello corto hacia atrás y se dirigió hacia los baños comunales del pasillo.
Nyssara se quedó sola unos minutos, sin poder evitar pensar que Sabrina tenía más secretos de los que aparentaba.
Sabrina regresó tras unos minutos, secándose el cabello corto con una toalla áspera.
-El baño ya está libre -avisó mientras dejaba la toalla sobre su cama-. Aprovecha antes de que alguien más quiera usarlo.
Nyssara asintió. Preparó sus cosas: un camisón sencillo para dormir y un pequeño saquito con jabón y aceites que su madre siempre le hacía llevar. Salió al pasillo, donde la madera crujía con cada paso, y avanzó hacia los baños.
Pero al pasar frente a una de las habitaciones, un alboroto llamó su atención. Las voces eran demasiado fuertes para ignorarlas.
-¡Kael, solo me usaste para saber dónde estaba esa chica! -gritó la mujer, llorando tan fuerte que la voz se quebraba.
Nyssara contuvo la respiración.
Del otro lado de la puerta, Kael respondió con un tono frío, autoritario, que casi cortaba el aire:
-Te dije que te pagaría por eso. No te daría más de ahí. Así que deja el drama ya.
Hubo un silencio tenso. Luego, la mujer dejó de llorar tan de golpe que el corazón de Nyssara dio un salto. Su respiración se volvió temblorosa, no por tristeza... sino por miedo. Un miedo profundo.