La noche ya había caído cuando Sabrina y Nyssara salieron de la aguja. El aire frío les golpeó las mejillas, cargado con el murmullo lejano del pueblo. En las calles, decenas de personas caminaban con velas encendidas, lazos blancos atados en los brazos y pequeñas campanas tintineando mientras celebraban el Festival de Invierno. Era hermoso… pero también inquietante, como si la luz festiva intentara disimular algo que se movía bajo la superficie.
Ellas avanzaron entre la multitud, evitando miradas, hasta llegar a la posada para agradecer a la mujer por su ayuda. Pero al empujar la puerta, un silencio inesperado las recibió.
La posada estaba vacía.
Las mesas limpias.
Las ventanas aseguradas con gruesos cerrojos.
Ni risas, ni platos, ni música. Solo el crujido del viento golpeando las contraventanas.
Sabrina intercambió una mirada con Nyssara.
Sin pensarlo dos veces, caminaron hacia el escondite donde habían estado antes. Entreabrieron la puerta… y se quedaron quietas al escuchar pasos arriba.
Pesados.
Firmes.
De alguien acostumbrado a cargar armadura.
Contuvieron la respiración.
La posada ya había cerrado. Nadie debería estar ahí.
Desde la pequeña rendija podían ver lo que ocurrirá en el piso superior que estaba iluminado débilmente. Una figura cruzó el pasillo. La mujer de la posada apagó la última lámpara y suspiró, cansada. No solo por el trabajo… sino por lo que sabía que venía.
Entonces, la puerta principal se abrió sin anunciarse.
Kael entró, su armadura negra brillando bajo la luz del fogón apagado. En su mano llevaba el estandarte de su casa, cubierto de polvo y nieve. La mujer alzó la vista; su expresión se endureció de inmediato.
—Llegas tarde —murmuró, cruzándose de brazos.
Kael dejó caer su espada sobre la mesa sin cuidado alguno.
—La guardia real está revisando todo el pueblo —dijo, pasándose una mano por el cabello mojado—. Buscan a unas chicas. Y también… a ti.
Sabrina se movió un poco y Nyssara la agarró del brazo para que no se moviera.
La mujer, se tensó apenas.
No negó nada.
—No hice nada malo —respondió, aunque en su voz había una grieta de nervios—. Solo ayudé a quien necesitaba ayuda.
Kael apoyó ambas manos sobre la mesa y se inclinó hacia ella.
—Madre —dijo con dureza—. ¿Qué sabes de esa chica? ¿Por qué la escondiste?
La mujer desvió la mirada.
—Porque tiene miedo. Porque alguien la persigue. Porque si no la escondía, la habrían atrapado esos hombres… y tú sabes perfectamente que no todos sirven al reino por lealtad.
Kael cerró los ojos, parecía estar conteniendo algo más profundo que enojo.
—La recompensa por encontrarla es demasiado alta. Hasta para una princesa —dijo en voz baja—. Hay algo más. Lo sabes. Y quiero saber qué es. No la busco para entregarla. Solo entré a la guardia real para encontrarla.
Ella se removió. Sus dedos temblaron.
—Si la guardia descubre que la ayudaste, te arrestarán —advirtió Kael—. Graulk no perdona actos así, madre.
Avanzó hacia él y le tocó el rostro.
—Hice lo que una madre le enseña a su hijo: proteger a los inocentes. Tú deberías hacer lo mismo.
Él bajó la mirada.
—Dime algo —pidió, más suave—. ¿Está bien? Si la tienes… déjame hablar con ella. Necesito saber qué relación tiene con el hombre que secuestró a la reina. Necesito respuestas.
El silencio de ella duró apenas un segundo, pero Kael lo entendió todo. Estaba mintiendo por protegerlas.
—Está a salvo —dijo por fin.
Kael respiró profundamente. No insistió.
—No diré nada a nadie —prometió—. Pero necesito saber si me estoy metiendo en algo que podría destruirnos a los dos.
La mujer lo miró con una mezcla de dolor y evidencia.
—Kael… ya estás involucrado. Desde el momento en que sentiste ese pulso oscuro. El continente cambió. Y lo que están buscando… tiene que ver con ella.
Kael se quedó helado.
Elira apretó su brazo.
—Ten cuidado, hijo.
—Lo tendré. Pero tú también, madre —respondió él, recogiendo su espada—. Seguiré buscándola. Y cuando la encuentre, no le haré daño. Lo prometo.
Ella lo miró con severidad.
—Y también me prometiste que dejarías la guardia real cuando la encuentres. Cumple tu palabra.
Kael no respondió.
Solo bajó la cabeza… y salió.
Abajo, escondidas tras la puerta entreabierta, Sabrina y Nyssara se quedaron sin aire.
Las campanas del festival sonaron a lo lejos.
La noche, que antes parecía festiva, ahora se sentía como el inicio de algo mucho más grande.
Nyssara soltó el aire muy despacio, como si exhalar demasiado fuerte pudiera delatarlas. Sus manos estaban frías, aunque no sabía si era por el clima… o por lo que acababan de escuchar.
Sabrina se inclinó hacia ella, susurrando apenas.
—¿Lo escuchaste? Te está buscando.
Nyssara asintió, pero la garganta se le cerró.
Sentía su corazón golpeándole el pecho, inquieto, confundido. No sabía por qué aquel guardia —Kael— sonaba tan… preocupado. Ni por qué su madre hablaba del “pulso oscuro”.
—No entiendo nada —murmuró Nyssara, bajito—. ¿Por qué… por qué hablarían de mí como si fuera parte de algo tan grande?
Sabrina frunció el ceño.
—Sea lo que sea, no nos vamos a quedar para averiguarlo. Cuando la mujer salga, nos vamos.
Nyssara tragó saliva y asintió otra vez.
Intentó concentrarse en su respiración, en el sonido del festival afuera, en cualquier cosa que la mantuviera anclada. Pero la imagen de Kael, su voz tensa, su promesa, no dejaba de repetirse en su mente.
Cuando escucharon el chasquido de la puerta abriéndose, Nyssara pegó el ojo a la rendija. Vio la sombra de la mujer caminar hacia la calle, cerrar con llave… y apagar la lámpara exterior.
El silencio volvió a envolver la posada.
Sabrina le tocó el hombro.
—Es ahora —susurró.