El traqueteo de la carreta se volvió un ritmo constante, casi hipnótico. Después de un rato, Nyssara dejó de intentar adivinar por dónde iban. El bosque, la luz, los colores… todo pasaba demasiado rápido entre las rendijas de madera.
El aire dentro era frío y olía a polvo y a metal caliente, ese mismo metal que todavía quemaba en sus muñecas. Cada vez que movía las manos, los grilletes raspaban la piel con un ardor sordo, como si recordaran a propósito que estaban ahí para apagarla por dentro.
Sabrina, frente a ella, no parecía mucho mejor. Tenía la cabeza apoyada contra la pared de la carreta y los ojos entrecerrados, pero Nyssara sabía leerla: estaba despierta, solo pensativa… o irritada.
Afuera, se escuchaban cascos golpeando el suelo y las voces breves de los jinetes cambiando posiciones. La caravana avanzaba como un solo cuerpo, firme y silencioso, excepto por el crujir de las ruedas sobre la tierra húmeda.
Nyssara tragó saliva.
Tal vez por primera vez desde que habían salido corriendo de la plaza, se dio cuenta de algo simple y devastador:
Estaban realmente lejos de decidir hacia dónde iban.
Rovina, Elementa, el cónclave, la acusación de Graulk…
Todo se movía demasiado rápido, como si ella apenas alcanzara a respirar entre una cosa y la siguiente.
La carreta dio un salto al pasar por una piedra, y el golpe la sacó de sus pensamientos.
Sabrina la miró por fin.
—Bueno… —murmuró, frotándose la frente con el hombro—. Supongo que esto es oficialmente un secuestro elegante.
Nyssara no supo si reír o temblar.
Tal vez un poco de ambas.
La carreta no llevaba demasiado tiempo avanzando cuando se detuvo de golpe, lo suficiente para que Nyssara levantara la cabeza. Desde afuera, la voz de Rovina se elevó con claridad:
—Vamos camino a Sandand, en Burnstol. —Hablaba como si estuviera dando órdenes en un desfile—. Nuestros caballos son rápidos; llegaremos en dos días.
Se escucharon murmullos de asentimiento entre los guardias.
—Y mañana —añadió, con un tono cargado de molestia disfrazada— nos encontraremos con los caballeros enviados por Graulk para escoltarnos. Al parecer quieren asegurarse de que ellas lleguen.
El desdén en esa última palabra hizo que Sabrina resoplara por lo bajo.
—Cuando me forme adelante, iniciaremos la marcha rápida —concluyó Rovina.
Marcha rápida.
Nyssara sintió un leve nudo en el estómago. Sabía lo que implicaba.
Desde la carreta, escucharon cómo el caballo de Rovina tomaba posición al frente… y luego el sonido cortante del aire cuando arrancó a toda velocidad. Los demás jinetes la siguieron, y en cuanto la carreta fue arrastrada detrás de ellos, todo el piso se inclinó.
Ambas casi rodaron hacia un costado por el impulso.
—¡Pero qué—! —Sabrina se sujetó con las muñecas atadas, maldiciendo entre dientes.
El viento se colaba por cada rendija, haciendo vibrar la madera. La carreta avanzaba tan rápido que parecía que el suelo apenas tocaba las ruedas.
Nyssara apretó las manos contra su regazo para estabilizarse.
Conocía esa sensación.
La había sentido de niña, viendo las carreras en los caminos del valle.
—Estos caballos… —murmuró entre dientes, casi para sí misma— están criados para cortar distancias. No se cansan. No aflojan.
Y cuando lo dijo, el traqueteo se volvió aún más violento, como si la carreta quisiera confirmar sus palabras por pura mala intención.
Sabrina soltó una risa breve, incrédula.
—Genial —dijo—. Caballos que no se cansan y brujas de fuego que sí. ¿Qué podría salir mal?
Nyssara no respondió.
El paisaje pasaba afuera como un borrón, y por primera vez desde que habían sido capturadas, sintió que realmente estaban siendo arrastradas a un destino del que no había vuelta atrás.
La carreta dio un salto brusco al caer en un bache, y las dos casi se golpearon entre sí. La madera temblaba, crujía, y cada sacudida era peor que la anterior.
Nyssara tuvo que aferrarse al borde del asiento con los dedos apenas libres entre los grilletes. Sentía el metal caliente rozarle la piel, recordándole que no podía mover los brazos más allá de unos centímetros.
Sabrina tampoco estaba mejor. Intentaba mantener el equilibrio con una mueca de frustración, inclinándose cada vez que la carreta daba un bandazo.
La marcha rápida no era solo veloz.
Era violenta.
La carreta parecía saltar por encima de cada piedra, y ellas eran muñecas arrastradas por la inercia.
Otro golpe fuerte las lanzó hacia adelante.
—¡¡Por poco!! —escupió Sabrina, logrando sujetarse antes de caer al piso—. Juro que estos caballos están corriendo como si nos persiguiera un demonio.
Nyssara apenas podía respirar entre cada sacudida. El movimiento era tan feroz que sus dientes chocaban entre sí.
Solo sujetarse. Solo aguantar.
Eso era todo lo que podían hacer.
El día avanzó entre el traqueteo constante y el rugido lejano de los cascos.
El sol, que al principio estaba alto y fuerte sobre el camino, fue bajando poco a poco.
Primero se filtró por las rendijas de la carreta, tibio y dorado.
Luego tomó un tono más anaranjado, alargando las sombras de los caballos que corrían delante.
Finalmente, el cielo empezó a teñirse de rojo suave, como si se estuviera apagando lentamente.
El ritmo de la caravana también cambió.
El estruendo ensordecedor de la marcha rápida se volvió más lento, más controlado, casi un trote cansado.
Las ruedas —que antes parecían golpear cada piedra— ahora avanzaban con un vaivén menos agresivo.
Nyssara sintió cómo su cuerpo, adolorido por tantas horas de sacudidas, le agradecía la calma repentina.
Afuera se escucharon voces:
Órdenes.
Caballos resoplando.
Armaduras moviéndose.
Parecía que habían llegado al lugar donde pasarían la noche.
La carreta dio un último movimiento pesado y se detuvo por completo.