El caos fuera era inminente.
Las órdenes se mezclaban con gritos cuando los guardias llegaron a la carroza. La puerta se abrió de golpe y una mano enguantada tomó a Nyssara del brazo.
—¡Fuera, ahora!
No le dieron tiempo a reaccionar. La bajaron casi a empujones. Sabrina cayó a su lado un segundo después. La arena fría bajo sus botas contrastó con el calor que todavía vibraba en el aire.
Ambas quedaron de pie, una junto a la otra, sin poder hacer nada.
Los grilletes ardían, cerrándoles la magia por completo, como un nudo apretado desde dentro.
Nyssara apenas alcanzó a mirar alrededor.
Antorchas rodeaban la caravana, moviéndose con nerviosismo. Las sombras que proyectaban se deformaban sobre la arena, demasiado largas, demasiado vivas.
Entonces lo vio.
No caminaba. No corría.
El krupto se desplazaba como una sombra viva, sólida y densa, una masa de oscuridad pura que parecía absorber la luz de las antorchas a su paso. No tenía una forma fija: a veces era alargado, otras compacto, pero siempre oscuro, siempre antinatural.
No era como el que Sabrina había derrotado.
Este era más rápido.
Más feroz.
Pero compartía esa misma esencia oscura, como si todos los Kruptos estuvieran hechos de la misma materia imposible.
Nyssara sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—No se detiene… —alcanzó a oír a alguien decir.
Solo las antorchas permitían seguir su rastro. Un parpadeo, y ya estaba en otro punto del círculo.
De pronto, el aire cambió.
Nyssara levantó la mirada por puro instinto.
Desde el cielo oscuro descendió otra figura.
No hubo advertencia. No hubo rugido previo.
La segunda bestia cayó en picada y, al verla mejor, Nyssara entendió con horror que también estaba hecha de sombra sólida y oscuridad pura, igual a la primera. Distinta en forma, pero nacida de la misma negrura.
El ataque fue brutal.
Un soldado fue arrancado del suelo por garras negras, como si no pesara nada.
—¡No!— gritó alguien.
El caos estalló.
Los caballos relincharon descontrolados, los soldados empezaron a gritar, algunos retrocedieron sin saber a dónde apuntar. El Krupto alado se perdió en la oscuridad tan rápido como había aparecido.
—¡Es otro Krupto! —gritó una sentarí de agua, con la voz quebrada.
Los gritos del hombre se apagaron en la distancia.
Nyssara apretó los puños con impotencia.
No podía ayudar.
No podía hacer nada.
Rodeada de antorchas, sombras y criaturas que compartían esa misma oscuridad antinatural, comprendió algo con una claridad aterradora:
No importaba la forma que tomaran.
Los Kruptos eran todos la misma amenaza.
Y ellas estaban justo en el centro.
—¡Maldición! —escupió Rovina, con la voz cargada de frustración, girando sobre sí misma mientras intentaba localizar al Krupto entre las sombras.
Las antorchas apenas alcanzaban para cortar la oscuridad. Todo parecía moverse fuera de ritmo, como si la noche respirara.
—¡No tenemos agua! —gritó una de las sentaris de agua, mirando a su alrededor con desesperación.
Nyssara sintió un vacío frío en el pecho.
Sin agua… Aqhara estaba limitada. Todas lo estaban.
Sabrina se desplazaba con rapidez entre los soldados, observando, midiendo distancias, buscando algo —cualquier cosa— que pudiera servirle. No tenía su arco. No tenía su fuego. Solo sus reflejos y una tensión contenida que Nyssara conocía demasiado bien.
Aqhara respiró hondo.
Nyssara la vio cerrar los ojos un instante, concentrándose. De los restos de agua reunidos, unas pocas gotas arrancadas de cantimploras casi vacías, formó una estaca alargada. El líquido se tensó, vibró… y con un gesto preciso de su mano se solidificó en hielo.
Era afilada.
Demasiado.
No parecía defensivo, sino un último recurso.
—Es todo lo que tengo —dijo Aqhara, sin elevar la voz.
Nyssara tragó saliva.
Entonces lo sintió.
No un sonido.
Una presencia.
Giró apenas la cabeza y lo vio.
Kael.
Estaba alerta, con la espada medio desenvainada, el cuerpo tenso, vigilando la oscuridad como todos… pero cada pocos segundos su mirada volvía hacia ella.
Buscándola.
Nyssara sostuvo su mirada un instante. No sabía por qué, pero verla reflejada en los ojos de Kael —esa misma preocupación contenida— hizo que el miedo se asentara más hondo.
Algo se movió entre las sombras.
Demasiado rápido.
Las antorchas parpadearon.
Y Nyssara supo, incluso antes de que alguien gritara, que el ataque no había terminado.
Aqhara alzó la mano, y la estaca de hielo respondió al instante, elevándose con ella. Nyssara siguió el movimiento casi sin darse cuenta, levantando la mirada hacia el cielo negro, donde la oscuridad parecía más espesa.
Esperaban.
El aire se tensó.
Entonces ocurrió.
La criatura descendió desde lo alto con una velocidad brutal, una masa de sombra sólida y oscuridad pura lanzándose sobre ellos. Sus garras se extendieron, demasiado cerca, tan cerca que Nyssara sintió el golpe del aire en el rostro.
Aqhara no dudó.
Con un movimiento seco, lanzó el brazo hacia adelante con toda su fuerza.
La estaca de hielo salió disparada y atravesó el cuello del Krupto con un crujido helado. La criatura emitió un sonido ahogado, imposible de identificar como un grito, antes de perder forma en el aire y caer pesadamente contra el suelo.
El impacto sacudió la arena.
Nyssara dio un respingo. El cuerpo oscuro se retorció una vez… y luego quedó inmóvil en la arena.
Nadie habló durante un segundo.
—No celebren —dijo Aqhara, bajando el brazo, la respiración agitada—. Falta otro.
Giró apenas la cabeza.
—Este es tuyo, Rovina.
Rovina la miró con el ceño fruncido, los labios apretados, claramente irritada.
—Claro —masculló—. Me dejas el más difícil.