El sol se asomaba por el balcón, bañando el rostro de Nyssara con una luz tibia y dorada. Parpadeó lentamente, aún atrapada entre el sueño y la vigilia, hasta que el murmullo lejano de la academia le recordó dónde estaba. Elementa no dormía del todo; incluso al amanecer, la magia parecía respirar entre sus muros.
Se incorporó despacio y observó la habitación. Sabrina seguía dormida, abrazando su arco, con el ceño relajado por primera vez en días. El brillo suave de la barrera seguía visible a lo lejos, casi imperceptible bajo la claridad del día.
Nyssara se acercó al balcón y apoyó las manos en la baranda, dejando que el aire fresco despejara sus pensamientos.
La barrera seguía allí, firme, silenciosa. No era una simple barrera común; había algo más profundo sosteniéndola. Alguien. ¿Quién podía mantener un poder así sin que se resquebrajara? Y, más importante aún… ¿desde cuándo?
Su mente volvió, inevitablemente, a su madre. A la reina de Hendini, atrapada en algún lugar desconocido. Y luego, como una sombra que se negaba a desvanecerse, apareció el recuerdo de aquel hombre de ojos negros. El anciano. El responsable de todo.
Si él era capaz de desafiar la magia elemental, entonces Elementa no era solo un refugio. Era el centro de algo mucho más grande… y más peligroso.
Un movimiento detrás de ella la sacó de sus pensamientos. Sabrina se estiró con pereza y abrió un ojo.
—Genial… primer día en una academia que no pedí —murmuró con una mueca—. Espero al menos que el desayuno valga la pena.
Nyssara esbozó una leve sonrisa, apartándose del balcón. Tomó la hoja con los horarios y la observó unos segundos más.
El descanso había terminado.
Elementa las esperaba.
Ambas se bañaron en silencio, dejando que el agua se llevara el cansancio del viaje y la tensión acumulada. Luego se pusieron los uniformes que habían encontrado en los clósets: vestidos blancos, de cortes elegantes y sobrios, con delicados detalles dorados que recorrían los bordes de la tela.
El tejido era ligero, pero firme, como si estuviera hecho para resistir el uso constante y, al mismo tiempo, reflejar la solemnidad de Elementa. Al verse arregladas, el lugar dejó de sentirse ajeno por un momento.
Sabrina se observó en el espejo, girando apenas sobre sí misma.
—Bueno… pudo haber sido peor —comentó con una media sonrisa.
Nyssara ajustó el vestido y respiró hondo. No se sentía una estudiante, pero sabía que ese uniforme marcaba el comienzo de algo que no podía evitar.
Sin decir nada más, ambas se prepararon para salir.
Ambas avanzaron por los pasillos siguiendo la hoja con el horario; a primera hora les correspondía el desayuno. En el camino se unieron a otros chicos y chicas que parecían dirigirse al mismo lugar, algunos conversando en voz baja, otros observándolas con curiosidad.
El flujo de estudiantes las condujo hasta un salón enorme. Al cruzar la entrada, Nyssara se detuvo un instante. El comedor estaba dominado por largas mesas de mármol dorado que se extendían de un extremo a otro, relucientes bajo la luz que entraba por altos ventanales. Sobre ellas se desplegaba una abundancia casi abrumadora: frutas desconocidas, panes de formas extrañas, platos humeantes y dulces elaborados, comidas provenientes de todos los reinos.
El murmullo del lugar, mezclado con risas y el tintinear de la vajilla, hacía que Elementa se sintiera viva, imponente… y todavía un poco intimidante.
Se sentaron en una de las mesas y comieron tranquilas, disfrutando de la variedad de comida que ofrecía Elementa.
Mientras comía, Nyssara alzó la vista y vio a una chica a cierta distancia. Por un momento le pareció alguien que conocía, aunque supo enseguida que no podía ser. La idea le resultó curiosa, nada más, y no le dio mayor importancia. Volvió a centrarse en el desayuno y, cuando terminaron, ambas se levantaron al notar que ya casi era hora de su siguiente actividad.
Salieron del gran salón junto al resto de estudiantes, siguiendo el horario que llevaban consigo.
Debían ir a la oficina de la rectora para que les explicara cómo funcionarían sus clases. Le preguntaron a un estudiante que pasaba por el pasillo y este les indicó el camino con una sonrisa amable.
El trayecto fue largo. Subieron escaleras interminables y atravesaron torres cada vez más altas hasta llegar a una puerta imponente. Un guardia las detuvo solo un instante antes de hacerlas pasar.
—Llegan tarde— soltó la rectora con una severidad tranquila.
—Lo sentimos, nosotras— empezó Sabrina, pero fue interrumpida al instante.
—No importa. —La mujer alzó una mano, cortando cualquier excusa—. Ambas tomarán clases según su elemento. Nyssara, irás con el grupo del elemento mente. Sabrina, con el de fuego. No hay excepciones.
Nyssara sintió un leve nudo en el estómago.
—¿Eso es todo? —preguntó Sabrina, cruzándose de brazos.
—Por ahora, sí. —La rectora las observó con atención, como si midiera algo más que su presencia—. Elementa no se adapta a ustedes. Ustedes deberán adaptarse a Elementa.
Un silencio breve se instaló en la sala.
—Pueden retirarse —añadió finalmente.
Ambas inclinaron ligeramente la cabeza y salieron de la oficina. Al cerrar la puerta tras ellas, Sabrina soltó un suspiro pesado.
—Genial… separadas desde el primer día.
Nyssara no respondió de inmediato. Miró el pasillo frente a ellas, largo y dividido en múltiples direcciones, y supo que ese era solo el comienzo.
—Bueno, aquí nos dividimos— soltó Sabrina cuando llegaron a uno de los jardines, donde los caminos se abrían hacia distintas aulas según el elemento.
—Nos vemos luego.
Nyssara asintió y tomó el sendero que le correspondía. El salón de mente estaba apartado, silencioso, casi oculto entre muros cubiertos de enredaderas claras. Empujó la puerta con cautela.
Dentro había pocas alumnas, apenas unas ocho, sentadas en completo silencio.