The Elementals: La flor de pascua

XVI. Felicity.

El tiempo en Elementa no era como Nyssara lo había imaginado. Habían pasado ya varias semanas y nada parecía terminar de encajar. No había pistas sobre el paradero de su madre, su magia apenas avanzaba un poco en cada clase, y Kael se mantenía distante: pocas palabras, casi siempre las mismas advertencias vagas sobre cuidarse.

Capella, en cambio, se había vuelto un apoyo constante para ambas; gracias a ella, los días se sentían menos pesados, menos solitarios.

Nyssara estaba recostada en la cama, mirando el techo, mientras conversaba con Sabrina.

—Esta barrera sigue fascinándome —comentó Sabrina, girándose de lado—. ¿Quién puede tener tanto poder como para mantenerla activa todo el tiempo?

Nyssara frunció ligeramente el ceño.

—Yo también me lo pregunto. Ese poder es abrumador… a veces lo siento encima de mí, como si me presionara —confesó, llevándose una mano al pecho.

Sabrina guardó silencio unos segundos, pensativa.

—¿No crees que sería buena idea investigar eso? —propuso al fin—. No tenemos mucho más que hacer y, además… nos ayudaría a distraernos un poco.

Nyssara no respondió de inmediato. La idea se asentó lentamente en su mente, incómoda pero tentadora, como si algo dentro de ella ya supiera que esa curiosidad no iba a dejarla en paz.

—Bueno no, no lo haré —respondió Nyssara con firmeza, girando un poco el rostro hacia la pared.

Sabrina soltó un bufido exagerado.

—Qué aburrida eres.

Nyssara no contestó.

En su interior, sin embargo, la duda seguía ahí, persistente. La barrera, ese poder constante y sofocante, no dejaba de llamarla. Tal vez no debía involucrar a Sabrina… tal vez era algo que debía averiguar sola, aunque eso implicara riesgos. Había preguntas que no podían seguir ignorándose para siempre.

Sabrina se dejó caer boca arriba sobre la cama.

—Entonces supongo que solo seguiremos yendo a clases como si nada pasara —murmuró—. Muy emocionante.

Nyssara cerró los ojos por un instante.

—Por ahora —respondió al fin, en voz baja.

La habitación quedó en silencio, pero la inquietud ya había echado raíces.

La idea no la dejó dormir esa noche.

Nyssara se había preparado en silencio, con una calma tensa que no sentía desde hacía tiempo. No le dijo nada a Sabrina. Cuanto menos supiera, mejor. No quería arrastrarla a algo que ni siquiera comprendía del todo.

Esperó a que la academia se sumiera en su rutina nocturna. Elementa nunca dormía por completo, pero a esas horas los pasillos quedaban casi vacíos, iluminados solo por la luz suave que nacía de los muros blancos. La barrera seguía allí, invisible pero presente, presionando como un peso constante sobre su mente.

Se levantó despacio, se colocó una capa sencilla sobre el uniforme y salió de la habitación sin hacer ruido.

El camino hacia la torre de la rectora era largo. Subió escaleras en espiral, cruzó corredores silenciosos y balcones desde los que se veía la barrera brillar débilmente sobre la ciudad de mármol y luz. Cada paso hacía que esa sensación mental se intensificara, como si algo —o alguien— notara su cercanía.

No era miedo lo que sentía.

Era reconocimiento.

Frente a la gran puerta de la oficina, Nyssara se detuvo. El aire allí era distinto, cargado, casi denso. Su cabeza palpitó un segundo y tuvo que apoyarse en la pared para recuperar el equilibrio.

Aquello no era solo poder elemental.

Era mente. Pura. Antigua.

Respiró hondo.

Si quería respuestas sobre la barrera, sobre su madre… y sobre el hombre de ojos negros, este era el lugar donde debía empezar.

Entró a la oficina lentamente.

El lugar estaba en silencio absoluto. No había papeles sobre el escritorio, ni pergaminos, ni plumas, nada que indicara que alguien trabajara allí. Demasiado limpio. Demasiado vacío.

Algo no encajaba.

La ausencia de objetos no era normal para alguien que dirigía toda Elementa. Era como si la oficina fuera solo una fachada.

Entonces lo oyó.

Un leve roce, casi imperceptible, detrás de una de las grandes libreras que se alzaban tras el escritorio. Nyssara contuvo la respiración y se acercó con cuidado. Al asomarse, distinguió una hendidura entre la pared y la madera.

Escaleras.

Su pulso se aceleró, pero no retrocedió. Cerró los ojos un instante y concentró su mente. Una energía violeta envolvió la librera, vibrando suavemente antes de deslizarla a un lado con precisión silenciosa, dejando al descubierto una escalera en espiral que ascendía hacia lo desconocido.

Así que aquí estaba el corazón de todo.

Sin pensarlo más, Nyssara avanzó. Cada peldaño hacía que la presión mental aumentara, como si aquel lugar estuviera hecho del mismo poder que sostenía la barrera. Cuando llegó a la cima, se asomó con cautela.

La habitación era casi completamente vacía.

No había muebles, ni símbolos, ni decoraciones… solo el espacio blanco y, en el centro, un ataúd.

Era de amatista.

La piedra brillaba con destellos internos, vivos, cambiantes. Nyssara se acercó despacio, con una mezcla de temor y fascinación, y apoyó las manos en la tapa. Al tocarla, una oleada de poder la atravesó de golpe, abrumadora, sofocante, como si miles de mentes y energías se comprimieran en un solo punto. Le costó respirar. Le temblaron las piernas.

Aun así, abrió el ataúd.

Dentro yacía una niña.

Tenía el cabello rosa, suave, que emitía destellos de distintos colores, como si varios elementos respiraran dentro de ella. No había heridas. No había rigidez. No sabía si dormía… o si estaba atrapada en algo peor.

¿Está viva…?

Nyssara dio un paso atrás, con el corazón golpeándole el pecho.

Entonces escuchó pasos.

Se giró de golpe.

La rectora estaba allí, de pie detrás de ella, observándola con una calma imposible de leer.

—Nyssara… —repitió la rectora con calma—. Tardaste mucho en llegar hasta aquí.



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En el texto hay: elementos, magia, amor fantasía acción

Editado: 23.12.2025

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