The Elementals: La flor de pascua

XVII. Los Daksha's.

El silencio que se había instalado era espeso, casi sofocante. Nadie hablaba. Los sentarís intercambiaban miradas tensas, como si cualquier sonido pudiera romper algo invisible.

No pasó mucho tiempo antes de que unas llamadas suaves pero insistentes resonaran contra las puertas del pasillo.

—Abran— ordenó una voz femenina desde el otro lado.

Un murmullo recorrió el lugar.

—Es la maestra Serrat —susurró uno de los sentarís.

Las puertas se abrieron lentamente.

Allí estaba ella.

La maestra Serrat, instructora de los sentarís de fuego, se mantenía erguida en el umbral. Su presencia imponía incluso más que de costumbre. Vestía el uniforme de la academia, pero algo en ella se sentía… distinto. Su mirada era perturbadora, fija, demasiado intensa. Y sus ojos brillaban con un violeta oscuro, antinatural, un tono cercano al del elemento mente, aunque mucho más profundo y denso que el habitual.

Nyssara sintió un leve estremecimiento recorrerle la espalda.

Sabrina frunció el ceño de inmediato, llevando instintivamente una mano hacia su arco.

Capella bajó la mirada por un segundo, incómoda.

Entonces la maestra volvió a hablar, pero esta vez su voz no era la suya. Sonaba ajena, hueca, como si varias gargantas hablaran a la vez. Mantenía las manos ocultas detrás de la espalda.

—Esto es una advertencia. Somos los Daksha’s. Estamos aquí para advertir a cualquiera que intente interponerse en nuestro plan. Ustedes no tienen dominio ante nosotros. Su rectora no quiso colaborar… y pagará las consecuencias. Al igual que todo aquel que se resista.

Un silencio helado cayó sobre el pasillo.

Rovina dio un paso al frente, con una expresión que ninguno de ellos le había visto antes.

—¿Qué le hicieron a mi madre? —exigió, con la voz cargada de rabia contenida.

La maestra no se movió.

—Graulk la tiene. Es un buen aliado… —respondió con frialdad—. Pero ese no es el punto. Todos ustedes están invitados a formar parte de este nuevo mundo, donde los elementos estarán corruptos y sin límites. A quienes se opongan… les irá mal.

Entonces, lentamente, la maestra llevó las manos al frente.

En una de ellas sostenía una daga.

Antes de que alguien pudiera reaccionar, con una facilidad aterradora, se la pasó por el cuello. La sangre brotó al instante y su cuerpo cayó pesadamente al suelo, sin vida.

El grito fue inmediato.

Los sentarís entraron en pánico, algunos retrocedieron, otros corrieron, y el pasillo se llenó de caos, murmullos y miedo.

Nyssara quedó paralizada.

Aquello ya no era una advertencia.

Era el inicio de algo mucho peor.

Nyssara salió corriendo escaleras arriba sin pensar, el corazón golpeándole con fuerza en el pecho. Atravesó pasillos y torres hasta llegar a uno de los jardines altos. Se detuvo en seco.

Desde allí pudo verlo.

La barrera había desaparecido.

El cielo, antes tranquilo, estaba rasgado por un torbellino de aire que se retorcía con violencia, manchado de sombras negras, como si algo oscuro lo contaminara desde dentro. A lo lejos, el remolino se alejaba arrastrando consigo varias siluetas apenas distinguibles.

Nyssara sintió que el mundo se le vaciaba bajo los pies.

Era el mismo torbellino.

El mismo que le había arrebatado a su madre.

Era él.

El hombre que la había secuestrado… y sus secuaces.

Nyssara quedó inmóvil, incapaz de respirar, con la mirada fija en cómo aquella oscuridad se perdía en el horizonte.

Detrás de ella llegaron Sabrina, Capella y Kael. Ninguno dijo nada. Se colocaron a su lado, contemplando el torbellino oscuro elevarse y desaparecer entre las nubes.

El silencio que quedó después fue peor que cualquier grito.

Porque ahora ya no había dudas:

la amenaza había comenzado.

—Nyssara, ¿estás bien? —preguntó Capella con la voz temblorosa, acercándose a ella.

Nyssara tardó un segundo en reaccionar. Seguía mirando el horizonte vacío, como si aún pudiera ver el torbellino.

—Ese es el hombre que secuestró a mi madre… —murmuró al fin, con la voz rota.

—¿Qué? —Capella abrió los ojos, incrédula.

El silencio cayó de golpe sobre los cuatro. Nadie supo qué decir. Incluso Sabrina, que casi siempre tenía una respuesta lista, permaneció quieta, con el ceño fruncido. Kael apretó la mandíbula, serio.

Entonces una voz irrumpió desde detrás de ellos.

—¡Tienen que ver esto! —urgió Terril—. ¡Ahora!

Nyssara apenas asintió. Todavía en shock, se dejó guiar junto a los demás. Caminaron rápido por los pasillos hasta llegar a la sala de reuniones del cónclave.

La puerta estaba abierta.

Al cruzarla, el aire cambió.

Los cuerpos yacían esparcidos por el suelo, inmóviles, con expresiones congeladas de horror. Todos los miembros del cónclave. Muertos. La sala, que antes imponía orden y poder, ahora era solo un escenario de masacre.

Capella se llevó una mano a la boca.

Sabrina dio un paso atrás, pálida.

Terril se quedó paralizado.

Kael recorrió la sala con la mirada, alerta, como si aún esperara un ataque.

Nyssara avanzó despacio.

Junto a uno de los cuerpos, en el centro de la sala, había un libro abierto. Sus páginas estaban manchadas de sangre fresca. Nyssara se agachó, ignorando el nudo en su garganta, y leyó lo que había escrito con trazos torcidos y violentos:

“Puntos de resonancia.

Daksha’s.

Azhar.

Greedya.

Ixarí.

Dakazi.”

Las letras estaban hechas con sangre.

Nyssara cerró los dedos con fuerza.

Aquello no era solo una advertencia.

Era una declaración de guerra.

Todos se acercaron y leyeron las palabras escritas con sangre. El silencio que siguió fue pesado, casi irrespirable.

—¿Quiénes son ellos? —preguntó Capella en voz baja, sin apartar la mirada del libro.

Nyssara cerró los ojos un instante antes de responder.



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En el texto hay: elementos, magia, amor fantasía acción

Editado: 23.12.2025

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