The End

Capitulo 4 : LA CARTA

Dicen que, desde el principio de los tiempos, tres personas están destinadas a soñarnos, tres a querernos y tres grandes amores a marcar nuestra existencia.

Después de que salimos de clase, Jerónimo nos confesó que ella era la niña que había visto aquella vez en el restaurante. Se llamaba Nahiara Flores y, aunque no sabía explicar con palabras lo que sentía, desde ese instante supo que quería pasar el resto de sus días a su lado.

Nos quedamos atónitas. Jamás lo habíamos visto así. Ni siquiera Dania lo interrumpió; se limitó a observarlo en silencio, con los ojos llenos de asombro. Era la primera vez que lo veíamos sonreír de esa manera, una sonrisa que iluminaba su rostro y contagiaba alegría a su alrededor.

Él, en cambio, no paraba de hablar de ella, describiéndola como la cosa más maravillosa del mundo. Sus palabras fluían con una pasión desbordante, como si Nahiara fuera la musa que había inspirado su alma.

Las clases transcurrieron con relativa normalidad. Jerónimo se mostraba más feliz que de costumbre, aunque de vez en cuando aún se enzarzaba en alguna que otra pelea. Sin embargo, su actitud general había cambiado; parecía que el amor lo había transformado por completo.

—Voy a jugar micro —anunció Jerónimo una mañana de camino a la escuela.

—¿Pero si a ti nunca te ha gustado jugar micro? ¿Por qué ahora sí? —preguntó Dania, con un tono de incredulidad—. ¿A qué se debe ese cambio repentino, si tú siempre has preferido el voleibol?

—Porque sí, ¡porque quiero! Y no tengo por qué darles explicaciones —respondió Jerónimo, con un deje de irritación en la voz.

Y, sin añadir una palabra más, se alejó de nosotras.

Sabíamos perfectamente que lo hacía por Nahiara. A ella le encantaba jugar micro y él, como un imán atraído por el metal, siempre quería estar cerca de ella. Incluso se apuntó al mismo grupo de aseo que Nahiara, algo impensable hasta entonces. Jerónimo siempre había sido el primero en escapar de esas tareas, haciendo lo que le venía en gana sin importarle las consecuencias. Ahora, en cambio, era el primero en ofrecerse para ayudar.

Era muy gracioso verlo intentar llamar la atención de Nahiara, aunque a veces sentíamos lástima por él. Buscaba juegos, temas de conversación, cualquier excusa para acercarse a ella. Pero, fiel a su estilo, era muy rudo y brusco, carente del tacto necesario para decir o hacer las cosas correctamente.

—Pobre Nahiara —comentó Dania, con una sonrisa maliciosa—. Tener que aguantarse a mi hermano todo el día encima de ella, como un chicle pegado al zapato. Pero al menos así ya no nos molesta tanto a nosotras. Hay que ver el lado bueno —y ambas soltamos una carcajada.

Eso pensábamos cuando, al salir de clase, Jerónimo se acercó a nosotras con un semblante triste y nos pidió un favor casi como una súplica.

—Por más que intento hablarle bonito a Nahiara, no me sale. Todo lo que digo o hago termina saliendo al revés. Ayúdenme, por favor. Ya no sé qué hacer para que ella se fije en mí.

Le aconsejamos que, si no era capaz de expresar sus sentimientos en persona, le escribiera una carta. Que plasmara en papel todo lo que sentía por ella, que esa podría ser la mejor manera de llegar a su corazón.

—Pero ustedes me ayudan —insistió Jerónimo—. Yo no tengo buena letra, y mi ortografía es un desastre.

—¿Ortografía u orrografía? Bueno, eso no importa —intervino Dania, con su habitual sarcasmo—. ¿Qué nos das a cambio? Tienes que darnos algo si quieres que te echemos una mano.

Jerónimo enarcó una ceja, un gesto que siempre hacía cuando no estaba de acuerdo con algo, y preguntó:

—¿Qué quieren a cambio...?

Me sorprendió su actitud. Esperaba una negativa rotunda, una discusión acalorada. Jerónimo siempre se ponía a la defensiva, pero esta vez parecía dispuesto a ceder.

—Yo le respondí—: Quiero que me traigas una chirimoya de la casa del vecino, la más grande que encuentres. Pero tiene que ser hoy mismo, o si no, no hay trato.

—Yo quiero —añadió Dania— que me traigas mangos biches, para comer con sal. Y también tiene que ser hoy mismo.

Apenas llegamos a casa, Jerónimo se cambió el uniforme a toda prisa y salió corriendo en busca de la chirimoya y los mangos.

Poco después, apareció donde nosotras, jadeando y con el rostro cubierto de sudor. Se había arañado la cara con algo y se notaba que le había costado un gran esfuerzo conseguir lo que le habíamos pedido.

Dania y yo intercambiamos una mirada cómplice. Nos enterneció y nos dio lástima verlo de esa manera. Jerónimo nunca se había esforzado tanto por nadie. Era evidente que Nahiara le gustaba de verdad, y mucho.

Dejamos a un lado nuestras tareas y comenzamos a ayudarle a escribir la carta.

Mientras él dictaba y Dania transcribía, cada palabra de Jerónimo nos revelaba a una persona completamente distinta. Era asombroso escucharlo. Sus frases, cargadas de una ternura y un amor insospechados, nos dejaron boquiabiertas. Hablaba con una dulzura que parecía poesía, un torrente de sentimientos que jamás habríamos imaginado en aquel chico siempre distante y frío, ahora convertido en el más sentimental de todos.

No sé qué es realmente el amor, ni siquiera encuentro palabras para definirlo. Quizás sea esa quimera que todos anhelamos, esa conexión que nos hace sentir completos. Dicen que dichoso aquel que ama y es amado en igual medida, un ideal que parece desvanecerse en estos tiempos donde el amor se ha devaluado, donde la mentira y la superficialidad lo corrompen todo. Ver a Jerónimo me hizo pensar que el amor es un acto de valentía, una entrega que nos vuelve vulnerables, que nos transforma de manera irreversible. Y es que, cuando uno se enamora, se ciega ante todo lo demás, navegando a ciegas en un mar de emociones.

Así se sentía Jerónimo...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.