En las vastas llanuras del norte, donde los vientos cantaban canciones antiguas y las estrellas parecían más cercanas que nunca, una elfa caminaba sola bajo el cielo encapotado. Su figura, envuelta en una capa gris que se confundía con la niebla, era apenas un destello de movimiento en un paisaje desprovisto de vida. El sonido de sus pasos resonaba con un eco extraño, como si el mundo mismo la estuviera observando.
Kaeli no había estado aquí en siglos. El camino que ahora recorría era uno que había jurado nunca volver a tomar. Pero las promesas hechas a uno mismo rara vez son más fuertes que el peso de los recuerdos.
Caminaba con un propósito: alcanzar un destino que muchos consideraban un mito. El Árbol Eterno.
"El corazón del tiempo mismo." Eso decían las leyendas. Un árbol tan antiguo que sus raíces habían presenciado el nacimiento del mundo y sus hojas susurraban los secretos del futuro y reflejaban los recuerdos del pasado. Pero para la elfa, el Árbol no era un símbolo de sabiduría ni un desafío a su incredulidad; era su última esperanza.
Ella detuvo su andar al llegar a una pequeña colina, desde cuya cima podía divisar un pueblo abandonado. Estenberg, lo llamaban. Había sido próspero una vez, antes de que las guerras y las hambrunas lo convirtieran en un cementerio de ruinas.
Recordaba haber pasado por aquí hacía más de cien años, cuando formaba parte de un pequeño pero sumamente famoso y poderoso grupo de aventureros... Lyra, la curandera del grupo, se encargaba de curar con hechizos a los demás miembros en medio de las batallas, aparte, su cocina era increíble... Garruck, era un semi-orco, osea un híbrido básicamente, a pesar de ser torpe, era gracioso y buena persona, era el tanque del equipo, tenía una resistencia increíble... Y por último... Alden, el mejor y único amigo de Kaeli, era el lider del grupo, y a la vez el más valiente y persistente, usaba una espada que le permitía acabar con todos rápidamente, su cabello rojo contrastaba con el atardecer al que el grupo estaba acostumbrado a observar todos los días.
Volviendo al presente... Ella se arrodilló junto a un muro derruido, pasando los dedos por la piedra cubierta de musgo. La textura rugosa despertó un torrente de imágenes en su mente: Alden riendo junto al fuego, hablando de los planes que tenía para el futuro; la curandera del grupo, siempre calculadora, pero con un brillo travieso en los ojos; el guerrero, cuyo ruidoso optimismo contrastaba con su torpeza al manejar su enorme maza.
Kaeli cerró los ojos y suspiró. "Todos muertos." El pensamiento era una daga conocida, siempre clavándose en el mismo lugar. Sus compañeros habían vivido sus vidas como chispas fugaces, mientras ella continuaba, atrapada en un ciclo interminable de recuerdos y arrepentimientos.
El último rostro que vio en su mente fue el de Alden. Recordó la última vez que lo había visto, con la mochila al hombro y una sonrisa en el rostro.
-"¿Vendrás con nosotros, Kali?"- le había preguntado Alden a Kaeli, la cual era apodada por el como "Kali"
-"No... Preferiría seguir con mis viajes... No me interesa mucho quedarme a vivir en esta ciudad"-
"Qué inútil suena esa excusa ahora" pensó.
Kaeli descendió la colina y caminó entre las ruinas del pueblo. Las puertas de las casas estaban abiertas, revelando interiores cubiertos de polvo y telarañas. Aunque sabía que nadie habitaba allí, no pudo evitar sentir una presencia. Era como si las piedras mismas la observaran.
Se detuvo frente a una fuente seca en el centro del pueblo. Sobre el borde de la fuente, había algo que no recordaba haber visto antes: un pequeño cuervo, de plumaje negro brillante, la miraba con ojos inusualmente vivos.
-"¿Que haces aquí?"- le preguntó, aunque sabía que no obtendría respuesta.
El cuervo inclinó la cabeza y graznó, pero no voló. Kaeli frunció el ceño.
-"¿Eres un augurio? ¿O simplemente un curioso?"-
El ave graznó de nuevo y alzó vuelo, pero no se alejó. En lugar de eso, se posó sobre el techo de una casa cercana y la miró fijamente, como si esperara que lo siguiera. Kaeli sintió un escalofrío.
-"Ya veo..."- murmuró, acto seguido sus pies comenzaron a moverse en dirección al cuervo.
El ave la guió a través del pueblo, llevándola a un lugar que no recordaba haber visto antes: una capilla al borde del bosque, cubierta de hiedra y casi completamente oculta por la vegetación.
Kaeli se detuvo frente a la entrada. Había algo inquietante en la estructura, pero también algo que la atraía. Empujó la puerta con cuidado, y el sonido de la madera al abrirse resonó como un lamento.
Dentro, el aire estaba cargado de polvo y un leve aroma a hierbas secas. En el centro de la capilla, sobre un pedestal de piedra, había un libro abierto. Sus páginas estaban amarillentas, pero las palabras escritas en ellas brillaban débilmente, como si estuvieran imbuidas de magia.
Kaeli avanzó con cautela. El cuervo se posó sobre el pedestal, graznó una vez más y luego desapareció en una nube de sombras. Kaeli apretó los labios y miró el libro.
Las palabras en la página parecían estar escritas en un idioma que no reconocía, pero al mismo tiempo, las entendía perfectamente.
"Aquel que busque el Árbol Eterno debe enfrentar primero las sombras de su pasado."
Kaeli sintió que un escalofrío recorría su columna. Antes de que pudiera apartar la vista, las palabras comenzaron a cambiar, transformándose en imágenes: escenas de su vida, momentos que había tratado de olvidar.
La última imagen era la más clara: Alden, de pie en un camino iluminado por la luz del atardecer, volviéndose hacia ella con una mirada que mezclaba decepción y resignación.
-"¿Porque no viniste con nosotros?"- preguntó la visión, con una voz tan real que Kaeli retrocedió un paso.