The F word

6. More than words

     Miro la pantalla de mi móvil con una sonrisa mientras voy deslizando el slider de fotos que nos sacamos en el último festival de música. Fue tan divertido. Los grupos que vinieron a esta última tanda eran tremendos, basados en grupos de punk y rock desde los 70' a los 2000, incluso conseguimos hacernos una foto con un clon muy bien conseguido de Axl Rose. En la foto estamos los siete que fuimos al evento: Random Guy, Marc, Arantxa, Bea, David, Daphne y yo, rodeando al falso Axl, que mira a la cámara con chulería, y me encanta. Creo que la imprimiré y me la colgaré en la habitación.

     Si soy totalmente sincera, no esperaba pasármelo tan bien este verano. Sabía que seguramente saldría de vez en cuando con las chicas, pero no esperaba formar un grupo tan variopinto y divertido. Tengo que reconocer que, aunque al principio tuve mis reparos, el vecino ha resultado no ser el moscardón molesto que imaginaba e incluso creo que podemos llegar a ser buenos amigos, pero no sé si seré capaz de comportarme con él. Es tan divertido hacerle rabiar. Arantxa es divertidísima, a pesar de ser un poco sabelotodo, y Marc me encanta. Si no le viera tan centrado en Arantxa, a lo mejor intentaría acercarme a él, pero ya me he dado cuenta de que no tengo muchas posibilidades y como ella me cae demasiado bien como para inmiscuirme y parece recíproco... nope, let it be. A los demás no los conozco tanto, puesto que han venido solo a uno o dos de los festivales, mientras que nosotras nos hemos apuntado a todos, pero también me han parecido simpáticos. Creo que no me había sentido así en años. No suelo llevarme tan bien con la gente de mi edad. Todo el mundo me lo dice, I'm an old soul.

     Alzo la mirada hacia el cartel que anuncia las paradas de bus, para no saltarme la mía, y en cuanto llegamos, me apeo rápidamente y emprendo mi marcha, a paso rápido, hasta casa. Esta noche tenemos una cena con los vecinos, precisamente, y ya estoy llegando tarde.

     En cuanto entro por la puerta, me encuentro a mi madre correteando de aquí para allá, tan inquieta como siempre y a mis hermanos armando barullo en su habitación. Espero que no estén destrozando nada.

     —¡Cassie! —me descubre mi madre—. ¿Se puede saber dónde estabas? Patricia y sus hijos están a punto de llegar.

     —Estaba... por ahí —respondo, sin querer entrar en detalles, y cambio rápidamente de tema—. ¿Qué queda por hacer?

     Pero justo en este momento suena el timbre y mi madre me dice que ya es demasiado tarde y que simplemente abra la puerta. Me adecento un poco ante el espejo del recibidor y tiro del pomo. Ante mis ojos aparece la familia Estévez-Pazos. Un hombre fornido, de mediana edad, de cabello y ojos grises, que empieza a ralear, que se presenta como Eugenio Estévez, el padre de Edu y Emma; la nueva amiga inseparable de mi madre, Patricia, una mujer muy guapa de cabello ondulado, tan negro como el de su hijo y ojos esmeralda; una niña monísima de cabello castaño claro, recogido en dos coletas bajas y ojos verde-azulados, y Edu, al que tengo ya más que visto. Les invito a pasar al salón mientras me disculpo para subir un momento a la habitación, acabar de arreglarme y comprobar si mis hermanos están presentables. Mientras tanto, Patricia entra alegremente en la cocina, como Pedro por su casa, en busca de mi madre y las escucho gritar como dos adolescentes, a lo que pongo los ojos en blanco y sonrío para mí.

     Antes de arreglarme yo, me acerco a la habitación de los gemelos y me los encuentro jugando al nuevo Pokémon que sacaron hace unos meses, ajenos a todo.

     —Chicos, los invitados ya están aquí. Id apagando la consola, que tenemos que cenar.

     —Nah, estamos mejor aquí —me contesta Alec, sin apartar los ojos de la pantalla, tras lo que tengo que respirar profundamente un par de veces antes de volver a dirigirme a ellos.

     —Se lo habéis prometido a mamá. Nada de tonterías esta noche. Os lo repito: apagad la consola y a cenar.

     —Fuck —replica Alec, enfadado tras perder una captura.

     —Esa lengua —le regaño.

     —Mira quien habla —le defiende Max.

     —Shut up or I swear to God... —empiezo a sentir como la ira fluye a través de mis venas.

     Finalmente, los gemelos sueltan un bufido y apagan la consola, saliendo de la habitación de mala gana y dejándome a solas con mi cabreo. Intento respirar profundamente, controlando al monstruo que sé que me posee de vez en cuando y tratando de alejarlo de mí. Después de cinco minutos de inspirar y espirar con tranquilidad, me siento lo suficientemente bien como para ir a la habitación, cambiarme de ropa y bajar a cenar.

     Cuando llego al comedor, me doy cuenta de que mi madre ya ha puesto la mesa y me siento un poco inútil, por no haberla podido ayudar, pero ya no hay mucho que hacer.

     —Todo tiene una pinta deliciosa —comenta el señor Estévez, mientras mi madre le sirve una generosa rodaja de solomillo Wellington, con salsa de cerveza, verduras al vapor y una patata asada con sour cream.

     —Muchas gracias, Eugenio. Es una receta que me enseñó mi cuñada, bueno, excuñada. Espero que os guste.

     Me llevo un trozo de solomillo a la boca y lo degusto con deleite. Hacía tanto desde la última vez que mamá cocinó esta receta... Demasiado tiempo, así que tengo que aprovechar el momento, porque no sé cuándo será la próxima vez.

     —Emma, cariño, ¿no te gusta? —pregunta mi madre a la pequeña niña de coletas.

     —Sí... pero la verdura no mucho.

     —Pero se la va a comer igual, porque con la salsa estará riquísima, ¿verdad, Em? —le pregunta su hermano mayor, mirándola con seriedad, lo que me hace reír internamente. Me recuerda a alguien.

     —Veo que tienes una buena ayuda en casa —señala mi madre a Patricia, refiriéndose a Edu.



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En el texto hay: amor juvenil, risas, superacion

Editado: 02.01.2023

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