The F word

8. Cold tide

      Voy juntando y separando los pies, una y otra vez, deslizándolos perezosamente por el suelo, mientras escucho a mi interlocutora. Sé que solo intenta ayudarme, pero me cuesta ver a dónde quiere llegar.

      —¿Cassie?

      —¿Qué? —levanto la mirada, al darme cuenta de que acaba de hacerme una pregunta, para encontrarme con esos ojos avellana que me observan con atención—. Ah... no lo sé.

      —¿Te refieres a que no sabes por qué te enfadaste al escuchar a tu amigo hablar de Iñaki como si fuera tu padre? —insiste ella.

      —No... —replico, hastiada, mientras mi psicóloga me observa, sin abrir la boca. Supongo que no es suficiente—. Bueno, es que no es mi padre y no quiero que lo sea.

      —¿Te ha dicho él que quiera serlo?

      —No, pero... —intento buscar las palabras, pero es difícil. Siempre lo es.

      —Pero no quieres plantearte ese escenario por ahora —tantea Miranda.

      —Supongo —admito.

      —¿Crees que, si la relación entre tu madre y él sigue avanzando, querrá que le reconozcas como tal? —continúa, implacable, ante lo que hago un esfuerzo por intentar ponerme en su lugar, pensando en sus actitudes con mi familia y conmigo.

      —No...

      —¿Por qué dudas?

      —No lo sé —me remuevo en el asiento, incómoda.

      —Pongamos que tu madre y él formalizan su relación. ¿Qué crees que es lo peor que podría pasar? No vale decir 'no lo sé', haz un esfuerzo —sonríe.

      —Really? You know that...

      —Sí, pero quiero que me lo digas —insiste—. Y en castellano. Sé que cuando te alteras se te cruza el cable y te pasas al inglés, pero vamos a respirar como te he enseñado y después me respondes, no hay prisa.

      Le hago caso. La verdad es que cada vez se me da mejor lo de respirar con el diafragma, lo he estado practicando mucho, porque también me ayuda a cantar mejor.

      —Tengo miedo de que vuelva a suceder —admito en voz baja y temblorosa, evitando mirarla a los ojos, sintiendo la ira aflorar en mí una vez más y vuelvo a respirar profundo.

      —Cassie, lo estás haciendo muy bien —comenta, con voz calmada—. ¿Quieres seguir?

      Respiro hondo de nuevo y asiento, a lo que me devuelve una mirada de apoyo.

      —¿Cómo de probable crees que es que se dé esa situación, en general, no con Iñaki, sino con cualquier persona?

      —¿Cómo? —pregunto, sin comprender.

      —Quiero decir, ¿qué porcentaje de probabilidad crees que hay de que vuelva a repetirse lo mismo? Ese escenario que hemos configurado como lo peor que puede suceder. Intenta pensar con lógica, como hemos trabajado hasta ahora. Haciéndote las preguntas del ejercicio que te mandé.

      —Supongo que bajo. Bastante bajo —respondo, meditándolo unos segundos.

      —Entonces, ¿crees que es probable que el hecho de que ya haya ocurrido una vez no implique que tenga que pasar una segunda?

      —Supongo que sí —admito, finalmente.

      Miranda me mira a los ojos y puedo ver un destello de orgullo en ellos. Yo también me doy cuenta. Estoy mejor. Ya no tengo unos estallidos de ira tan gordos como hace un año. Todavía me cuesta, todavía siento que hay cosas que no puedo dejar pasar, todavía me siento pequeña, pero al menos puedo respirar con más soltura.

      Al finalizar la hora, me propone llevar a cabo unos ejercicios relacionados con el tipo de pensamientos que me vienen a la cabeza cuando me encuentro mal y nos despedimos, quedando en volver a vernos el miércoles que viene, como siempre. Pero antes de salir por la puerta, me hace una última pregunta.

      —¿Has pensado en lo que hablamos?

      —No voy a contárselo a mi madre.

      —Es tu decisión... pero creo que la subestimas. Creo que tu madre es más fuerte de lo que piensas y que le gustaría saber que su hija está acudiendo a terapia.

      Me despido, prometiéndole que lo pensaré, y salgo de la consulta. Antes de pisar a la calle, miro a los lados, como siempre, para no encontrarme a nadie, y salgo cuando en cuanto estoy segura de ello.

      Deambulo por las calles, sin tener mucha idea de hacia dónde ir. A pesar de que me siento mejor, en términos generales, esta sesión me ha dejado un poco tocada. Creo que es la primera vez que llegamos tan lejos y no sé si ha sido buena idea.

      Sin darme cuenta, termino llegando al peñasco del Peine del Viento y me detengo a mirar el mar. El aire empieza a ser frío, pero no me importa. Siento que me revitaliza. La sensación de las gotas de agua salada en mi rostro y el olor a salitre actúan como un bálsamo para mí, así que cierro los ojos y disfruto del momento, mientras escucho a la gente pasar por el caminito que hay a mis espaldas. Sin embargo, y aunque la sensación es de lo más placentera, siento que no es suficiente. Hoy no. Maldita psicóloga y su manía de removérmelo todo.

      Suelto un bufido y saco el móvil para mirar la hora. Las siete y media. Tal vez todavía pueda quedar con alguien y distraerme.

Yo [19:28]: Hey there!

Yo [19:28]: ¿Por dónde andáis?

Yo [19:40]: ¿Chicas?

Daphne Clase [19:45]: Ay, perdona, he quedado con Alberto... ¿necesitas algo? ¿Te llamo?

Yo [19:45]: No, tranquila, preguntaba solo por saber qué hacíais =)

Daphne Clase [19:47]: Vale, guapa, pues luego te escribo. ¡Te quiero!

Bea Clase [19:48]: Ostras, pues yo estoy entrando en una nueva clase a la que me he apuntado. ¿Recuerdas que tenía ganas de aprender bailes del mundo? Pues me he apuntado a clases de tango.

Yo [19:48]: No way... xD

Bea Clase [19:49]: Sí way, jajaja. Tengo que entrar, ¡luego os cuento!



#2303 en Joven Adulto
#12515 en Novela romántica

En el texto hay: amor juvenil, risas, superacion

Editado: 02.01.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.