The F word

12. Sorpresa a la inglesa

      Siento el móvil vibrar en el bolsillo de mi pantalón y me pongo nervioso, pensando que pueden estar teniendo problemas para encontrar algo de la lista. Disimuladamente, cuando el profesor se da la vuelta, aprovecho para echar un vistazo de reojo al grupo de WhatsApp, rezando porque no se les haya caído la bandeja de minipizzas por el camino o algo parecido.

Marc [14:46]: Tío, ¿te queda mucho? Acabamos de llegar a tu casa con las cosas y no nos abre nadie...

      Entro en pánico momentáneamente. ¿Cómo que nadie? Se suponía que mi padre tenía libre hoy, ¿dónde narices se ha metido? Como nos pille...

Marc [14:47]: Nada, tío, falsa alarma, estaba plantando un pino.

      Dejo ir un suspiro airado y tecleo, disimulada y rápidamente, mientras miro la hora, con impaciencia.

Yo [14:48]: Joder, no me des esos sustos. Me quedan 10 minutos y voy para allá. Intentad no montar mucho jaleo.

Arantxa [14:49]: No entiendo por qué insististe en hacer la fiesta en tu garaje. Así nos va a pillar enseguida. ¡Que vivís enfrente!

Yo [14:54]: Era lo más fácil... Ella tenía que venir de todos modos a mi casa hoy para la clase de música. Así no sospechará.

      Marc, Arantxa y Urrutia me ponen emojis con los ojos en blanco y, tras prometerles que en poco tiempo estoy con ellos, vuelvo a guardar el móvil.

      Hace unos días, se cumplió un año desde que Cassie y su familia se mudaron a nuestra ciudad y como, a pesar de nuestras diferencias al principio, hemos terminado haciéndonos buenos amigos y se ha convertido ya en parte del grupo, hemos pensado que sería buena idea hacerle una fiesta sorpresa para celebrarlo. Arantxa tiene razón, hacer la fiesta en mi casa es una invitación con luces de neón a que nuestra amiga nos descubra y se nos vaya a la porra el plan, pero además de la cercanía y de la excusa de las clases, mi garaje es el único lo suficientemente grande para meter a toda esa gente y el único que cuenta con el equipamiento técnico que necesitamos. Además, así la tarta no tiene que viajar demasiado lejos, pues la ha preparado la señora de la casa y mejor repostera de la ciudad: mi madre.

      Resoplo y poso las palmas de las manos sobre mis piernas, para calmar el nerviosismo con el que mis zapatillas repiquetean en el suelo, esperando a que termine la clase. He quedado con Cassie a las seis, quedan tres horas y todavía no tenemos nada preparado. A buena hora se me ocurrió apuntarme a las sesiones extra de Acústica Musical.

      Los algo más de diez minutos que transcurren hasta que el profesor nos deja marchar se me hacen eternos, pero en cuanto da la señal, salgo pitando y me voy hacia casa, aminorando la marcha al llegar a mi calle para no resultar sospechoso, por si las moscas.

      Al entrar en mi cocina, me encuentro con una auténtica batalla campal. Todas las encimeras disponibles están llenas o de comida o de bebida. Urrutia y Bea están preparando sándwiches y se les ve discutiendo animadamente con respecto a si es mejor dejar los bordes o eliminarlos. Arantxa está preparando una especie de ponche, espero que sin alcohol, ya que sus amigas todavía son menores y como nos pillen sus padres nos llevaremos una bronca. Las minipizzas están en su bandeja correspondiente y la tarta red velvet con queso crema está en la nevera a buen recaudo. Voy a echarle un vistazo, por curiosidad, ya que mi madre no me dejó acercarme ayer, mientras la terminaba.

      —No oses interrumpir mi momento de inspiración —me dijo anoche, antes de cerrarme la puerta de la cocina en las narices.

      Levanto con cuidado el papel vegetal que la cubre y me doy cuenta de que la tarta le va a encantar con total seguridad. Es una luna llena, asentada sobre una plataforma en forma de nube, con glaseado de espejo y plagada de estrellas. Sobre la luna hay una pequeña guitarra negra y fucsia, moldeada en chocolate. No puedo evitar sonreír: es ella. Su espíritu. Mi madre la ha captado a la perfección. Con cuidado de no estropear nada, cierro la nevera y me dirijo al garaje, donde se encuentra el resto del grupo.

      —Tío, ya era hora —se queja Marc.

      —Lo sé, lo siento... —junto las manos en gesto de disculpa, ante la atenta mirada de Arantxa, Paulina, David, Lucía y mi mejor amigo.

      —Si tienes tiempo para disculparte, tienes tiempo para ponerte a currar —me espeta Arantxa, tan marimandona como siempre—. Venga, a colgar serpentinas.

      Le hago caso, por supuesto, porque, aunque estén en mi casa, lo cierto es que, si no fuera por ellos, nada de esto habría salido bien. Bueno, por eso y porque cuando Arantxa se pone en plan CEO, me da un miedo que te cagas. Marc no sabe dónde se ha metido.

      Estoy subido a la escalera colgando mi enésima cinta de colorines cuando siento el móvil vibrar en mi bolsillo.

Daphne Amiga Cassie [16:19]: Tengo un problemón, no creo que pueda venir...

Yo [16:20]: ¿Qué? Chica, no me digas eso. Que eres una de sus mejores amigas...

Daphne Amiga Cassie [16:20]: Ya, bueno, no creo que eso le importe mucho a mi madre.

Yo [16:21]: ¿Te ha vuelto a castigar? ¿Qué has hecho esta vez?

Daphne Amiga Cassie [16:21]: ¡Nada!

Yo [16:21]: ...

Daphne Amiga Cassie [16:22]: Bueno... puede que haya robado las respuestas de un examen, pero solo un poco...

Yo [16:22]: ¡DAPHNE! Así no se comporta una futura abogada xD

Yo [16:23]: A ver, lo entiendo, pero... ¿de verdad no puedes intentar convencerla? ¿Quieres que la llame?

Daphne Amiga Cassie [16:23]: ¿Crees que el hecho de que la llame un pavo, cuando me quiere alejada de todo vuestro género hasta que cumpla los 40, me va a ayudar en esto? Flipas, chaval.



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En el texto hay: amor juvenil, risas, superacion

Editado: 02.01.2023

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