16. Fintas (I)
Julio
Centro mis ojos en los de mi oponente, mientras boto la pelota de baloncesto de manera aparentemente errática, para confundirle. Ahora mismo, todo lo que tengo en mente es llegar a la canasta que tiene a su espalda y marcar el tanto que me dé la victoria, pero no parece ponérmelo fácil. Trata de confundirme con su constante parloteo, con el objetivo de desestabilizarme, pero si algo tenemos claro ambos, es que en pleno partido no hay amistad que valga y que soy implacable, así que, con una finta, consigo adelantarle por el lado y dando un salto, el balón pasa limpiamente por el tan ansiado hoyo metálico.
—Te has vuelto un blandengue, Marc… —me burlo de él—. Cada vez se me hace más fácil ganarte.
—Es lo que tiene que te desvelen de madrugada, ya sabes. Ah no, espera, que tú no tienes novia.
Le lanzo la pelota bruscamente, riendo con desdén ante ese golpe tremendamente bajo, pero consigue atraparla al vuelo.
—¿A que pica? —continúa—. Bueno, lo prometido es deuda, te invito a tomar algo.
—¿Le vas a echar veneno? —le pregunto con socarronería, mientras me echo algo de agua sobre la cabeza para refrescarme un poco. Este mes de agosto está siendo horrorosamente cálido. Estamos a fin de mes y todavía hay días en los que no bajamos de los 30ºC, es una tortura. Espero que no dure mucho más. Por suerte parece que se acercan por el horizonte unos nubarrones que prometen lluvia.
—No, tranquilo, ya sabes que soy buen perdedor… —empieza, y aunque parece que tras esa declaración va a decir algo más, se calla de golpe, probablemente tras ver mi expresión de incredulidad—. Anda, vamos.
Nos acercamos al bar al que solemos ir de vez en cuando y nos sentamos directamente en la barra, donde ambos nos pedimos una cola mientras nos agenciamos algunos pintxos. El de tortilla de patatas con pimientos y mayonesa de wasabi está especialmente delicioso. Mientras tanto, hablamos sobre el partido que tenemos el próximo fin de semana. Se trata de un encuentro importante, ya que competimos contra un equipo bilbaíno, nuestros eternos rivales, así que evidentemente no podemos permitirnos perder.
—¿Crees que Tomás podrá jugar? Últimamente parece estar muy liado con el trabajo —pregunto, echando una ávida ojeada a los nuevos pintxos que el camarero está depositando en la barra. Uhm… ¿son eso mini hamburguesas con tomate seco?
—Esperemos que sí. Como no juegue lo vamos a tener complicado para ganar, es muy bueno. Por cierto, ¿te has enterado de lo de Bea y Urrutia?
—¿Al fin se han liado? Ya era hora, hacía meses que tonteaban.
—Sí, al parecer fue en el cumpleaños de ella. Quedaron para ir al cine y supongo que ya no se aguantaron las ganas.
—Me alegro por ellos, pero me sabe mal por Bea, ya sabes que Urrutia puede ser un poco intenso a veces… espero que baje un poco su nivel de drama habitual.
—Mira que eres capullo —se ríe mi amigo—, ¿también hablas así de mí a mis espaldas?
—De ti digo cosas peores. Mucho peores —declaro con convicción mientras tomo un sorbo de mi bebida—. Oye, ¿te ha dicho Arantxa si va a venir con las chicas a vernos jugar?
—¿Con las chicas o con Cassie? —me pregunta, enseñando los dientes en una amplia sonrisa que busca claramente ponerme nervioso.
—No sé por qué te cuento nada…
—Porque me amas.
—O porque si te llegas a enterar por otra vía, no habría podido aguantar tus constantes quejas y plañidos. Me habrían acompañado hasta mi jubilación, estoy seguro.
—No lo descarto —concede con tono burlesco—. Entonces… ¿de verdad no ha pasado nada más? Me vas a decir que quedáis para vuestras “clases” —indaga, entrecomillando la última palabra— cada semana en privado, en vuestra habitación, que os pasáis el día hablando por Whatsapp, que os veis casi a diario porque prácticamente vivís en la misma casa… ¿y de verdad no ha pasado nada más?
—Ya te dije que no. Solo somos amigos.
—Amigos que se meten la lengua hasta la campanilla.
Vuelvo a sonrojarme por enésima vez. No puedo evitarlo. A pesar de que Cassie y yo ya estamos en buenos términos y que aclaramos lo sucedido y decidimos dejarlo como una anécdota divertida que contar a nuestros nietos (cuando tengan edad para ello, claro), no puedo hacer nada, es automático. Es rememorar ese día y me muero de la vergüenza. Que no es ni mucho menos la primera vez que beso a alguien, pero la situación… Dios, es que fue mortificante. Sobre todo, me preocupaba pensar en haber cruzado una línea de no retorno con ella y que no volviera a sentirse cómoda conmigo. Sin embargo, parece que desde que lo arreglamos está todo bien de verdad. Ninguno ha vuelto a sacar el tema y así lo vamos a dejar.
—Solo fue una vez y fue un malentendido.
—Te repito lo que ya te dije cuando me lo contaste… yo no lo tengo tan claro. Veo cosas, tío, de verdad.
—Sí, como el niño del Sexto sentido, no te jode.
—Te lo digo en serio… Pero bueno, el tiempo ya me dará la razón.
—Lo dudo mucho.
Marc se encoge de hombros, comprendiendo que no va a poder hacerme cambiar de parecer, y entonces a ambos nos salta una notificación de mensaje en nuestro grupo de Whatsapp. Parece que Cassie ha compartido una foto en la que sale con su amiga Claudia, quien está de visita, junto al funicular que sube al monte Igueldo.
Arantxa [13:10]: Jo, qué envidia… y yo aquí montando cajas.
Inglesita malhablada [13:11]: ¿Montando cajas? ¿Para qué?
Arantxa [13:11]: Hemos tenido un problemilla con el casero. Por lo visto se le olvidó decirnos que necesitaba el piso de vuelta para su propia familia, con tiempo de antelación. Vamos a ir a pasar unos días con la hermana de mi padre hasta que encontremos algo.
—Ostras, no tenía ni idea de esto —le comento a Marc, alzando la vista de la pantalla.
—Ha sido bastante repentino, yo me enteré también hace dos días. Mira, dicen algo más —vuelve a señalar el móvil.