19. Líos y enredos
Noviembre
Inglesita malhablada [15:06]: Por enésima vez... NO ES VERDAD
Yo [15:06]: Sabes que es así, admítelo de una vez
Inglesita malhablada [15:07]: No pienso admitir algo que no es cierto
Yo [15:07]: Ni yo voy a dejar que creas que tienes razón cuando, claramente, no la tienes
Un chirrido estridente que surge del amplificador del bajo que Paulina está ajustando, me devuelve a la realidad.
—Perdona, Edu. Creo que se me ha ido la mano —se disculpa conmigo.
—No te preocupes, con que bajes un poco el volumen, estará bien —la tranquilizo, guardándome el móvil en el bolsillo y dejando salir una sonrisilla al escuchar la vibración que me indica que Cassie no tiene ninguna intención de dejar de dar por saco esta tarde.
—¿Vamos con el nuevo dúo?
—Sí, creo que aún nos queda un poco para acabar de perfeccionarlo. Ya verás, va a ser uno de los temas estrella en el próximo concierto —señalo, animado.
—¿La has registrado ya?
—Todavía no —admito, algo azorado.
Sé que debería haberlo hecho, sin embargo, he ido postergando el momento de hacerme una cuenta en el Registro de Propiedad Intelectual durante meses sin un motivo de peso. No es que me vaya a llevar mucho trabajo, en realidad es sencillo y en clase nos han explicado al detalle cómo hacerlo. Creo que el problema lo tengo yo, tiendo a procrastinar en ese sentido. A retrasar todo aquello que supone un paso importante, un cambio significativo, en mi vida, a pesar de que lo desee con todas mis fuerzas, y supongo que esto no es la excepción.
—Edu —me manda una mirada reprobatoria—, sabes que no podemos lanzar la canción hasta que la registres. ¿Y si alguien te la plagiara?
—Dudo mucho que alguien lo intente.
—A veces te mataría. Es un buen tema y lo sabes. Le has dedicado semanas, ha pasado por tantas manos y tantos oídos que ya he perdido la cuenta, lo cual ya es peligroso... menos mal que eran de gente de fiar. Deberías creerte un poco más lo bueno que eres.
—A ver, sé que es un buen tema, pero solo eso. No creo que a nadie se le vaya a ocurrir copiar la canción, antes de eso lo intentarían con otras —continúo, tozudo.
Paulina se echa a reír con visible frustración, pero cuando abre la boca para responder, oímos un leve golpeteo en la puerta que me hace poner los ojos en blanco.
—¿Qué quieres, Em? —pregunto, a través de la madera—. Estamos ensayando.
—¿Puedes venir un momento? Tengo que hablar contigo... —pregunta con vocecilla tímida. Me sorprende que se muestre tan cohibida, aunque también es cierto que con Paulina no ha pasado mucho tiempo a solas. La conoce de vista y de haber estado todos juntos en casa un rato, pero no consigo recordar si han hablado realmente alguna vez.
Finalmente, ante la insistencia de Emma, termino cediendo, así que me disculpo un segundo con mi amiga y salgo del garaje, no sin antes invitarla a empezar a cantar, tocar o lo que necesite, hasta que esté de vuelta.
La niña no suelta prenda hasta que entramos en su habitación y eso me parece ciertamente extraño, pero me mantengo en silencio esperando a que hable. A base de golpes aprendí hace tiempo que era mejor no meter prisa a mi madre cuando algo le rondaba la cabeza. Supongo que mi hermanita ha salido a ella, de modo que me siento a su lado en la cama, en silencio, y espero a que se decida a hablar. Segundos después, dedicándome una mirada de soslayo, la veo rebuscar algo en su mochila y, titubeante, me tiende su agenda escolar.
—Me he metido en un lío... —señala, con la voz temblorosa.
Fijo mis ojos en ella sin entender, pero me coge la agenda de entre las manos y empieza a pasar las páginas con brusquedad hasta llegar al apartado de notificaciones, donde señala una escueta nota escrita en color rojo con letra apresurada. No necesito leerla para entender por qué se siente tan avergonzada. Es la primera vez que trae una amonestación a casa y es tan impropio de ella que no puedo evitar fruncir el ceño.
—¿Qué ha pasado, Em?
—Han sido ellos, ha sido culpa de esos malditos gemelos, imbéciles, hijos de-
—Esa lengua —la reprendo, seriamente.
—Perdón —baja la cabeza—, es que estoy muy enfadada.
—Pero ¿qué es exactamente lo que ha pasado?
—Estaba merendando en el patio con Laura y Sofi, intentando comer rápido para jugar al escondite y entonces ha aparecido Max por detrás y me ha dado un susto y me he atragantado, así que me ha entrado tos y él ha empezado a reírse sin parar... mis amigas le han dicho de todo y tanto él, como su hermano y otro niño que va siempre con ellos, han empezado a hacernos burla y nos han sacado este dedo y todo —me cuenta, sacando incluso el dedo corazón para ilustrar su relato.
—Un día a esos gemelos les van a dar una paliza y nadie va a hacer nada por detenerla, se la están ganando a pulso —comento, mosqueado.
—Y entonces —continúa—, cuando se me ha pasado la tos, estaba muy enfadada, claro, así que he salido corriendo detrás de ellos para pegarles. Ya, ya sé que no hay que hacer eso, pero es que de verdad estaba muy enfadada...
—Tranquila, esa parte no se la contaremos a mamá, sigue.
—Y bueno... ellos seguían riéndose de mí, imitándome y diciéndome palabrotas... —continúa, bajando la voz hasta convertirse en un murmullo—, y bueno... me he enfadado tanto que he cogido una piedra y se la he lanzado, pero justamente ha pasado una profe por allí y le he dado a ella en la cara.
—¿Cómo? —pregunto alarmado—. Pero Emma, eso es muy peligroso, no puedes ir lanzando piedras a la gente.
—¡Ya lo sé! Es que mi cuerpo se ha movido solo... La piedra no era muy grande, pero le he hecho una heridita pequeñita a la profe —junta los dedos como para hacer notar lo insignificante que fue ese corte, pero noto cómo le tiembla la voz, así que le paso el brazo sobre los hombros para hacerla sentir un poco mejor— y me he sentido súper mal, así que le he pedido perdón un montón de veces... pero aún así, me ha dicho que no se podía tolerar ese comportamiento y que tenía que ponerme una falta... Y ahora mamá y papá lo tienen que firmar y me da miedo que se enfaden. ¿No puedes firmarlo tú? Por favor... No quiero que me castiguen.