21. Juegos de mayores
Diciembre
—Espero que sepas lo que haces —declara Marc, sentado en la silla de mi escritorio, mientras hace rodar entre sus dedos uno de los globos supervivientes del cumpleaños de mi hermana—. Por cierto, ¿qué tal fue la fiesta?
Parece mentira que esa renacuaja haya cumplido ya los diez. Todos los años, desde que descubrió lo que era un chiquipark, se empeñaba en celebrar su fiesta en uno de esos, pero esta vez no. En su lugar, prefirió invitar a unos cuantos amigos a casa, porque ahora es mayor, como muy remilgadamente nos dio a entender ayer por la mañana, cuando mi madre intentó ayudarla a escoger su ropa para la fiesta y rehusó, alegando que ya tenía edad como para hacerlo por sí misma. Eso sí, para globos, ganchitos y bolsas de chuches variadas no se le pasa el arroz. Hasta el pobre Stitch tuvo que llevar gorrito de cumpleaños, por no hablar de las perrerías que le hicieron los amigos de Emma, que parecían no haber visto nunca un corgi y se pasaron media tarde persiguiéndolo para hacerse selfies con él. Creo que, en su lugar, les habría lanzado un mordisco o al menos me habría orinado en los zapatos de alguno, pero está demasiado viejo como para que le importe que una panda de críos le llene la cabeza de trencitas. Quién tuviera su paciencia y parsimonia.
—Ni que fuera la primera vez que quedo con una chica —replico en respuesta a su primera pregunta, mientras echo mi enésimo vistazo a mi montón de camisetas dobladas, tratando de decantarme por una que sea lo más todoterreno posible, ya que todavía no tengo ni la más remota idea de lo que vamos a hacer—. Lo típico, la fiesta fue divertida para ellos y cansina para los adultos. Críos correteando y gritando por la casa, trozos de pizza por el suelo, algún que otro vaso roto, alguna que otra pelea... Lo normal en una fiesta infantil.
Me decido por un jersey fino a rayas verdes y grises, pero Marc me niega con la cabeza, se acerca hasta donde estoy, y me tiende mi sudadera negra de Los Simpson. Una prenda que he llevado tantas veces, que hasta el diseño que muestra a una silueta de Bart en blanco, enseñando el trasero y mandando al personal a multiplicarse por cero, está cuarteado.
—Tío, que ya sé que hay confianza, pero tampoco quiero ir como si fuera a comprar el pan —miro la ropa con desconfianza, poniendo una mueca de desagrado.
—Hazme caso, anda, que como te lleves el jersey fino que querías, se te van a congelar hasta las ideas, no digamos ya las pelotas. Al menos asegúrate de llevar algo calentito en la parte de arriba —se descojona, en mi cara—. Y sí, ya sé que no es la primera vez que quedas con una chica, pero también sé que no eres yo.
—Habló el que sigue a su novia como un perrito faldero. Espera, ¿sabes algo que yo no? Suéltalo, ¿a dónde quiere llevarme Paulina?
—Si por ella fuera, al huerto en cuanto te despistaras —continúa burlándose—, pero ambos sabemos que tú no eres así. Dejémoslo en que te conviene hacerme caso y abrigarte.
—Cualquiera que te oiga pensaría que soy más virgen que el aceite de oliva de las magdalenas de mi madre.
—Primero de todo: Jamás, y repito jamás, vuelvas a usar las palabras 'virgen', 'magdalenas' y 'mi madre' en una misma frase. Es tan siniestro que empiezo a replantearme nuestra amistad —me reprende, haciendo como si tuviera escalofríos, con lo que no puedo evitar soltar una carcajada—. Y segundo: no serás virgen técnicamente, pero llevas tanto tiempo sin pillar cacho que me extraña que no se te haya caído a pedazos.
—Te puedes ir un ratito a la mierda. ¿Has venido solo a cachondearte de mí o me vas a ayudar con esto?
—Lo estoy haciendo, créeme. Ponte la sudadera de una vez.
—No has llegado a contestarme. ¿Sabes algo sobre nuestra cita? —pregunto, sintiéndome extraño al llamarlo así. Ni siquiera estoy convencido de que sea lo que quiero hacer—. Estoy seguro de que Arantxa te lo ha chivado. Esas dos se lo cuentan todo.
—¿Y joderte el factor sorpresa? Tengo mis principios.
—Ya, y que como Arantxa se entere de que te has ido de la lengua, te corta la cabeza, ¿no?
—Muy probablemente —se ríe, con ganas—. Lo siento tío, tengo las manos atadas. Solo te puedo decir que creo que te vas a llevar una sorpresa.
Y con esa frase, mi amigo se levanta, me hace un gesto de despedida y sale por la puerta, no sin antes hacerme prometerle que esta noche le escribiré para contarle todos los detalles. Sobre todo, 'si hay tema'. Que 'tema' no sé si va a haber, porque no es que Paulina no me resulte atractiva, cualquiera con ojos en la cara podría ver lo buena que está. Creo que a todos se nos han ido alguna vez los ojos con sus curvas, y es divertida, de eso no hay dudas, pero no sé si es suficiente como para querer tener algo con ella.
En cualquier caso, quedarme como un pasmarote en mi habitación dándole vueltas a todo esto no ayuda, así que decido que lo mejor es salir con tiempo hacia el lugar de reunión y que sea lo que Dios quiera.
***
De todos los escenarios improbables que han pasado por mi mente en los últimos días, creo que este se lleva la palma. Desde luego, en ningún momento pensé que vería a Paulina en un neopreno a principios de diciembre, en una playa al atardecer, pero por lo visto, es una loca del surf. Ahora entiendo por qué Marc insistió en lo de la sudadera, aquí en la costa el viento arrecia con ganas y noto que se me encogen hasta las ideas. Admiro a Pau y a sus amigos, porque parecen inmunes a esto.
En realidad, lo que me sorprende no es que practique este deporte, al fin y al cabo, es uno de los reclamos turísticos de nuestra ciudad, por la geografía de nuestras playas. Lo que no me esperaba es que alguien a quien en la vida he visto mover un músculo si no era estrictamente necesario, exceptuando su corto período como miembro del equipo de atletismo, se dedique a ello casi profesionalmente. Porque resulta que Pau es instructora de surf y por algún motivo, es la primera noticia que tengo de ello. Lo cierto es que basta verla adentrarse al mar en la tabla para darse cuenta de que es muy buena. Me pregunto cuánto tiempo llevará practicándolo y por qué nunca ha hablado sobre ello en el grupo, porque no lo hace nada mal. De hecho, cuando la he visto conquistar las primeras olas he puesto tal cara de champiñón que me extraña que ninguno de los jubilados a los que da clase me haya dado un golpe con su tabla.