The F word

25. Cosmology 101

25. Cosmology 101

Cuaderno, check; bolígrafos, check; portátil, check; barrita de cereales para tomar entre clases si me entra hambre o me atacan los nervios, check. Ya estoy lista para la acción.

Jamás hubiera imaginado que empezar mi segundo año de universidad me haría sentir como si hubiera vuelto a segundo de primaria. La emoción de estrenar subrayadores nuevos, los nervios por conocer a mis nuevos compañeros de clase y por ver si encajaré con ellos. Y, sobre todo, la euforia de pensar que voy a recibir clases de mi modelo a seguir y que, además, me esperará por la tarde en su despacho para empezar a hablar sobre el trabajo que voy a llevar a cabo en su equipo. Me siento en una nube ahora mismo, aunque reconozco que también estoy un poco abrumada y, no nos engañemos, algo asustada. Tengo miedo de que la Dra. Parra se dé cuenta de que se equivocó conmigo. Que no tengo el potencial que ella cree ver en mí. Solo de pensarlo noto cómo me pongo blanca como la tiza, pero también sé que no puedo tomarme las cosas tan a la tremenda. Si Edu estuviera aquí, ya me habría llamado repelente y me habría dado con un libro en la cabeza. No puedo darle el gusto.

—¿Estás lista ya, tardona? —Escucho la voz de Claudia, que acaba de asomar la cabeza por el marco de la puerta—. Vamos a perder el metro como no te des un poco de prisa.

—¡Voy! —Prometo, saliendo de la habitación a trompicones y dejándome media rodilla en el proceso, al chocarme con el marco de la cama.

—Mira que eres bruta. ¿Te has hecho daño?

—No es nada, venga, que no llegamos —declaro restando importancia al agudo dolor que me hace apretar los labios, mientras empujo a Clau por el pasillo. No pienso llegar tarde a mi primera clase.

***

Si hay algo que no echo de menos de la época en la que vivía en Manchester con mi familia es precisamente esto. El transporte público en hora punta.

Después de un sprint digno de las Olimpiadas, hemos conseguido llegar a la parada de metrobús a la hora indicada, y menos mal. Quien diga que lo de la puntualidad británica es un bulo, miente. El vehículo se ha detenido frente a nosotras a la hora exacta que marcaba la marquesina. Ni un minuto más, ni un minuto menos, y empiezo a darme cuenta de que me he acostumbrado demasiado a las costumbres españolas. Creo que me va a llevar un tiempo volver a adaptarme a los ritmos ingleses.

Por suerte, la universidad está a pocas paradas de distancia, así que en cuanto conseguimos salir de ese agujero negro de mochilas y de olor a humanidad, cojo una gran bocanada de aire al tiempo que observo, por primera vez, cómo el imponente edificio de la School of Physics se alza ante mí, y no puedo evitar pensar que me recuerda a un castillo de cuento de hadas. ¿Será una señal de que aquí tendré mi final feliz?

Río ante mi estúpida ocurrencia. No es que de niña fuera precisamente amante de las historias de princesas, porque a mí me gustaban más las realistas, pero es que de verdad siento que en cualquier momento van a sonar las trompetas reales y se abrirán unos portalones de madera que me conducirán a un gran salón de baile.

—Cass, mi edificio está un poco más adelante —comenta Claudia, sacándome de mi ensoñación—. ¿Nos vemos para comer?

—Sí, claro —respondo, sintiendo cómo me tiembla la voz.

—Estarás bien. Eres una de las chicas más escalofriantes que he conocido, no debes temer al mundo. Más bien al revés.

—¿Gracias? —Dejo salir una risa nerviosa, sin saber si tomármelo como un cumplido.

Clau me responde con un simple asentimiento de cabeza y sale corriendo. Tiene una sesión práctica a primera hora y no quiere llegar tarde en su primera semana. Además, no quiere admitirlo porque suena un poco psicópata, pero se muere de ganas de laminar y pasar por el microscopio el cerebro de cordero que tienen que examinar hoy.

En cambio, yo tengo clase de física nuclear y de partículas. Nada mal para ser mi primer día, empezamos fuerte. Echo un vistazo a la hora en mi móvil y me doy cuenta de que restan algo menos de diez minutos, así que como todavía no sé cómo es el edificio por dentro y no quiero llegar tarde, acepto que no tengo más remedio que entrar en mi nueva facultad, y emprendo mi camino hacia el hall.

Una vez dentro, no puedo evitar sentir cómo me embarga una cierta nostalgia. Nunca había estado en este edificio, pero no es muy distinto del colegio al que iba en Manchester cuando era pequeña. Tiene ese aire arcaico, victoriano en cierto modo, tan propio de la arquitectura británica; aunque la decoración y los muebles que lo habitan son relativamente modernos. Y, desde luego, cuando entro en mi aula no puedo sino confirmar esa impresión.

La sala se va llenando de gente, poco a poco, y empiezo a notar cómo el corazón empieza a latirme con fuerza. Por tercera vez en menos de tres años, me encuentro en un entorno desconocido, sin saber si voy a congeniar con la gente con la que me encuentre o si este va a ser un año relativamente solitario. Tengo a Claudia, lo sé, pero ella está en Biología, no aquí. Aquí estoy sola ante el peligro.

Sin embargo, no puedo dejarme llevar por mis miedos. Se supone que esto es parte del reto que me he puesto a mí misma de salir de mi zona de confort y enfrentarme a nuevos escenarios.

—Venga, tú puedes —me animo, susurrando en voz alta, sin querer, y cerrando de golpe la boca en cuanto me doy cuenta.

Miro fugazmente a los lados, esperando que nadie me haya escuchado, pero todos parecen ir a su aire, así que dejo escapar un suspiro de alivio y tomo asiento, finalmente, cerca de la salida. Me hace sentir un poco más tranquila el pensar que, si necesito salir a que me dé el aire, podré hacerlo sin llamar demasiado la atención. Aunque espero que no se dé el caso.

Aprovechando que el profesor parece estar tomándose su tiempo, coloco todos mis menesteres sobre la mesa, frente a mí. Abro el cuaderno con separadores por el que se corresponde con esta asignatura y coloco mis tres bolígrafos de colores a mi derecha, junto con el líquido corrector, por si me equivoco. El problema es que siento que llevo un pequeño motor dentro de mí y no puedo estarme quieta, así que, casi sin darme cuenta, voy recolocándolo todo hacia un lado, hacia otro, poniendo los bolis delante del cuaderno, a la izquierda, a la derecha, encima, otra vez a la derecha...




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