The F word

29. Warm and cozy

29. Warm and cozy

26 de diciembre

—¿Cómo puede alguien tardar tanto en recoger una triste maleta?

—Paciencia, Clau. Ya sabes cómo funciona esto.

—Sí, pero es que aterrizó hace... ¿qué? ¿Veinticinco minutos?

Claudia deja salir un bufido de hastío y se cruza de brazos. Me está poniendo más nerviosa de lo que ya estoy. Porque sí, estoy nerviosa. ¿Por qué? No tengo ni idea. Creo aún estoy intentando encajar el hecho de que Edu acaba de volar hasta Inglaterra para pasar las navidades conmigo. ¿Qué clase de locura es esta?

Recuerdo que en el momento en que me lo propuso, pensé que me estaba tomando el pelo. Le mandé un emoji de incredulidad, pero me dijo que iba en serio y me emocioné tanto que casi me caigo de la cama, así que no me quedó más remedio que llamarle para ver qué estaba pasando por su loca cabeza. Por teléfono lo noté apremiante y tan torpón como siempre que se siente inseguro con algo, y con eso confirmé que me estaba diciendo la verdad.

Tras una conversación plagada de risas y de pullas amistosas, acordamos que vendrá diez días, del veintiséis de diciembre al cinco de enero. Como yo este año voy a pasar las vacaciones aquí —gracias mamá, por recordarme que este año tengo la excusa perfecta para poder huir de las bromas navideñas de los diablillos—, en lugar de con mi familia, es perfecto. Además, se quedará en nuestra casa. Él intentó convencerme de que tenía presupuesto suficiente para quedarse en un hotel, porque no quería molestarnos, pero no pensaba permitirlo sabiendo que conmigo podía tener alojamiento gratis. ¿Qué clase de amiga sería? Además, sé que a Claudia no le importa, porque va a pasar las vacaciones con su novia, así que su habitación quedará vacía.

—Es que no sé por qué has insistido en venir conmigo a recogerle. ¿Tú no habías quedado con Amy?

—¿Y dejarte a tremendo bombón para ti sola? No, no, que te empachas. Las buenas amigas comparten.

Pongo los ojos en blanco. Nunca sé cuándo habla en serio y cuándo quiere tomarme el pelo. Lo que sí sé es que siempre ha dicho que Edu le parece un caramelo. Porque sí, ella siempre clasifica a la gente a la que se tiraría en términos de comestibilidad, y, por lo visto, Edu puntúa alto en su escala.

—Menuda paciencia la de Amy. Como te escuche decir esas cosas, te va a dejar a dos velas, que lo sepas.

—Qué va —me rebate con una carcajada—. Si por ella fuera, le invitaríamos a unirse a la fiesta. Es bueno mantener la llama probando cositas nuevas.

Sin querer, me imagino a Edu sacándose la camiseta mientras se acerca a una cama con dosel donde ya le esperan ellas de espaldas y me apresuro a borrarla de mi mente. No quiero imaginármelo, too creepy.

Y precisamente, tratando de eliminar esa imagen estoy, cuando el mundo se vuelve oscuro a mi alrededor. Inevitablemente, las comisuras de mis labios se levantan sin esfuerzo.

Random!

Aparto las manos del extraño de mis ojos y me giro con una sonrisa en la cara para encontrarme con la mirada esmeralda de mi amigo.

Aunque solo hace tres meses desde la última vez que nos vimos, lo noto cambiado. Lleva el pelo alborotado y, aunque sé que es imposible, porque ya no estamos en edad de crecer, lo veo más alto. Su cara parece también más afilada, aunque puede que solo sea que la sombra de barba incipiente le hace parecer más adulto.

Antes de que pueda seguir con mi escaneo, me abraza, levantándome unos centímetros del suelo y siento que no puedo dejar de reír. Cuánto le echaba de menos.

—Feliz Navidad, Cassie.

Sus palabras me hacen cosquillas en la oreja y me erizan la piel por un segundo, pero recobro la compostura antes de que se dé cuenta.

—Perdonad el retraso. Las maletas han tardado una eternidad en salir. Empezaba a pensar que me habían perdido el equipaje.

Claudia y yo negamos con la cabeza para tranquilizarlo, y juntos nos dirigimos al coche. Le ayudamos a meter los dos maletones gigantes que trae en el maletero y mientras está despistado colocándolo, Claudia me hace señas a su espalda. Pone muecas e intenta decirme algo gesticulando de manera exagerada con los labios. Tres palabras. Oh. 'Me lo follaba'. Ahogo una risa.

—Oye, Cass, ¿puedes recordarle a tu madre que no soy una mula de carga? —pregunta, cerrando el maletero y dirigiéndose hacia el asiento del copiloto, como bien le ha indicado Claudia. Supongo que quiere seguir disfrutando de las vistas durante el trayecto.

—No me digas que una de las maletas es suya.

—¿Acaso creías que llevaba dos maletas llenas de ropa mía para diez días? Ni que fuera Paris Hilton.

De camino al apartamento, Edu me cuenta que en cuanto le dijo a mi madre que iba a venir a pasar unos días aquí, se volvió loca. Compró una maleta grande, ropa de invierno para mí, un álbum de fotos y al menos doscientos regalos para Claudia y para el resto de mis nuevos compañeros, de los que ya le he hablado alguna vez. Edu lo sabe porque, por lo visto, se ha pasado las dos últimas semanas enseñándole todas y cada una de sus adquisiciones. Así es ella.

A mitad de trayecto nos hemos desviado para dejar a Clau en casa de su chica, no sin antes hacernos prometerle que la avisaríamos si montábamos algún plan interesante. Véase, que incluya mínimo una consumición de alcohol, porque parece que ella no concibe la diversión de otro modo, últimamente.

—Oye, si te lo tiras, lava las sábanas —me susurra asomada a la ventanilla, dejándome más colorada que el pimentón y sin opción a réplica, antes de alejarse trotando.

Un día de estos la mato. Lo juro. Al menos parece que él no se ha dado cuenta.

Retomamos el camino, hablando de todo y de nada. Él me cuenta que no ha vuelto a hablar con Paulina desde su ruptura y que cree que es lo mejor. También que esta mañana se ha despertado con Emma a los pies de su cama, rogándole venir con él. Voy a tener que comprarle un buen regalo de Navidad a esa criatura. ¿Por qué Edu puede tener una hermana tan dulce y a mí han tenido que tocarme los esbirros de Satanás?




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