The F word

30. Desayuno con chinchetas

30. Desayuno con chinchetas

Definitivamente, me va a salir una llaga. Es lo que pasa cuando te clavas un colmillo con tanto ímpetu como lo he hecho yo.

Me acerco un poco más al espejo para comprobar la magnitud de la herida que me he infligido sin querer en la cara interior del labio, pues me empieza a escocer. Sangra un poco, pero supongo que sobreviviré. Mi orgullo, no lo tengo tan claro. Con fastidio, escupo el agua que he usado para enjuagarme la boca y observo, casi hipnotizado, cómo baja rojiza para desaparecer por el desagüe, y solo entonces cierro los ojos para poner mis pensamientos en orden.

Si es que soy gilipollas. ¿Qué esperaba? ¿Que me esperara eternamente? He estado saliendo con otra chica durante un año, no puedo enfadarme ahora porque ella haya querido seguir con su vida.

Y, aun así, no lo soporto.

Joder, que yo no soy así. No soy celoso. No quiero serlo. Odio a ese tipo de personas. Me parece lo más tóxico que hay en el mundo. No quiero ser el que hierve de ira cuando otro se acerca a susurrarle a Cassie al oído. No quiero ser el que resopla por la nariz cuando otro le pasa el brazo sobre los hombros. No quiero ser el que se muerde los labios hasta sangrar cuando ella se sonroja ante uno de sus comentarios.

—¡Agh!

Dejo salir un grito de frustración del que me arrepiento al instante. Menos mal que en este baño de mala muerte solo estoy yo, porque no había pasado tanta vergüenza en mucho tiempo.

—¿Todo bien?

Mierda. Pues no estaba tan solo.

Abriendo el grifo de nuevo, me refresco la cara una última vez antes de salir para dejar entrar a la persona que está esperando tras la puerta. Estoy a punto de disculparme con él cuando descubro que es el culpable de mis problemas.

—Sí, todo bien —afirmo, con un carraspeo—. Ya está libre... Ben, ¿no?

—Buena memoria. No debe de ser fácil intentar acordarte de tantos nombres en tan poco tiempo. —Sonríe, amistoso, y a mí me entran ganas de romper sus estúpidas gafas de pasta.

Antes de darme tiempo a responder, Ben desaparece tras la puerta del baño y me quedo plantado, mirando hacia la nada durante un instante. Cualquiera que me vea ahora mismo pensará que soy medio lerdo.

Sacudo la cabeza para deshacerme de esa sensación y, tratando de poner mi mejor cara, vuelvo a la mesa que comparto con Cassie y sus nuevos amigos.

—Empezaba a pensar que te habrías caído por el agujero del váter —se mofa Cassie en cuanto vuelvo a tomar asiento a su lado.

—Habló la que en cierta ocasión se pasó media hora roncando en el retrete.

—¡Prometiste que no volveríamos a hablar de ello! —me da un golpe suave en el brazo, medio azorada, medio indignada—. Había dormido mal, ¿vale? Y te pagué la clase de todos modos.

Levanto una ceja interrogante y rápidamente rectifica, exasperada.

—Bueno, vale, intenté pagarte... Ya sé que no aceptaste el dinero, pero la intención es lo que cuenta, ¿no?

—No habría podido aceptarlo. Soy un buen chico, al fin y al cabo. Parece mentira que no lo sepas a estas alturas.

—Los buenos chicos de verdad no presumen de serlo, Random. —Me dirige una sonrisa jocosa que correspondo por otra por mi parte.

No llego a responder, pues una de sus amigas —una andaluza de la que no recuerdo el nombre— me está preguntando por mi carrera. Al parecer su hermano pequeño también se está planteando estudiar música y le interesa mucho conocer las salidas profesionales que hay en nuestro país.

Le explico que si sigue la vía del conservatorio de su ciudad, seguramente pueda acceder a los cursos profesionales de música que allí se oferten, pero que si quiere estudiar en centros importantes, tal vez tenga que probar suerte en Madrid, Barcelona o incluso en mi escuela de música. Mientras ella me explica que su hermano quiere ser pianista profesional, Ben vuelve del lavabo y vuelve a tomar asiento al otro lado de Cassie. No se me escapa la mirada cómplice que se dedican y siento cómo se me encoge el estómago mientras la voz de la amiga de Cassie se vuelve cada vez más distante para mí.

Y ahí está de nuevo. Esa horrible sensación de patada en los huevos.

Aunque sigo contestando a sus preguntas, me es imposible no estar pendiente de lo que ocurre entre ellos. Por eso, cuando al fin la andaluza da por zanjado el tema de conversación, me limito a sonreír al resto del grupo y a hacer lo posible por fingir que me integro. Río con sus bromas, asiento con la cabeza, incluso me meto en la conversación de vez en cuando, pero sé que a mí mismo no puedo engañarme. Todos mis sentidos están puestos en esos dos.

Desde el momento en que les vi interactuar me di cuenta de que el tal Ben tenía que ser el chico del que ella se quejaba al principio. Me mosquea reconocerlo, pero el tío no está mal. Rubito, con pinta de intelectual y de guiri que tira de espaldas. Es todo lo contrario a mí... y eso me provoca cierta inseguridad. Si ese es el tipo de Cassie, ¿significa que no tengo posibilidades con ella? Cómo me repatea la situación. No es así como me imaginaba que iría mi visita a Bristol.

Supongo que acaba de soltar alguna gracia, porque la mesa al completo se ha echado a reír. Los tiene a todos encandilados, pero a mí solo me parece un chulo. No deja de comerse a Cassie con los ojos y sabe perfectamente que no le es indiferente. Y lo disfruta. Se le nota a la legua.

Me imagino por un segundo con poderes psíquicos. Imagino que puedo hacer burbujear el vaso de cerveza del rubito para que le estalle en la cara y lo empape de arriba abajo. A Cassie riéndose de él, por torpe, y al muy tonto enfadándose como una mona y quedando en evidencia delante del resto. Al idiota levantándose, patinando en el charco que ha creado en el suelo y cayéndose de culo.

—¿Qué te hace tanta gracia?

La voz de Cassie me hace dar un respingo sobre la silla, pero en lugar de explicarme, aparto la mirada mientras aprieto los labios para contener la risa.




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