33. Páginas rotas, páginas nuevas
30 de diciembre
Jamás pensé que llegaría este día. Al fin estamos juntos. Cómo me alegro de que le diera calabazas a Ben durante el concierto. No me sorprende, el tipo era un pulpo. Intentó emborracharla y sobrepasarse con ella. Menos mal que se dio cuenta a tiempo. El bofetón que le propinó fue épico y el beso de película que nos dimos después, indescriptible.
Sintiéndome inmensamente feliz, dirijo una mirada de soslayo hacia nuestros dedos entrelazados. Ha sido una idea estupenda visitar el mar a estas horas, cuando no hay nadie. El olor a sal, la fina arena blanca bajo nuestros pies, el brillo rojizo del sol en su precioso cabello color caramelo. Su dulce sonrisa.
—Quiero enseñarte algo —susurra mientras me dedica una mirada traviesa.
—¿Qué tramas?
—Es una sorpresa, Random, no pretenderás que lo fastidie.
Maravillado, asiento con la cabeza y echamos a correr. No sé a dónde me está llevando, pero no tengo miedo. Ahora mismo, soy simplemente feliz.
Cuando llegamos al destino, comprendo lo que tenía tantas ganas de enseñarme. Es una pequeña cala escondida entre las rocas. No parece de fácil acceso, pero eso solo lo hace más excitante. Con cuidado, escalamos las paredes escarpadas que la separan del resto de la costa y cuando conseguimos llegar al otro lado, nos echamos a reír con ganas. El sol ya se ha puesto en el horizonte y el tono carmesí del cielo va cediendo paso a los tonos morados y azulados de la noche.
—Mira, ¡es Venus! —señala hacia el cielo—. ¿No es precioso?
—Tú sí que eres preciosa.
Cassie se abalanza sobre mí, haciendo que ambos caigamos sobre la mullida capa de arena, y desde el momento en que nuestros labios se juntan, ya no puedo pensar en nada más.
Mis manos recorren su cuerpo, en busca de un contacto más íntimo y cuando las yemas de mis dedos se posan al fin sobre la piel de su espalda, ella cierra los ojos y mi interior explota de deseo. La beso de nuevo. Una vez, y otra, y otra. Con destreza, me saco la camiseta por encima de la cabeza y empiezo a levantar su sudadera, ansioso por tenerla piel con piel, pero ella me detiene.
—Espera... creo que viene alguien.
Alzo la mirada, molesto por que nos hayan cortado el rollo de esta manera, pero no tardo en darme cuenta de que tiene razón. Escucho pasos, muchos pasos... cientos de pasos, de hecho. ¿Qué está pasando? ¿Alguien está corriendo una maratón a estas horas?
Antes de que podamos ponernos en pie, ya los tenemos encima.
Los árboles que hay tras las paredes rocosas se abren para dejar paso a una abundante avalancha de pimientos. Millones de pimientos de todos los colores y tamaños.
¿Qué?
Los pimientos no tardan en alcanzarnos, pero cuando me pongo en pie de un salto y alargo la mano para ayudar a Cassie a hacer lo mismo, ella se limita a sonreír y desaparece bajo el mar de colores. Entonces, carcajeándose como si se hubiera vuelto loca, se pone a nadar y a saltar como un delfín. Mi cuerpo no responde, mi cabeza hace rato que dejó de procesar lo que ven mis ojos. Y cuando al fin lo consigo, Cassie aparece de nuevo frente a mí con una enorme cebolla rosa de ojos verdes en sus brazos.
—Mira, Edu, ha sido niño. ¡Se parece tanto a ti!
Abro los ojos de golpe al tiempo que intento acompasar mi respiración, pero en cuanto mi cerebro procesa que sigo en la habitación de Cassie, suspiro, aliviado.
Es entonces cuando el peso de la realidad cae sobre mí. Era un sueño. No hay cebollas rosas mutantes, pero eso significa que tampoco ha cambiado nada entre nosotros. Al menos, no todavía.
Anoche nos dormimos abrazados, pero debemos de habernos movido durante la madrugada, porque ahora tengo su nuca frente a mí y mi brazo rodea su cintura. Mi corazón empieza a acelerarse al procesar nuestra proximidad, la intimidad que se ha creado entre nosotros. Me pregunto si estará despierta; si será consciente del efecto que me produce tenerla tan cerca, pero el sonido pausado de su respiración me indica que no. Me debato entre soltarla o permanecer en la misma postura. No sé qué hacer.
¿Se enfadará si estamos así cuando abra los ojos? ¿Se sentirá incómoda? No quiero soltarla, pero, por otra parte, me estoy meando, y no solo eso... Creo que el sueño me ha afectado más de lo que esperaba, y estar en esta posición, no ayuda. El modo en que sus curvas se ajustan a mí es tan...
Cazurro, cazurro, cazurro, deja de pensar así. ¿No ves que va a ser aún peor? Como se despierte y lo note, no dejará que me acerque a ella en lo que me queda de vida.
Tratando de obviar mi incomodidad creciente, intento separarme de ella con cuidado, levantando el brazo que tengo a su alrededor, muy despacio. Con un poco de suerte, podré darme la vuelta e ir a preparar el desayuno sin despertarla.
Pero, como de costumbre, la suerte me rehúye, y cuando estoy en plena maniobra, la puerta se abre de sopetón y Claudia nos saluda a voz en grito:
—¡Buenos días, tórtolas en celo!
Cassie reacciona ahogando un grito e incorporándose sobre la cama en un acto reflejo, con la mirada aún perdida.
—Uy, ¿qué ha pasado aquí? Al final era verdad que estabais liados. ¿Se puede saber qué estáis haciendo ya de buena mañana? ¡Menuda tienda de campaña, Edu!
Mi rostro arde con intensidad al darme cuenta de a lo que se refiere y mis ganas de asesinar a Claudia llegan a niveles que jamás habría sospechado albergar, pero eso no es nada en comparación con el pinchazo que siento en el pecho cuando Cassie se aleja de mí de un salto, como si tuviera sarna. Rápidamente, reacciono y me estiro para coger un cojín de la butaca de al lado para tapar mi erección matutina, pero en el intento, me caigo de boca desde la cama.
Joder, ya van dos veces que beso el suelo en dos días.