The Five Senses

Los voluntarios

Cuando Frank despertó, sintió un frío metálico en la espalda. Estaba acostado en una cama, rodeado por cientos de camas más… y por personas de todo el mundo.
El aire olía a desinfectante, a encierro. No sabía dónde estaba. Estaba asustado. Y arrepentido.

Quiso levantarse. Quiso correr. Pero ¿hacia dónde?

Las voces comenzaron a surgir entre los demás. Murmullos primero, después preguntas desesperadas. Todos vestían lo mismo: ropa delgada, como de quirófano. Nadie tenía pertenencias, ni identificación, ni siquiera un reloj.
El caos empezaba a crecer.

Fue entonces que la puerta principal se abrió con un golpe seco.

De ella salieron hombres armados. Y detrás, un hombre alto, delgado, con bata blanca y guantes quirúrgicos. Caminó al centro de la sala y levantó las manos con una sonrisa desagradablemente tranquila.

—Gracias por acompañarnos voluntariamente —dijo con voz firme, casi burlona—. Soy el Doctor Halvane, aunque pueden llamarme simplemente Doctor Halve.

Un silencio incómodo se extendió.

—Fueron seleccionados para participar en un programa especial… un experimento, para ser exactos. Lo demás es confidencial. Pero a cambio, tendrán comida, techo, protección, y una compensación económica considerable. A cambio, claro… de su cuerpo y su cooperación.

Las palabras del doctor quedaron flotando como cuchillas en el aire.

—Tienen tres días de espera. Se les traerá comida. Se cubrirán los gastos de luz, agua, lo que necesiten. Pero antes… deben firmar un consentimiento, dejando claro que participan por voluntad propia.

Un grupo pequeño —muy pequeño— se negó a firmar.

El doctor sonrió.

—Los que no deseen continuar… pueden dirigirse a lo que llamamos, amablemente, la salida.

Los acompañaron varios soldados. Nadie volvió a verlos.

Frank firmó. No porque confiara… sino porque tenía miedo. Miedo, y una deuda con la vida.

Fue entonces que conoció a Peter, un tipo flaco, ansioso, con ojos tristes que ocultaban más cosas de las que decía. Ambos entablaron conversación con una chica pelirroja que no paraba de mirar hacia las cámaras en las esquinas del techo. Se llamaba Rachel.

—Esto no va a terminar bien —dijo ella—. Pero no tenía otra opción. Estoy quebrada.

Los tres formaron una alianza silenciosa. Una amistad forzada por la incertidumbre.

La guerra seguía siendo tema de conversación. El mundo allá afuera se caía a pedazos. Pero adentro… los rumores eran peores. Decían que al otro lado de la puerta metálica se hacían experimentos monstruosos. Mutaciones. Tortura.

Al día siguiente, el Doctor Halve regresó. Trajo consigo un grupo de médicos que les hicieron exámenes físicos, análisis de sangre y escaneos extraños. Luego se fueron, sin decir una palabra.

Un día después, volvió. Esta vez con más soldados. Traían a los que habían pedido irse el primer día.
Los pusieron contra la pared.

—Que esto sirva como lección —dijo el doctor, mientras su bata ondeaba con suavidad—. Aquí no hay segundas decisiones.

Y los soldados dispararon. Sin dudar.
La sangre salpicó los muros fríos. Hubo gritos. Silencio. Nada más.

Después, eligieron cinco personas al azar. Se las llevaron. No regresaron.

Así pasó cuatro días seguidos. De cinco en cinco. Hasta que, en el día cinco, los nombres fueron pronunciados:

—Frank. Peter. Rachel. Dos más. Vengan con nosotros.

Los arrastraron con brusquedad. Les pusieron bolsas negras en la cabeza. No veían nada. Solo escuchaban ecos metálicos, maquinaria, y voces distorsionadas.

Los colocaron en cápsulas cilíndricas. Frías. Estrechas.

Antes, les extrajeron sangre. Les inyectaron líquidos oscuros, viscosos. Quemaban por dentro.

Después, el encierro. Uno por uno, fueron introducidos en las cápsulas. Cuando se activaron, perdieron el conocimiento.

...

Frank despertó en una habitación metálica. Tenía dolor en todo el cuerpo. Pero estaba vivo.

La puerta se abrió. El Doctor Halve entró, con una sonrisa de satisfacción.

—Felicidades, Frank. Has sobrevivido a la primera dosis de la mutación.

No hubo respuesta. Solo respiraciones cortas. Temblor. Ira.

El proceso continuó. Día tras día. Cápsula tras cápsula. Inyecciones, radiación, dolor.

Era un infierno sin fin.

Hasta que un día… despertó en su habitación original.

Pero algo había cambiado.
Miró la pared… y vio a través de ella.

Era un espejo. Un falso espejo. Detrás, un cuarto lleno de doctores y científicos. Lo observaban. Lo estudiaban.

Y Frank, por primera vez, los veía también a ellos



#120 en Ciencia ficción
#1968 en Otros
#360 en Acción

En el texto hay: experimentos, guerra, cinco sentidos

Editado: 06.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.