Mientras tanto, Rachel, al borde de la muerte, se sentía desfallecer. Quería rendirse, dejarse ir, dormir para siempre. Pero justo antes de perder la conciencia, fue interrumpida por el Doctor Halve. La felicitó: había pasado la prueba final.
—Felicidades, Rachel. Aunque aún no has pasado el experimento final.
Halve le explicó que ella y otros cuatro eran los únicos sobrevivientes de todos los que alguna vez fueron ratas de laboratorio. Todos los demás habían muerto. Ellos cinco… eran su creación definitiva.
Dos soldados la tomaron por los brazos, llevándola hacia otra sala. Allí encontró a Frank y a otros tres desconocidos. Cada uno fue encerrado en una cápsula individual. Halve se colocó frente a ellos y habló con una sonrisa torcida:
—Cada uno de ustedes ha mutado uno o más de sus sentidos. Este último experimento… determinará la mutación final.
Las máquinas comenzaron a trabajar. El dolor fue indescriptible. Mucho más fuerte que todo lo anterior. Rachel gritó hasta quedarse sin voz. Luego… oscuridad.
Cuando despertaron, estaban todos juntos en un cuarto con cinco camas. Rachel abrió los ojos y, al ver a Frank, corrió a abrazarlo. Llorando, le susurró al oído:
—Mataron a Peter… Lo mataron cruelmente porque ya no quería seguir con los experimentos.
Frank la abrazó con fuerza. En ese momento, uno de los otros sujetos se acercó. Era alto, delgado, con cabello revuelto. Se presentó como Erick.
—Lo siento… Peter era mi vecino en Dublín —dijo con pesar—. Nunca fuimos muy cercanos… pero no merecía eso.
Erick explicó que antes del último experimento podía sentir el material de las cosas con solo tocarlas. Pero ahora podía enfriar o calentar su cuerpo a voluntad. Incluso podía modificar su peso, lo que, en teoría, le permitiría volar si se encontraba en un espacio abierto.
Todos quedaron impresionados.
Rachel habló entonces.
—Yo… puedo escupir ácido, eso ya lo sabía. Pero ahora puedo enfriar o calentar el aire con solo soplar.
Se arrodilló y sopló suavemente hacia el suelo de metal. Este se congeló al instante. Luego volvió a soplar y una pequeña flama emergió de su boca.
—¡Wow! —dijeron los demás al unísono.
Frank fue el siguiente.
—Tengo visión microscópica —dijo con calma—. Pero también… puedo ver a través de las paredes.
No lo dijo todo. Estaba planeando escapar, y prefería guardar esa ventaja.
En la esquina del cuarto, una chica lloraba, sentada y sola. Cuando intentaron acercarse, ella se levantó de golpe y, en un parpadeo, derribó a todos uno por uno.
—¡No se me acerquen! —advirtió con una voz fuerte.
Erick se frotó el brazo adolorido y preguntó con cautela:
—¿Tienes el oído más agudo, verdad?
—No —respondió ella, furiosa—. Solo soy ciega.
Todos quedaron en silencio.
En ese momento, el quinto sujeto, que hasta ahora había estado apartado, gritó desde el fondo de la sala:
—¡Cállense! Huelo a Halve… y no viene solo. Hay científicos. Soldados. Doctores. Vienen hacia aquí.
Y justo entonces, la puerta se abrió violentamente. Varios soldados entraron con sus armas alzadas. Halve los seguía, gritando:
—¡Deténganlos! ¡Rápido! ¡Antes de que recuerden demasiado! ¡Debemos borrarles la memoria ahora!
Pero ya era tarde.
Rachel abrió la boca y su lengua se extendió varios metros, enrollándose alrededor del cuello de un soldado, ahorcándolo. Luego comenzó a escupir ácido a diestra y siniestra. La chica ciega, con una agilidad sobrehumana, derribaba a los soldados sin verlos, anticipando cada movimiento.
Erick calentó sus manos hasta volverlas rojas como brasas. Cada vez que tocaba a un enemigo, lo quemaba. Luego se deslizó por el suelo de metal, y algo inesperado ocurrió: generó una descarga eléctrica. Tocó a otro soldado y lo electrocutó.
—Esto es nuevo… —murmuró.
El sujeto del olfato, que parecía haber sido militar, peleaba con movimientos precisos, letales. Por su parte, Frank no era bueno luchando… hasta que sintió una quemazón intensa en los ojos. Dos rayos láser salieron disparados. Todos se agacharon a tiempo, incluso el doctor.
Pero Halve los detuvo alzando una mano. Absorbió los rayos como si su cuerpo los tragara. Y luego, con la misma mano, disparó un rayo aún más potente que atravesó la pared.
—¡Puede copiar poderes! —gritó Erick—. ¡No le haremos ni cosquillas!
La chica ciega intentó enfrentarlo, pero Halve memorizó su estilo de combate en segundos. La derribó con una llave precisa.
—¡Detrás de esa pared hay un pasillo! —gritó Frank a Erick—. ¡Puedo verlo!
Erick corrió hacia la pared, fundiéndola con el calor de sus manos, y creó una salida. Todos escaparon por ahí. Halve los siguió, pero Rachel se volvió y sopló un viento gélido tan fuerte que congeló al doctor por unos segundos.
Mientras corrían, enfrentaron a más guardias. Subieron escaleras hasta el último piso del complejo. En una sala de paso, vieron una cápsula de contención. Dentro flotaba Peter, mutilado, sin brazos ni piernas. Frank quiso detenerse.
—¡Tenemos que sacarlo!
—¡No hay tiempo! —le gritó Erick. Halve ya estaba tras ellos.
Subieron al piso superior, donde los esperaban más soldados y varios helicópteros. Pelearon con desesperación, y cuando lograron vencer a los guardias, corrieron hacia uno de los helicópteros.
—Yo puedo pilotarlo —dijo el hombre del olfato—. Fui soldado. Y piloto.
Subieron todos, mientras el helicóptero despegaba. Desde el aire, vieron por última vez aquel enorme complejo escondido en medio de un bosque completamente cubierto de nieve.