Redscope y Pulsewave ayudaron a los demás a levantarse. Sus cuerpos estaban cubiertos de polvo, algunos con heridas, pero seguían vivos. Sin decir una palabra más, subieron al helicóptero, alejándose de los escombros.
Durante el vuelo, Lashbite se acercó a Tracker, que se mantenía en silencio. Con voz baja, le contó lo inevitable:
—Pol... está muerto.
Tracker bajó la cabeza y miró al suelo. No dijo nada. No hizo ningún gesto. Solo dejó que el silencio hablara por él.
—¿A dónde vamos ahora? —preguntó uno de los sobrevivientes.
Redscope fue claro:
—Tenemos que rescatar a Peter.
Sonaria apretó los puños y los miró a todos con preocupación.
—Antes de que lo encuentren… necesitan saber algo. Peter tiene el poder de controlar mentes.
Un silencio helado se extendió en la cabina.
—Y si esa persona que vimos es realmente The Masked Cobalt, entonces… ahora puede hacer lo que quiera. Si quiere a todos los de primer y segundo mundo muertos… solo necesita dar la orden.
Nadie respondió. Solo se escuchaba el zumbido de las hélices.
Decidieron dirigirse a Moscú. Tal vez ahí podrían alquilar un hotel y reorganizarse. Pero pronto recordaron que todo su dinero y pertenencias se habían quedado atrás. Volver sería un suicidio: Halve podría estar esperándolos.
Aterrizaron cerca del centro de la ciudad y caminaron hasta un hotel. Entraron agotados, cubiertos de polvo y sangre. Al verlos, el recepcionista negó con la cabeza.
—Lo siento, no quedan habitaciones. Además, deberías estar en cuarentena, como todos.
Pulsewave no dijo nada. Se dio la vuelta, voló hacia atrás a toda velocidad y atravesó las paredes de la ciudad como si fueran aire. Buscó entre sótanos, túneles y bodegas, hasta que, finalmente, encontró una caja fuerte rota con un enorme fajo de billetes. Volvió con rapidez.
Sin decir palabra, puso el dinero sobre el mostrador. El recepcionista abrió los ojos como platos.
—Bueno… tal vez quede una suite. Tomen la mejor habitación —dijo, fingiendo amabilidad.
Pasaron la noche allí. Por primera vez en días, pudieron descansar un poco.
A la mañana siguiente, justo cuando el sol apenas comenzaba a filtrarse por la ventana, un fuerte silbido interrumpió el silencio. Todos se levantaron de golpe.
—¿Escucharon eso? —murmuró Redscope.
Se asomaron por la ventana y vieron un destello lejano, una línea de luz que cruzó el cielo.
Y entonces, la explosión.
Una nube en forma de hongo se alzó en el horizonte. Una bomba nuclear.
Corrieron al techo. El recepcionista ya estaba allí, junto con otros dos. Tenían un helicóptero preparado y estaban a punto de despegar. Pulsewave reaccionó. Se estiró de forma inhumana, su brazo alargándose como si fuera de goma, y sujetó el helicóptero antes de que se elevara.
Pero era muy pesado. Pulsewave cambió su densidad, incrementando su peso al máximo. Con un gruñido de esfuerzo, logró anclar el helicóptero y permitir que los demás subieran.
Los pasajeros originales protestaron, pero Sonaria no dudó: golpeó a uno y lo aventó fuera del helicóptero. El recepcionista, entendiendo que ya no había vuelta atrás, simplemente les deseó suerte… y saltó.
La onda de la explosión ya estaba arrasando Moscú. Edificios, autos, todo se convertía en ceniza.
Pulsewave soltó el helicóptero y voló junto a él, llevando el mismo ritmo con precisión milimétrica. Escaparon apenas a tiempo.
Ya en el aire, mientras la nube se hacía cada vez más lejana, alguien le preguntó:
—¿Cómo hiciste eso? ¿Cómo pudiste estirarte así?
Pulsewave se quedó pensativo.
—No lo sé… pero lo averiguaré.
Volaban en silencio, aún aturdidos por la catástrofe. Entonces, Sonaria se llevó una mano al oído.
—¡Los oigo!
Todos voltearon a verla.
—¿A quién? —preguntó Redscope.
Ella señaló al norte.
—Hay un chico… está gritando órdenes. Apura a mucha gente para que "conecten al cerebro".
Redscope afinó la vista. Descubrió, para su sorpresa, que podía ver mucho más allá de lo normal. Sus ojos enfocaron el subsuelo. A través de capas de concreto y tierra, vio un búnker.
Y ahí lo vio.
—No puede ser… —susurró.
—¿Qué pasa? —preguntó alguien.
—¡Es él! ¡Masked Cobalt no murió! ¡Está allá abajo!
Todos lo miraron, incrédulos.
—¿Estás seguro?
—Nunca he estado más seguro.
Entonces, sin más dudas, pusieron rumbo al norte.
Hacia la oscuridad.