Estaban a punto de llegar. El helicóptero avanzaba entre nubes grises, cada vez más cerca del lugar donde se escondía Masked Cobalt, cuando Tracker frunció el ceño y olfateó el aire.
—Helicópteros —murmuró—. Dos… se acercan por detrás.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, los disparos comenzaron a retumbar. Las balas golpeaban el fuselaje. Eran helicópteros armados, dispuestos a derribarlos.
Pulsewave intentó llevar a Lashbite en vuelo, pero pronto se dio cuenta de que no podía cargarlo. Solo él podía hacerse ligero. Pero si podía atravesar paredes disminuyendo su densidad, entonces también podía usar esa habilidad para volar con los demás... sin peso.
Cerró los ojos. Se concentró. Luego gritó:
—¡Agárrense de mí!
Todos lo hicieron. En un instante, Pulsewave voló con los cinco, desmaterializados casi como humo. Se soltaron cerca del suelo, justo antes de que el helicóptero cayera y explotara tras ellos en una bola de fuego.
Los enemigos no se rendían. Los helicópteros descendieron para rodearlos. Pero Redscope se adelantó. Sus ojos brillaron con una intensidad cegadora. Lanzó potentes rayos láser que atravesaron los cielos como cuchillas de luz, impactando contra ambos helicópteros. Ambos se sacudieron, comenzaron a arder, y cayeron con violencia.
Entonces, el verdadero combate comenzó.
De los restos y las sombras, comenzaron a salir decenas de hombres armados: mercenarios, cazarrecompensas, soldados privados.
—¡Tracker! ¡Sonaria! ¡Ustedes se encargan de ellos! —gritó Redscope.
Los demás corrieron hacia lo que parecía una entrada metálica, enterrada entre la tierra. Pero justo antes de alcanzarla, se abrió lentamente con un sonido de compuertas antiguas.
Y entonces lo vieron.
The Masked Cobalt.
Estaba de pie, imponente, con la máscara azul cobalto cubriéndole el rostro. A su alrededor, cientos de mercenarios y cazarrecompensas lo escoltaban.
—Hasta que llegaron mis tan esperados invitados —dijo con voz grave e intimidante.
Redscope lo miró con ira pura.
—¡Tú moriste! ¡Te vi morir en la televisión!
Cobalto dio un paso al frente, su sombra cayendo sobre todos ellos.
—Resulta que no puedo morir —respondió con una frialdad que congelaba la sangre.
Los cinco estaban rodeados.
—¿Y cómo se llama su grupito de superhéroes? —preguntó con burla—. También los vi en televisión. El presidente ruso los financió, ¿no?
Todos quedaron en silencio, sorprendidos.
—He oído que los llaman “los cinco sentidos”. The Five Senses. Suena mejor en inglés, ¿no creen?
Hizo una pausa. Luego continuó con tono amenazante:
—Y quiero comunicarles algo, Five Senses... Todo lo que tenga que ver con el presidente ruso... debe morir. Incluyéndolo a él. Y a ustedes.
Los miró a los ojos uno por uno.
—Pero primero… quiero que vean algo.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, ordenó a sus soldados que los arrestaran.
Pero no iban a rendirse.
Redscope lanzó rayos en todas direcciones, incinerando a varios mercenarios. Lashbite escupía fuego y ácido, derritiendo armas y armaduras. Pulsewave frotaba sus manos generando electricidad, volaba entre los enemigos y los electrocutaba al tocarlos. Tracker y Sonaria se lanzaron a la batalla con movimientos certeros, derribando oponentes como si fueran muñecos de trapo.
Entonces entró él.
Cobalto.
Se movía con velocidad, precisión y rabia. En cuestión de segundos, noqueó a Redscope con un golpe seco y derribó a Lashbite con una patada directa al rostro. Sacó una pistola de dardos y le disparó a Tracker, que cayó inconsciente al instante. Luego apuntó a Pulsewave y disparó, pero el dardo lo atravesó sin dañarlo.
Furioso, Pulsewave voló hacia él, lo elevó varios metros por los aires y lo soltó desde lo alto.
Cobalto cayó con violencia.
El impacto habría matado a cualquiera.
Pero entonces, ante los ojos incrédulos de todos, su cuerpo comenzó a unirse de nuevo. Se regeneró, como si la muerte misma lo rechazara.
Agarró su máscara y se la colocó con calma.
—Eres… solo un niño —dijo Pulsewave, desconcertado.
Ese segundo de distracción fue suficiente. Un dardo impactó en su cuello. Cayó al suelo, inconsciente.
Sonaria rugió de rabia. Se lanzó hacia él, y comenzó un combate cuerpo a cuerpo.
Ella podía ver más de lo que cualquier humano veía. Veía más allá del movimiento, del músculo, del pensamiento.
Y por eso lo tumbó con facilidad.
Pero Cobalto no era solo fuerza. Era estrategia.
Desde el suelo, sacó su revólver, lo apuntó justo al oído izquierdo de Sonaria, y disparó.
El estruendo ensordecedor la desorientó por completo. En ese instante, otro dardo impactó en su cuello.
Cayó.
Y así, uno por uno, los cinco sentidos fueron neutralizados.