Un fuerte rugido se escuchó a lo largo de todo friðarins, la tierra de los forráðamenn. El rugido era fuerte, pero sobre todo: Era poderoso. Hace siglos que los forráðamenn no sentían tanto poder en el aire, algunos ni siquiera habían llegado a sentirlo en toda su vida, pues sólo los más ancianos que rondaban entre los 500 años habían llegado a presenciar ese tipo de poder no sólo en el aire sino también en su sangre cuando eran apenas unos niños.
El rugido siguió resonando a lo largo del mundo, actuando como un catalizador que despertaría uno a uno los genes forráðamenn que hasta el momento se habían mantenido inactivo en diferentes personas hasta ahora. Sin embargo, las cosas en el normalmente sereno friðarins habían comenzado a alterarse desde lo que sus habitantes llamaron “El despertar”, pues luego de que aquel rugido resonara hasta hacer sacudir sus huesos, aquello que habían considerado perdido, regresó a ellos; la mayoría de los allí presentes había entrenado años para controlar un poder que no tenían pero anhelaban, un poder del que no conocían nada más allá de las historias que sus ancestros y maestros les habían transmitido, por lo que cuando su gen forráðamenn finalmente se activó, la fuerza de sus cuerpos aumentó, así como su agilidad, velocidad y resistencia, lo que ocasionó no sólo algunos huesos rotos para aquellos que se encontraban luchando en el campo de entrenamiento sino también explosiones, ráfagas de viento, incendios e inundaciones para todos los que sus emociones los sobrepasaban o tenían el deseo irremediable de destruir todo (o para algunos más desconcertados: El incendio de sus hogares luego de que el encendedor no funcionara y de la nada, fuego brotase de sus manos, consumiéndolo todo a su alrededor). Pero, ¿qué era ese rugido y porqué ocasionó todo esto para aquellos descendientes de los forráðamenn cuyo gen dominante se había encontrado inactivo hasta el momento?
La respuesta era en realidad, muy simple: Había nacido un dragón blanco. O al menos, éste había cumplido su mayoría de edad, habían pasado más de 300 años desde que la primera faranget había muerto, transmitiéndole toda su magia y fuerza a su descendencia, por lo que hace 200 años, cuando el pequeño dragón blanco pudo vislumbrar el mundo, ya estaba destinado a convertirse en uno de los seres más poderosos del planeta y ahora, 200 años después finalmente había alcanzado su madurez, lo que le permitía llegar al mundo de los homanis mientras su poder retumbaba hasta los cimientos del mundo. Cuando un nuevo descendiente de los forráðamenn nacía, su gen (normalmente dominante) se mantenía inactivo, pero fue el estallido de poder de este dragón lo que activó el gen, permitiendo que los poderes y habilidades de estos finalmente se manifestasen como era debido.
¿Pero qué hacía tan especial a este dragón? Como mencioné antes, era el descendiente directo de la primera y última faranget que había existido, por lo que su sola existencia y ahora madurez, permitía que los genes mágicos antes también inactivos en los otros dragones, se activaran. Pues un dragón normalmente no era más que eso, un ser capaz de escupir fuego, agua o hielo, enormes criaturas cuya magia y fuerza sobrepasaba la de todos los demás, sin embargo, peleaban entre sí, destruyendo todo a su paso cual calamidades que asolaban el mundo, con apenas la inteligencia suficiente como para defender sus territorios. Pero los faranget eran diferentes a esos dragones salvajes y ordinarios, ellos eran gráciles, inteligentes y el doble de poderosos, pero durante la guerra habían desaparecido casi en su totalidad a excepción de ese pequeño huevo de dragón que había contenido toda la magia de su madre y ahora, esa magia se combinaba con la de la formidable criatura que rugía con fuerza, buscando la apertura de aquel portal que lo llevaría hasta el mundo de los homanis, el mundo de los forráðamenn de los que la magia y los recuerdos de su madre le habían hablado durante tantos años. Pues además, los faranget podían conservar o mejor dicho: compartir los recuerdos de sus antecesores, pero al ser el primer y único descendiente de una faranget, sólo compartía esas memorias. Finalmente, pudo encontrarlo, una grieta en el cielo donde la magia vibraba con fuerza, haciendo que su cuerpo cosquilleara ante la expectativa de lo que le esperaba, no lo pensó dos veces y rugió de nuevo, enviando holeadas de magia a través del portal que lo consumía.
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Inverness, era uno de esos pueblos de Escocia que parecían haber sido congelados en el tiempo, con sus edificios de aire medieval y castillos en ruinas que lo hacían el lugar perfecto para aquellos amantes de la historia. Aereanne vivía allí junto a sus madres y su hermanito, ambos habían sido adoptados en años y circunstancias diferentes; la chica no recordaba a sus padres biológicos en absoluto, de esa época sólo conservaba tres cosas: Su apellido: Forrægem, dos anillos y un medallón. Estos últimos tenían grabado lo que parecían ser runas, algo dentro de ella se removía cada vez que intentaba descifrarlas pero lo único que lograba era obtener un fuerte dolor de cabeza; sus padres habían muerto en un accidente cuando ella era apenas una bebé, lo que la llevó a pasar algunas temporadas en un orfanato, allí sus madres: Elizabeth y Camille Torregoza la acogieron y desde entonces, la criaron como a su propia hija. Sin embargo, había algunas cosas con respecto a la niña o su pasado que ni ellas ni los encargados del orfanato lograron descifrar pero decidieron pasar por algo, como el hecho de que no podían desatar ni cortar la cuerda que conformaba su medallón, de la que también colgaban los dos anillos que le habían dejado sus padres, no eran finos y tampoco parecían estar hechos exactamente de metal, era algo más rudimentario, incluso más antiguo por lo que se dieron por vencidos, decidiendo que lo mejor sería esperar a que la cuerda se desgastase. Pasaron los años y unos días después de que la niña cumpliera doce años, fueron de nuevo al orfanato, pues las dos mujeres deseaban extender su familia y brindarle un hermanito a su preciada hija; fue entonces cuando Herleif Drachenbach llegó a sus vidas. El pequeño niño tenía apenas ocho años cuando llegó a su hogar, al principio Elizabeth y Camille estaban en busca de un bebé, pero el niño se robó sus corazones desde el primer momento en que lo vieron, además, Aereanne y Herleif conectaron muy bien, así que dejaron a un lado su deseo de tener un bebé y se dedicaron a brindarle un hogar lleno de amor a sus hijos.