Habían pasado horas desde el momento en que partieron de su hogar, parecían estar siguiendo la estrella del norte, cual navegantes cruzando el océano. Aereanne supuso que se estarían dirigiendo a un lugar cubierto por la nieve y los vientos del norte, tan fuertes y helados que eran capaz de congelar algo en cuestión de segundos. Sin embargo, en cierto momento los lobos (que hasta ese momento habían estado corriendo a toda velocidad) se detuvieron, olfateando el ambiente y moviendo sus orejas en diferentes direcciones, sus pasos eran lentos, pausados, pisando con cautela entre las grandes rocas que cubrían el valle.
– ¿Amarok? –Susurró la chica en el oído del lobo– ¿está todo bien?
<<Silencio, señorita. Algo nos acecha desde las sombras>> resonó la voz del lobo en la cabeza de Aereanne. Eso le hizo ponerse alerta, ¿quién podría estar acechando? ¿Este era el momento donde debían “demostrar su valía? No podía escuchar nada aparte del viento que silbaba al golpear contra las piedras y los cascos de caballo que se escuchaban en la lejanía… un momento, ¿cascos de caballo? Al parecer Amarok también los había escuchado, pues miró en dirección al sonido con las orejas en alto, completamente atento a cualquier cosa que pasara.
Pasó un momento y el sonido se detuvo, el valle quedó sumido en un silencio escalofriante, apenas y escuchaban sus propias respiraciones. Avanzaron unos cuantos pasos más hasta que un fuerte estruendo retumbó por todo el valle, parecía haberse originado justo debajo de Faloen, el lobo de Herleif. Faloen los miró, agachando la cabeza con un sonido lastimero, al parecer –por accidente– había activado una trampa. Y fue entonces cuando pasó: El sonido de los cascos de caballo se hicieron presentes, mucho más fuertes y veloces que antes, dirigiéndose a ellos.
– ¡Amarok, corre! –Gritó la chica al mismo tiempo en que su hermano le ordenaba lo mismo a su lobo.
Emprendieron la huida, huyendo de lo que sea que los persiguiera y que su instinto les decía que podría acabar con sus vidas. Los lobos eran veloces, Aereanne no recordaba haber ido a tal velocidad en toda su vida, ni siquiera cuando acompañaba a sus amigos a esas carreras de motos; sin embargo, lo que sea que los estuviera persiguiendo, también lo era. Hace mucho que habían dejado atrás todo rastro de civilización y el sol no parecía querer salir aún del horizonte, pues la noche se había tornado tan oscura y densa que pensarlo les hacía estremecer los huesos. Los cascos se escuchaban cada vez más cerca, en medio de la huida, llegaron a una colina, donde Herleif y su lobo siguieron de largo mientras Amarok y la chica se detuvieron, mirando atrás en lo que un fuerte resplandor iluminaba el cielo, seguido de un trueno que hizo retumbar la tierra,
Pero sólo eso fue suficiente para verlo y para sentir que sus almas, abandonarían sus cuerpos. En medio del valle, a no más de un kilómetro de distancia y corriendo a toda velocidad se encontraba un ser que era capaz de matarlos con la sola mirada, Aereanne sabía lo que era, había pasado los últimos cinco años de su vida estudiando Historia, por lo que saber sobre este tipo de criaturas era parte de su oficio, aun así, verlo de esta manera no se comparaba en nada a leer sobre él en los libros de historia. Era un jinete lo que venía a por ellos, pero no uno cualquiera. Venía montado sobre un caballo de pelaje tan negro que fácilmente podría pasar desapercibido en la oscuridad de la noche si no fuera por sus ojos, pues parecían contener las llamas del mismísimo infierno en cada una de sus cuencas mientras el sonido de sus cascos silenciaba cualquier otro sonido, creando un eco espeluznante con cada paso que daba, anunciando su llegada; sobre él se encontraba un hombre, o al menos, la sombra de uno. Con túnicas negras cabalgaba aquel ser que al verlo a los ojos, te robaría el aliento, la cosa es que era difícil no hacerlo, pues donde debería estar su cabeza, no había nada más que un vacío escalofriante y manchas de un negro más profundo sobre sus hombros, como si su cuello hubiese sangrado, oscureciendo la tela, sobre su mano izquierda, completamente esquelética, reposaba su cabeza: una calavera cuyos ojos llameaban al igual que los del caballo y gracias a los reflejos del fuego, parecía llevar una sonrisa infernal mientras la sujetaban. Por otra parte, con su mano derecha se sostenía de las riendas del animal que montaba, animándole a ir aún más rápido; de su cintura, colgaba un látigo que a pesar de la distancia era distinguible, ella misma se había asombrado –e incluso maravillado– al leer sobre él, pues estaba hecho por completo de varias vértebras, lo que lo hacía ver como una larga e inmensa columna vertebral, según la leyenda, tomaba una vértebra de cada una de sus víctimas y la agregaba a su látigo, haciéndolo cada vez más largo.
Apenas pasó un segundo, pero para ella fue mucho más largo, era como ver a su peor pesadilla hecha realidad. Tomó las riendas de Amarok y gritó un fuerte ¡CORRE! Mientras intentaba salir de su asombro. En poco tiempo alcanzaron a su hermano, quien al verla completamente pálida y aterrada, preguntó:
– ¿Anne? ¿Qué es lo que vieron?
– ¡No puedo nombrarlo! –Gritó la chica, tanto agradecida como aterrada por lograr reconocer a esa cosa mientras su mente intentaba rememorar cada detalle sobre cómo vencerlo– ¡Corran, no dejen que los alcance ni los atrape con su látigo! ¡Y por lo que más quieran, no lo miren a los ojos!
Y eso fue suficiente, el mismo Herleif había pasado varias horas estudiando junto a su hermana, le encantaba conocer más sobre las civilizaciones antiguas y sus creencias, además de tener debates sobre cuál podría ser la criatura más fuerte o aterradora, de manera que, con algo de tiempo ambos se hicieron casi expertos en identificar a cada criatura por sus características y conocer sus puntos débiles. Por lo que ante las pocas pero acertadas advertencias de su hermana, pudo llegar a una conclusión que para nada le agradaba: El Dullahan. Un ser cuyo propósito era llevarse tu alma, un heraldo de la muerte al que nada ni nadie podía detener, excepto…