08:20 AM. Presente.
Acá estoy, sintiendo el peso de la mochila en mis espaldas mientras camino hacia el bosque. Mi reloj marca las ocho y veinte de la mañana.
Junto a mí, mis amigos caminan en silencio con Noah a la cabeza dirigiendo la marcha.
El aire está quieto, el cielo despejado con un color celeste tan fuerte que lastima los ojos al mirarlo.
A medida que avanzamos, la atmósfera que nos rodea se siente mucho más pegajosa, al tanto que nuestros pasos se adentran en el bosque.
Un sendero de grava se abre paso marcando el camino. Lo rodean impresionantes abetos y pinos que parecen gigantes verdes con infinidad de brazos que nos miran amenazantes. Solo por distraerme hago un cálculo rápido de su tamaño, llego a la conclusión de que son altísimos. En sus copas captan mi atención miles de pajaritos cantando sus melodías y silbidos, mientras llenan el aire de sonidos. La paz y tranquilidad que emana de este sitio se cuela hasta por mis narices.
De pronto, Noah repara en mi interés por los árboles, y él también dirige su atención hacia uno de ellos mientras comenta con su habitual sentido del humor.
—Recuérdame que para navidad me lleve uno de éstos. Quedaría de lujo en el patio de casa, cubierto de lucecitas.
—Alto árbol vas a tener —comento, para seguirle la corriente.
—Eso si te deja tu vieja —murmura Gael para molestarlo.
Noah compone un puchero exagerado al oír las palabras del chico de pelo rizado.
—Tendrá que aceptar, no le quedará otra.
—No te vaya a pasar como esa vez del lagartito —comento.
Mis palabras provocan una repentina carcajada en Noah, que se ríe hasta más no poder, secándose las lágrimas provocadas por la risa con una mano. Yo y Gael lo secundamos. Kenia nos mira sorprendida ante nuestro repentino ataque de risa. Una sonrisa se dibuja en su cara cuando comprende el motivo, pues ella fue testigo de lo que pasó esa vez.
—¿Que pasó después con el pobre bichito? —interviene Kenia-. Imagino que no lo habrás matado, ¿no?.
—¿Al final lo liberaste, Noah? —pregunta Gael.
Yo me río al recordar lo que pasó después, pero dejo que sea él quien lo cuente.
—Mamá me obligó a soltarlo. Creo que desde ese día tiene pavor a esa clase de alimañas —responde levantando ambas cejas, pícaro.
—Cómo no, ¡pobre señora!. Mirá que aparecer con un lagarto en tu casa, no es muy normal que digamos... Además, fue ella la que lo encontró, ¿no? —pregunta Kenia.
—Yo sólo lo guardé en una caja, y mi vieja al parecer entró a limpiar un poco, llevándose la sorpresa.
Menuda sorpresa.
—Te mandaste una carrera épica después. Te corrió por todo el barrio para obligarte a liberar el bicho —me reí.
Gael mira a Noah guiñándole un ojo.
—¡Ja!, qué ridículo te debiste ver cargando un lagarto. Ya me quiero imaginar, con lo feo que sos.
Noah se aproximó a Gael y le dio una palmada amistosa en la espalda.
—No mucho más que vos, rulitos.
Después de caminar algún trecho que a mí se me antoja grande, por fin paramos en un sitio. Miro en derredor y veo que hemos llegado a una especie de claro rodeado de un espeso follaje hacia los cuatro puntos cardinales.
Noah deja de caminar y apoya su mochila en el suelo, dando un largo suspiro. Los demás lo seguimos como unos autómatas dejando las pertenencias a nuestros pies. Yo me acuclillo para descansar un poco. Mis piernas están algo resentidas por la caminata.
—¿Es acá? —la suave voz de Kenia se oye.
—Sí —Noah asiente con malicia, estudiando su reacción—. ¿te gusta?.
La chica le clava sus ojos azules, lanzándole una mirada de desaprobación capaz de derretir una piedra, él ni se inmuta. Yo sabía que Kenia encontraba detestable la actitud pedante que su pareja solía tener cuando se le antojaba.
—¿Y ustedes, qué opinan? —dice, dirigiéndose a Gael y a mí.
—Nada mal —me encojo de hombros.
A mi derecha Gael, sin esperar instrucciones comienza a desempacar las cosas de su mochila con apuro. Al verlo, yo lo sigo. Abro el cierre de la mochila, sacando la mesilla y las sillas plegables que mamá me había prestado, acto seguido, las dejo en el piso.
—Bueno —Noah mira su reloj—. Llegamos en casi treinta minutos. Merecemos esto -dice sonriendo y abre la neverita que porta, sacando un par de latas de cervezas. Me extiende una.
—¿Querés?.
—No, gracias, prefiero dejarlas para el almuerzo, por ahora es mejor que beba agua —rechazo su invitación al tanto que saco una botella de agua. Más que sed, creo que tengo hambre.
Gael, como si me copiara, también rechaza la invitación de Noah mientras pone la excusa de que irá a pescar en un rato, y teme que algún inoportuno mareo lo precipite al arroyo. No hace falta que le ofrezca a Kenia, sabe que ella no bebe alcohol.