Paso por él porque no me queda de otra. Bueno, quiero convencerme de que es así, y no porque disfrute demasiado de su compañía.
Uruha sube a mi camioneta, tan tranquilo como siempre, y me regala una sonrisa mientras acomoda su largo cuerpo en el asiento.
— ¿Listo para el terror? —digo a modo de saludo.
— Espero que este año encontremos algo interesante —responde y se encoge de hombros.
Arranco la camioneta y conforme pasa el tiempo, nos acercamos a las afueras de la ciudad, donde la noche es plenamente oscura y los faroles no nos alcanzan. Las únicas luces que tenemos son las del vehículo y un par de linternas que, ahora que lo pienso, no sé si les he recargado las baterías.
— Trajiste los cigarros, ¿verdad?
Asiento. — Están en mi bolsillo.
Él se acerca y tantea el bolsillo izquierdo de mi pantalón, lo que hace que me aferre al volante y me concentre en cualquier otra cosa que no sean sus manos inocentes sobre mí. ¿Qué pensaría él si me ve temblar por su contacto?
Cuando los encuentra, Uruha no tarda en sacar y encender un cigarro que me hace sentir celoso cuando toca sus labios. Sé que debo concentrarme en la carretera, pero no puedo apartar la mirada de él. Lucho contra el impulso de detener la camioneta y besarle, aunque sé que si lo hago él me rechazaría e incluso golpearía. Y tengo tanto miedo de perder su amistad por intentar conseguir lo que más deseo en el mundo, que son sus besos, sus labios sobre los míos, él y yo en la misma página. Uruha y Aoi pasando de ser amigos a amantes.
Me asusta la idea de querer más de lo que él pueda darme.
— ¿Quieres?
No sé qué me está ofreciendo porque estoy medio perdido entre mis pensamientos, la visión de sus labios y el humo del cigarro.
El cigarro. ¿Cómo no me di cuenta antes? Él no sería capaz de ofrecerme otra cosa. No esta noche, no en esta vida. ¿En qué momento se me ocurrió que él podría ofrecerme un beso?
Cuando muevo la cabeza afirmando, Uruha deja el cigarro entre mis labios apenas rozándolos con sus delicados dedos y se aparta cuando muevo la cabeza al frente.
Tengo que obligarme a dejar de pensar en su tacto cuando encontramos una casa abandonada que no sabíamos que estaba en este lado de la ciudad. Hemos recorrido muchas casas durante los tres anteriores Halloweens, pero esta casa es, sin duda, la más enorme que hayamos visitado.
Encendemos las linternas y nos adentramos en la vieja casona. Esta es una de las cosas por las que amo el Día de Brujas, porque vengo a estos lugares con mi mejor amigo y nos tomamos de las manos para no perdernos. Me encanta sentir su mano sobre la mía, y probablemente esa sea la única razón por la que vengo aquí. Nunca encontramos cosas interesantes y las casas embrujadas nunca lo han estado, por lo que podría decirse que mi excusa es una porquería.
El lugar no está muy amueblado, pero tiene unos cuadros de época impresionantes y me llama la atención que ningún vándalo haya venido a robárselos.
— ¿Qué es eso?
De pronto, Uruha me suelta la mano y se va hacia un pequeño punto luminoso de la casa. ¿Por qué no me había dado cuenta de que había luz aquí? Oh, mierda, ¿y si la casa está habitada y nos sacan a los escopetazos? Joder, joder, joder. No quiero que le suceda algo a Uruha.
— Espera. Uru, ven acá —siseo— Es peligroso.
Él continúa y no sé si me ha oído, por lo que decido seguirlo. Si vinimos de a dos, que nos maten a los dos.
Las linternas fallan y se apagan, la luz lejana que llamó la atención de mi amigo ya no está y no veo nada. Le digo a Uruha que me espere, pero ya no oigo sus pasos.
El terror me invade. Siento que me falta el aire. ¿Dónde demonios está?
Tanteo para no chocar contra algo cuando una luz me ciega.
— ¡Aoi!
Uruha apunta la luz hacia él y lo veo sentado en el suelo golpeando algo en el aire con su otra mano. A pesar de no comprender por qué está en el piso y qué está golpeando, decido ir a socorrerlo.
Algo me detiene y no sé qué es. Lo toco, pero no sé si es sólido.
No entiendo nada.
— Aoi, ¿qué es esto?
Uruha coloca la mano en lo que sea que es esto, y parece como si tocase algo invisible. Yo hago lo mismo. No entiendo. ¿Es una ilusión óptica?
— ¿Una pared invisible? —susurro y él abre los ojos hacia mí, asustado.
— Estoy encerrado de este lado —concluye y la linterna le tiembla.
Odio el temor en sus ojos. Odio estar del otro lado sin poder ayudarlo.
Siento tanto miedo de no poder destruir esta cosa invisible que nos separa, que los ojos se me llenan de lágrimas.
No quiero perder a mi mejor amigo. Al chico que me gusta. No quiero perder a Uruha por nada del mundo. Me siento inútil cuando veo que él también llora y no puedo atravesar la distancia para secar sus lágrimas.
El llanto y el silencio es lo único que nos queda. Puedo salir a pedir ayuda, sí, pero él no quiere que me vaya y yo tampoco quiero dejarlo solo.
No sé cuánto tiempo pasa, pero me siento en el suelo, de este lado de la pared, y lo observo. Él hace lo mismo.