The Journey of the Lifeless

CAPÍTULO 1: EL DÍA SEÑALADO

Esta historia, sus personajes, conceptos y demás están protegidas por: La Dirección Nacional de Derecho de Autor, con número de registro:10-1064-400.

MAPA 1: TIGRE ENCADENADO

RUTA 1: DE OESTE A NORTE/ DE ISKALETH A MAGNO

CAPÍTULO 1: EL DÍA SEÑALADO

En la era en que las Brillantes aún eran jóvenes y los nombres de los dioses se pronunciaban con temor, llegó la semana del Deidaebo. Durante cinco días, los reinos callaron, las espadas descansaron, los mercados cerraron, y desde las colinas nevadas hasta las llanuras doradas se alzaron cánticos y ofrendas.

Caravanas descendían de las montañas cargadas con cofres de oro arrancado de las entrañas de la tierra. Ganado de cuernos bruñidos, adornado con cintas y flores, era conducido hasta los altares. Ánforas de vino oscuro, marcadas con el signo del cometa blanco bajo el sello de cera, se alineaban junto a cestas de frutas maduras, cuyo perfume se mezclaba con el humo de las antorchas.

Todo era dispuesto por manos sacerdotales en largas hileras frente a las estatuas divinas, pues así lo dictaba la costumbre… y así lo exigía el miedo.

En lo alto, más allá de las sendas del viento, se erguía el Megalo, morada de los dioses. Allí residían los Cuatro Grandes: Zigmund, el Colmillo de los Astros; Athlios, el Pastor de las Sombras; Thalássa, el Latido Verde del Mundo; y Foslux, la Luz de la Aurora Eterna.

El cometa de cola blanca, el astro más refulgente, cruzó el cielo como una brasa que rasgaba la noche, y al verlo, los Cuatro Grandes comenzaron el ritual. Juntos sellaron el gran portón con un hechizo tan antiguo como el amanecer del mundo. Ninguna deidad podía descender a la Tierra durante el reposo sagrado.

Fue la única orden de su padre que jamás se atrevieron a romper, pues su eco aún ardía en el cometa.

Pero no todos los hijos de lo alto aceptaban cadenas, por sagradas que fueran. Helltantine, el Señor de los Gusanos, hijo menor de Athlios y el más joven de la estirpe divina, había pasado cientos de Blancos en las sombras del Infragélido, alimentando agravios. Algunos decían que fue injustamente desterrado; otros, que su ambición lo llevó a traicionar a su propia sangre. Mientras su siervo Zeranthel ocupaba su lugar en el Megalo, disfrazado con su forma, él ascendió desde el Infragélido con su ejército oscuro. Allí donde marchaban, las aldeas ardían, los ríos se teñían de rojo y las torres caían como espigas bajo la guadaña.

Los dioses, prisioneros tras el portón, observaban impotentes. Fue entonces cuando Zigmund vio a su hijo, el semidiós Klisis, resistiendo solo en una colina.

El espadón de los astros temblaba.

La sangre le cegaba los ojos.

La marea de Hijos del Infragélido lo rodeaba.

Entonces el divino habló con voz grave, que resonó como un eco en el cielo:

—“Derramo esta lágrima sobre ti, hijo mío, para que sea la última que se derrame en esta guerra profana. Que esta gota, nacida del dolor de los dioses, te marque como heraldo del fin. Te concedo el Aliento de los Astros, fuerza del cosmos y de las estrellas, para que vengues a los que fueron traicionados, mortales y divinos por igual.

Alza mi colmillo contra el impostor, el dios que se alzó por encima de sus padres y hermanos, el mentiroso que quebró pactos sagrados y se coronó con arrogancia.

Que su nombre se borre.

Que su luz se apague.

Y que su caída sea recordada por mil generaciones.”

La luz descendió sobre el guerrero, y otros dioses siguieron el ejemplo. Thalássa derramó una lágrima y bendijo a Entrífone, la Reina Muda, con el poder de los cuatro latidos.

Kouh, la Arquitecta del Azul Eterno, derramó otra lágrima y le otorgó a Thorium, el Sabio Codicioso, el Zethay, fuerza con la que antaño se forjaron los Heraldos del Megalo y palacios de luz.

Foslux y Athlios derramaron juntos una lágrima sobre Herástocles, El Sacerdote de la Paz, otorgándole el don de la luz y la oscuridad.

Así se alzaron los Cuatrarcas: tres hombres y un semidiós, unidos por un juramento que ninguno pronunció, pero que todos comprendían.

Pasadas cuatro Brillantes, los Cuatrarcas ganaron la guerra. Gran parte de los Hijos del Infragélido regresó a su frío pozo de oscuridad; los que sobrevivieron se desperdigaron por el mundo como perros sin amo, sembrando terror en cada frontera.

Helltantine muy malherido y a punto de morir decidió hacer una última hazaña en contra de las deidades, y postrado en una nube dejó caer una lágrima sobre el vientre de una mujer.



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En el texto hay: fantasia, guerreros, horror y drama

Editado: 12.11.2025

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