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MAPA 1: TIGRE ENCADENADO
RUTA 1: DE OESTE A NORTE/ DE ISKALETH A MAGNO
CAPÍTULO 1: EL DÍA SEÑALADO
En la era en que las lunas aún eran jóvenes y los nombres de los dioses se pronunciaban con temor, llegó la semana del Deidaebo. Durante siete días, los reinos callaron, las espadas descansaron, los mercados cerraron, y desde las colinas nevadas hasta las llanuras doradas se alzaron cánticos y ofrendas.
Caravanas descendían de las montañas cargadas con cofres de oro arrancado de las entrañas de la tierra, cada moneda grabada con el símbolo de un dios. Ganado de cuernos bruñidos, adornado con cintas y flores, era conducido hasta los altares. Barriles de vino añejo, sellados con cera y marcados con el año de la cosecha, se alineaban junto a cestas de frutas maduras cuyo aroma dulce se mezclaba con el incienso. Todo era dispuesto por manos sacerdotales en largas hileras frente a las estatuas divinas, pues así lo dictaba la costumbre… y así lo exigía el miedo.
En lo alto, más allá de las sendas del viento, se erguía el Megalo, morada de los dioses. Allí residían los Cuatro Grandes: Zigmund, el Colmillo de los Astros; Athlios, el Pastor de las Sombras; Thalássa, el Latido Verde del Mundo; y Foslux, la Luz de la Aurora Eterna. Juntos habían sellado el gran portón con un hechizo tan antiguo como el amanecer del mundo. Ninguna deidad podía descender a la Tierra durante el reposo sagrado.
Pero no todos los hijos de lo alto aceptaban cadenas, por sagradas que fueran. Helltantine, el Señor de los Gusanos, hijo menor de Athlios y el más joven de la estirpe divina, había pasado siglos en las sombras del inframundo, alimentando agravios. Algunos decían que fue injustamente desterrado; otros, que su ambición lo llevó a traicionar a su propia sangre. Mientras su siervo Zeranthel ocupaba su lugar en el Megalo, disfrazado con su forma, él ascendió con un ejército de demonios. Allí donde marchaban, las aldeas ardían, los ríos se teñían de rojo y las torres caían como espigas bajo la guadaña.
Los dioses, prisioneros tras el portón, observaban impotentes. Fue entonces cuando Zigmund vio a su hijo, el semidiós Klisis, resistiendo solo en una colina, con la espada mellada y la sangre cubriéndole los ojos, mientras la marea de demonios lo rodeaba.
Entonces el divino habló con voz grave, que resonó como un eco en el cielo:
—Derramo esta lágrima sobre ti, hijo mío, heredero del astravarium, para que sea la última que se derrame en esta guerra profana. Que esta gota, nacida del dolor de los dioses, te marque como heraldo del fin. Te concedo el Aliento de los Astros, fuerza del cosmos y de las estrellas, para que vengues a los que fueron traicionados, mortales y divinos por igual. Alza tu espada contra el impostor, el dios que se alzó por encima de sus padres y hermanos, el mentiroso que quebró pactos sagrados y se coronó con arrogancia. Que su nombre se borre, que su luz se apague, y que su caída sea recordada por mil generaciones.
La luz descendió sobre el guerrero, y otros dioses siguieron el ejemplo. Thalássa derramó una lágrima y bendijo a Entrífone, la Reina Muda, con el poder de los cuatro latidos.
Kouh, la Arquitecta del Azul Eterno, derramó otra lágrima y le otorgó a Thorium, el Sabio Codicioso, el Zethay, fuerza con la que antaño se forjaron ángeles y palacios de luz.
Foslux y Athlios derramaron juntos una lágrima sobre Herástocles, El Sacerdote de la Paz, otorgándole el don de la luz y la oscuridad.
Así se alzaron los Cuatrarcas: tres hombres y un semidiós, unidos por un juramento que ninguno pronunció, pero que todos comprendían.
Pasadas tres lunas, los Cuatrarcas ganaron la guerra haciendo que gran parte de los demonios regresaran al inframundo, y otra gran parte se esparciera por el mundo huyendo de la batalla. Helltantine muy malherido y a punto de morir decidió hacer una última hazaña en contra de las deidades, y postrado en una nube dejó caer una lágrima sobre el mar diciendo:
—Aquí lanzo la mitad de mi alma, mis poderes, dones y conocimientos. Que esta lágrima aguarde en las profundidades hasta que, pasados cientos de años, surja un ser digno de hallarla. Él la tomará y, con ella, devolverá mi espíritu al mundo para que juntos venguemos la afrenta de los hombres y de los dioses.
Aún derramó otra lágrima, esta vez sobre el vientre de una mujer. Era una prostituta, perdida entre las ruinas de una ciudad arrasada. Su maquillaje corrido por el llanto, la piel marcada por manos crueles. Al verlo, intentó cubrirse el vientre con las manos, pero la sombra de Helltantine la envolvió como un manto de noche.
Editado: 26.10.2025