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CAPÍTULO 18: EL CAMINO DE LOS DESAFORTUNADOS.
Los guerreros se alejaron de la multitud mientras el rubio tiraba de las riendas de los corceles, afortunadamente la carroza había quedado intacta pese a todo el alboroto que se formó en aquella pesadilla rural. El capitán antes de partir se tomó el tiempo de contar moneda por moneda para comprobar que no les hubiesen robado nada. Teo se quedó dormido sobre el hombro de su padre, mientras este le limpiaba el rostro lleno de barro y sangre con un trapo húmedo. Junad observó por la luz entre la tela de la parte de atrás cómo los aldeanos se quedaron mirando su partida, con rostros de incertidumbre y desasosiego.
Momentos antes de salir los Magnos llegaron al centro del pueblo, dónde el alcalde y varios sobrevivientes estaban llorando por la derrota y la pérdida de Joshea. Su madre abrazó a Jishia llorando desconsoladamente, ella entendió de inmediato que su hijo había muerto en manos de los forasteros. Curiosamente, nadie intentó vengarse, atacarlos, o si quiera tirarles una piedra, parecían demasiado deprimidos a tal punto de caer en la resignación.
- ¿Ahora cómo lucharemos con los demonios?, ¿cómo mantendremos al pueblo a salvo? – Preguntó el alcalde entre jadeos lagrimosos. Aunque parezca imposible, al parecer su parásito no había llegado hasta su cerebro, y pudo expulsarlo luego de que los guerreros acabaran con la madre.
- ¡Eso es lo qué te importa! – Gritó su hija. – ¡Tú nieto está muerto, y no hay nada que podamos hacer para revertirlo!
El sin vida se paró al frente de una pequeña fuente de agua, y con la zweihander empezó a grabar sobre la roca.
- ¿Qué estás haciendo? – Preguntó el abuelo.
Cuando terminó, mostró un símbolo peculiar, bastante mal hecho y torcido. En el centro había un círculo con una línea que lo partía por la mitad, de él emergían cuatro líneas que formaban una letra x, las cuales parecían tentáculos. Arriba y abajo había una de las líneas dividida por más líneas paralelas, y otra dividida por grandes puntos. Además, del círculo del centro salían otras cuatro líneas todavía más gruesas en forma de cruz, las cuales hacían más críptico dicho símbolo.
- Este es mi ojo, el ojo del tigre negro. – Vociferó inexpresivo. – Este pueblo está maldito de ahora en adelante por mí, y por lo tanto andará bajo mi custodia. Cualquiera que se acerque a vulnerarlo, sea mortal o demonio, parecerá de mi maldición, y lo cazaré hasta matarlo y desmembrarlo con mis garras.
- ¡Quién demonios te crees que eres! – Gritó un pueblerino. – Tu protección no nos servirá de nada si te vas.
- Soy un demonio, el demonio del tigre negro. – Contestó al instante provocando que todo el mundo prestara atención. – No me mal entiendan, nunca dije que los protegería del peligro, aquel que sea hombre y pueda blandir un arma que lo haga, y aquella mujer que sea capaz de templar un arco, que lo haga también. Ustedes se encargarán de defender este mugrero del enemigo por su cuenta, pero eso sí, les prometo algo, si por azares del destino ustedes llegasen a caer, mi maldición comenzará, y no descansaré hasta matar a los responsables. Que les quede muy claro, no soy un héroe salvador, soy un demonio vengativo.
Ese momento no se le iba de la cabeza al sin vida. Realmente no fue algo que hubiese planeado, no supo por qué dijo lo que dijo, solo se dejó llevar por el momento, incluso todo eso del ojo del tigre negro, le surgió natural y de manera improvisada. Sea como sea, esas palabras calmaron al gentío, y los dejaron ir sin más, sin ninguna despedida, pero también sin ningún reproche.
Los días posteriores llegaron y se fueron sin casi notarlo. El grupo estuvo bastante callado, algo que solía suceder cuando superaban una situación difícil, aunque esta vez fue diferente, esta vez la razón de su distanciamiento no se trataba de lo ocurrido en sí, sino de un fuerte rencor entre ellos. El capi apenas cruzó palabras con el chico en todo el recorrido, y el joven héroe estuvo más que cómodo con eso, la tensión entre el par era demasiado evidente.
Durante el camino le hicieron frente a varias tormentas, el agua del cielo cayó sin falta durante cada madrugada y anochecer. Para colmo, sus provisiones comenzaron a escasear, y aunque llevaban un gran saco de oro con ellos, de nada servía sin un vendedor con quién trucarlo.
Una semana más de viaje los adentró todavía más en una rutina cíclica sin final, nada cambió, ni el agua, ni los paisajes, ni el silencio incómodo. Sin embargo, el pelirrojo divisó con sus ojos lo que por un momento creyó una ilusión, sus primeros indicios de civilización desde el pueblo maldito, una pequeña choza al fondo del camino justo a mano izquierda.
- ¡Para por el amor de los dioses! – gritó Teo -, ¡puede que tengan algo de comer que no sean granos secos!
- O pueden ser otros psicópatas hambrientos por comernos vivos. – Replicó el barbón. – Nadie que viva afuera de las naciones puede estar bien de la cabeza.
- Alisten sus armas, bien saben que no podemos confiar en nadie. – Ordenó Hernesto.
Se detuvieron y ataron las correas de los caballos en un amarradero que estaba al costado de la vivienda. Todo estaba muy tranquilo, el lugar era viejo y la madera estaba podrida, parecía que estaba a punto de caerse a pedazos
- Creo que me arrepiento, mejor sigamos comiendo maíz y avena. – Confesó el pelirrojo.
- A lo mejor no hay nadie. – Agregó su padre. – Cuanta falta me hace un buen burdel.
Junad se quedó atrás de todos vigilando la retaguardia, presentía algo que lo inquietaba. Hernesto, con alabarda en mano, se acercó y llamó a la puerta, pero en el momento en que la golpeó esta se vino abajo. El lugar estaba completamente abandonado, había decenas de telarañas por doquier y apestaba a mierda de rata.
- Bueno... creo que así terminarán los bastardos del otro pueblo, es difícil mantenerse por estas tierras. – Concluyó el capi enfundando su arma en la espalda.
El lugar parecía abandonado, de hecho se notaba que el techo estaba a punto de derrumbarse en cualquier momento. De la nada sonó un pequeño quejido en la vieja letrina de madera del frente, y todos voltearon inmediatamente hacia su dirección. Junad, no tendría tanta calma como los demás, así que no dudó en saltar sobre ella con la zweihander.
- ¡Espera chico! – Advirtió Teodoro.
De la adrenalina, empuñando su arma con ambas manos mandó un sablazo que partió la letrina por la mitad como si fuese un trozo de mantequilla. Al destrozarla salvajemente, la parte de arriba cayó hacia atrás desvelando a un familiar y pequeño fisgón.
- ¡No me maten!, ¡no me maten! – Suplicó Efraín.
- ¿Quién eres? – Preguntó Junad colocándole el filo en la garganta. – Será mejor que hables o te tajaré el cuello.
- ¡Espera por favor!, ¡solo quería ir con ustedes!
- Un momento. – Intervino Teo. – Este niño se me hace conocido… Es el pequeño actor que iba con los bandidos que intentaron robarnos.
- ¿Con que viniste con tus amigos para un segundo asalto?, ¿no pequeño bastardo? – Preguntó el barbón agarrándolo por el cuello. - ¡Habla!, ¿dónde están tus amigos?
- No es lo que creen. – Replicó asfixiado y muriéndose del miedo.
- Déjalo hablar. – Solicitó Hernesto, y el gigante sin rechistar lo dejó caer al suelo.
- Me abandonaron. – Replicó mientras tosía. – Ya no voy con ellos, luego de que ustedes acabaran con el grupo, me dieron una paliza y me dejaron tirado en la mitad del camino.
- Eso no explica por qué rayos nos seguiste hasta acá. – Lo amenazó con la alabarda.
- Déjame terminar por favor. Escuché que se dirigían a Corfinium antes de que se fueran. Sabía perfectamente la ruta que tomarían así que les robé un caballo a los otros bastardos y los seguí hasta el pueblo. En un principio mi idea era robarles la carroza con la comida y el dinero, pero entonces fue que me topé con él. – Señaló al sin vida. – Mientras me escabullía detrás de la cabaña dónde se estaban hospedando vi que se apartó en solitario, por alguna razón me entró la curiosidad y lo seguí.
- Habla más rápido, me estás aburriendo.
- Ya voy, ya voy. Una vez lo seguí hasta el lago, vi como hablaba con un sapo parlanchín, y escuché que ese sapo lo llamó Junad “el sin vida”. – El pequeño se colocó de rodillas e inclinó su cabeza al frente del joven héroe. – Señor Junad, estoy seguro de que es usted por favor no lo niegue. – Dijo entre lágrimas. – Mis padres alguna vez hicieron parte del ejército rebelde, pero fueron asesinados en la guerra y me vi obligado a robar con esos bandidos. Por favor déjeme acompañarlo en su viaje, sé muy bien que no merezco ese honor, pero a pesar de lo bajo que he caído, mi sueño siempre ha sido liberar a Olimpia de las manos de Tesalónica. ¡Por favor!, ¡permítame viajar con usted!
- ¿Pero qué clase de historia de mierda es esa? – Preguntó el pelón furioso. - ¿Un sapo que habla?, ¿crees que te creeremos una palabra de lo que dices?
- Es verdad, ¡lo juro por Zigmund! – Insistió desesperado. – Dígales futuro libertador, dígales.
- Larga historia, pero para hacer esto corto, lo que dice es verdad.
- ¿Un sapo que habla?, ¿pero qué diablos te está pasando Junad? – Intervino Teo.
- Luego de saber que era el sin vida, decidí escabullirme entre sus cosas y esperar a la mañana siguiente para presentarme. Sin embargo, a mitad de la noche esos monstruos del pueblo salieron a matarlos, así que me asusté, robé uno de sus sacos con comida, tomé mi caballo y escapé del lugar. Pese a estar avergonzado por ser un cobarde, me dirigí hasta este punto para esperarlos, sabía que si salían vivos de allí seguirían su viaje, y en algún momento tendrían que pasar por acá si querían llegar rápido a Corfinium.
- No me lo puedo creer, con razón Hernesto me estaba acusando de robar comida. – Admitió el pelón. – Eres un fanático desquiciado.
- ¡Por favor permítame seguirle!, ¡prometo darle mi vida, así no valga mucho!
- Ni hablar. – Replicó Hernesto guardando su alabarda. – No termino de creer lo que dices, y además solo serías una carga para nosotros. Vete por donde viniste, y no regreses jamás.
- ¿No deberíamos pensarlo un poco? – Sugirió el pelirrojo. – Nos vendría bien un poco de ayuda extra, y además tampoco podemos dejarlo solo, es peligroso.
- He dicho que no, y si logró llegar vivo hasta acá podrá devolverse sin problemas él solito. No perdamos más tiempo, desde aquí ya puedo ver el muro del sacerdote. – Señaló una enorme montaña al fondo. – Todos al carruaje.
- Ven con nosotros. – Dijo Junad dándole la mano al pequeño. – Pero debes entender que es un camino peligroso.
- ¡Junad!, ¡deja eso!, he dicho que no.
- ¿Y desde cuándo tienes el poder de decidir por mí? – Protestó mirándolo con odio. – He dicho que vendrá conmigo, y si tienes algún problema oblígame a cambiar de opinión.
El ambiente se puso más pesado de lo que ya estaba, su duelo de miradas fue tan incómodo, que Teo y Teodoro decidieron no intervenir en sus asuntos.
- ¿Cuánto tiempo más piensas durar con esta actitud de rabieta infantil niño?
- Tú no eres mi jefe, mucho menos mi padre. – Se le acercó aún más para encararlo. – Eso me lo dejaste muy claro allá atrás, en el pueblo.
- Eres tan inmaduro, que ni siquiera sabes qué es lo mejor para ti.
- Oh, déjame adivinar, ¿y tú si sabes lo que es lo mejor para mí?, o más bien, ¿lo mejor para el ejército rebelde?
- Algún día me darás la razón, y te darás cuenta de que te comportas como un mocoso. – Contestó el capi mirándole fijamente. – Haz lo que quieras, pero si algo malo le pasa a ese pequeño, será tu responsabilidad. – Se dio media vuelta dirigiéndose a los caballos.
- Gracias señor Junad, estoy seguro que no se arrepentirá. – Dijo el pequeño Efraín.
Todos se montaron a la carroza y siguieron con su viaje. El nuevo miembro del equipo se veía bastante contento y emocionado, además de que olía un poco a basura. El pelirrojo sacó granos de avena y comenzó a calentarlos con ayuda de una antorcha y una olla. Apenas el agua se evaporó, repartió los tatucos de madera con los platos llenos de comida.
- Muchas gracias. – Dijo Efraín hambriento.
- ¿Cuál es tu nombre completo? – Preguntó el joven héroe. El pequeño sin dejar de comer mostró el tatuaje de los sin vida en su brazo derecho. Eso le daba bastante más sentido a su admiración por Junad. – Eso no significa nada para mí, por favor, dime tu nombre.
- Soy Efraín Blasco Fandilez, hijo de Tarmel, hijo de Fabio.
- ¿Hablas de Tarmel Blasco Locielli? – Preguntó el pelón.
- El mismo.
- ¿Lo conoces padre?
- Le conocí cuando era un mocoso, en ese entonces entrenaba a su padre, Fabio Blasco Riora. Sí había escuchado por ahí que luego de que Fabio muriera su hijo se enlistó también para cubrir su lugar. Sin embargo, al poco tiempo también fue asesinado. No conozco los detalles, pero dicen que fue una muerte bastante triste para su familia. Ni siquiera sabía que tenía un hijo.
- Mi padre era increíblemente fuerte. – Interrumpió el niño cabizbajo. – Era incluso más alto que usted señor, y tenía una valentía inquebrantable.
Teo se percató de que el tema le afectaba bastante al pequeño. – Cambiando de tema, mi nombre es Teo “el pelirrojo”, el tarado imprudente es mi padre Teodoro, y el rubio con cara de pocos amigos es Hernesto.
- Todos se ven muy fuertes y geniales. ¿Qué los lleva a Corfinium?
- Te lo diré una vez estemos allá. – Aclaró Junad. – Todavía estás en fase de prueba.
- No lo decepcionaré libertador.
- Por ahora es importante que sepas que estamos encubiertos, no usamos nuestros nombres ni bautizos reales, así que por ahora somos…
- ¡Las bestias rufianes! – Interrumpió el barbón de un grito. – Yo soy el gran oso, Junad es el tigre negro, Hernesto es puercoespín y mi hijo es conejillo de indias.
- ¡Qué no soy una maldita cobaya! – Protestó Teo. – Seguramente gracias a ti el pequeño pensará que somos unos tarados.
- ¡Son geniales! – Exclamó exaltado. - ¿Cómo me llamaré yo entonces?
- Tú serás… - El barbón pensó frotándose los pelos de su barbilla. - ¡Ratón!
- ¿Por qué tienes que ponerle un bautizo tan horrible?, seguro que lo va a odiar. -Intervino el pelirrojo.
- ¡Me encanta! – Gritó emocionado.
- No entiendo qué demonios tienen ustedes dos en la cabeza.
- Vamos Teo, seguro que nos llevaremos muy bien ya que ambos somos roedores.
- No pruebes tu suerte niño… ¡Qué no soy una maldita cobaya!
- JA, JA, JA. Así se habla pequeña ratica.
- ¿Te acabas de reír como Leónidas? – Preguntó el sin vida.
- Dejen de decir estupideces – intervino Hernesto -, ya vamos a llegar al muro del sacerdote.
- Cierto, lo mencionaste cuando estábamos en la choza abandonada. ¿Qué es eso?
- Corfinium está totalmente encerrada por un muro de montañas. – Contestó ratón.
- ¿Muro de montañas?
- En efecto. – Afirmó Teo. - Una vez los Vasalios fundaron Corfinium, Herástocles “el sacerdote de la paz”, creó un muro de montañas para que ninguna nación pudiera invadirlos. Estamos hablando que casi 9.985 millones km² están cercados por un gigantesco muro de más de 80 km de grosor.
- ¿Cómo es posible que un mortal tenga el poder de hacer algo así? – Preguntó incrédulo. – Más importante aún, ¿cómo vamos a cruzar nosotros?
- Hay dos formas, una es pasando con una invitación por un túnel que se haya en el centro de las montañas. Dicha invitación se le es otorgada aquellos extranjeros que tienen permiso de entrar y salir de Corfinium, o incluso a los mismos Corfinianos que desean salir de su país.
- ¿Hasta sus propios habitantes necesitan esa invitación?
- No tengo todos los detalles, pero sé que Corfinium es una nación muy diferente a todas las demás, tienen demasiadas reglas y el poder de su pilar, Bastián, se equipara al de un dios omnipresente, o eso al menos dicen los rumores.
- También dicen que ese poder no lo puede usar fuera de su país, por lo que está obligado a quedarse ahí dentro. – Agregó Efraín.
- No es información muy alentadora. Hasta donde yo sé, nosotros no hemos sido invitados, ¿cuál es la otra forma?
- Atravesar el camino de los desafortunados. – Contestó Hernesto. – Bajen todos, ya llegamos.
Cuando el sin vida colocó sus pies sobre el suelo, vio el significado de lo grandioso plasmado en un paisaje. Una hilera circular de montañas enormes les obstruía el paso. Por lo menos, la más pequeña que alcanzaban a percibir medía unos dos kilómetros de altura. No tenían nada de pasto encima, ni siquiera tierra, eran piedras triangulares enormes de color gris casi negro. En la cima se podía observar una espesa neblina advirtiendo del peligro.
- Si tuviéramos una de esas dichosas invitaciones, podríamos atravesar esta puerta. – Dijo Hernesto señalando una roca cuadrada gigante en el centro de una de las montañas.
Aquella entrada realmente estaba encajada por cuatro rocas cuadradas más pequeñas, se podía ver la división en forma de cruz entre ellas. En el centro de la intersección de las cuatro había un círculo metálico oxidado, el cual recordaba a un ojo humano.
- ¿Quieren que me crea que esto lo hizo un solo hombre? – Preguntó Junad aterrado.
- Es lo que dicen las leyendas. – Replicó Teo aún más impresionado. – Ahí al lado están las escaleras para subir. – Señaló a un costado.
- ¿Eso lleva al camino del que hablaba Hernesto?
- Sí… Si no tienes la invitación la única forma de llegar a Corfinium es atravesando el muro por la parte de arriba. Pero como podrás imaginar, no es nada sencillo lograrlo. Lejos de eso, atravesar ese infierno montañoso es considerado una hazaña digna de un héroe.
- La última vez data de más de 600 años atrás, por el mismísimo Deiu “el gran Magno”. – Explicó el guerrero de espinas. – Ahora es tu turno como su sucesor chico. Tu nombre se ha hecho mucho más popular luego de que acabáramos con Roma y con Clay. Pero si logramos esto seguro que te volverás mundialmente famoso.
- Arriba nos encontraremos todo tipo de demonios – dijo Teodoro -, será mejor que tengan los ojos bien abiertos.
- Agarren los sacos de comida y de dinero, dejen libres a los caballos, de aquí hasta Corfinium tendremos que ir a pie. – Afirmó el capi.
- No quiero dejar a Martha, Tatis, Zoe y Sarita. – Protestó el barbón abrazando los corceles.
- ¿De qué estás hablando?, si todos son machos. – Aclaró su hijo.
- No tenemos de otra, no podemos subir a los caballos por las escaleras. Será mejor soltarlos libremente para que no se mueran de hambre. ¡En marcha!
Luego de que todos cargaran con las cosas en sus hombros, y de que el gigante tuviera su emotiva despedida con los caballos, comenzaron a subir las escaleras en zigzag por todo el costado de la montaña. A lo lejos se vio a una persona encapuchada observándolos con detenimiento.
Era impesionante girar hacia la derecha o a la izquierda y ver como había una montaña seguida de otra sin final, realmente era un muro que cubría todo el país. A medida que subían, sintieron el descenso de la temperatura, y a su vez la niebla se hizo más espesa. El pequeño Efraín era el más cansado de todos, al cual le tocó cargar con las sábanas y algunos paquetes de comida en un saco amarrado a su espalda.
No montaron mucha conversación en la subida, además de que necesitaban ahorrar aire para moverse sin fatigarse, sintieron que algo desde la cima de la montaña les gritaba peligro, haciendo que todos los bellos de su cuerpo se erizaran de la ansiedad.
- Maldita sea… pensé que moriríamos antes de llegar aquí arriba. – Admitió el ratón hiperventilando, y luego vio que todos estaban estáticos mirando al frente. - Oigan, ¿qué les pasa? – Todos tenían cara de espanto, mientras miraban al vacío de la densa niebla.
- Ustedes lo notan igualmente… ¿verdad? – Preguntó el pelirrojo temblando.
- Sí… esto, esto se siente igual que el bosque de las emociones. – Respondió el sin vida con el corazón agitado.
- Ármense de valor, no podemos dar marcha atrás. – Dijo Hernesto.
- ¿Cómo qué no?, si quieres te demuestro como hacerlo. – Replicó Teodoro.
- ¿Qué dice en ese letrero? – Preguntó el sin vida señalando a una tabla de madera pegada en la pared de la montaña de al lado.
- Veamos…. creo que está escrito en oerbe, el idioma de los Vasalios. – Analizó el pelirrojo.
- Dice: “Malvenidos al camino de los desafortunados. Todo aquel desafortunado que tenga la terca intención de atravesar estas montañas, que se prepare para ver el miedo cara a cara por primera vez.” – Leyó Efraín.
- ¿Dónde aprendiste a leer oerbe? – Preguntó el pelón curioso.
- Mi padre era un Magno, pero mi madre era de ascendencia Vasalia, ella me enseñó muchas cosas de su cultura y algo del idioma. Creí que de esa manera a lo mejor despertaría el don de la luz o de la oscuridad, pero ya me he rendido, parece que soy un homidonum de pies a cabeza.
- Será un problema tener a alguien sin don con nosotros, trata de mantenerte atrás y no estorbar demasiado. – Dijo Hernesto.
- Podrías evitar comportarte como un imbécil de vez en cuando. – Dijo Junad.
- No hay peor defecto que la lástima malentendida como generosidad.
- Avancemos de una vez por todas. – Replicó el barbón enojado. – Y bájale un poco a tu actitud, estás comenzando a fastidiarme. – Remató contra el rubio.
Sin echar más leña al fuego, el guerrero de espinas fue al frente, Junad y Teo en el centro, y Teodoro y Efraín en la retaguardia. Era extraño, el camino pese a que en teoría estaba encima de una montaña era totalmente plano. No se podía ver mucho más allá de lo que tenían en frente, porque la niebla tapaba todo a su alrededor. A veces se encontraban con el pico de una montaña sobresaliendo del suelo de repente, y tenían que rodearlo. El paisaje era oscuro, depresivo y monótono. La incertidumbre de no saber que tenían a un par de metros a su alrededor les comía la cabeza.
- Esta niebla es todavía más densa que la del bosque de las emociones. – Mencionó Junad. – Siento que nos observan a cada rato.
- Sí, aunque sospecho que no estamos atravesando un camino recto y angosto. – Dijo el pelirrojo.
- ¿A qué te refieres?
- Hay otras dos entradas a Corfinium, con su respectiva puerta para los invitados y escalera para los desafortunados. Un poco más al este está la que lleva a la ciudad de Pergamo, y al oeste está la de la ciudad de Coleta. Nosotros atravesamos la del centro, la de la ciudad de Cifir. Realmente hay otra más que está al sur conectando con la costa, pero esa no se tiene en cuenta nunca. Sospecho que las montañas solo se ven de manera superficial al principio, y que más al fondo ya todo se vuelve una línea plana de piedra que rodea todo el país.
- Tiene sentido, si estuviéramos andando por un camino tan limitado lleno de demonios, de seguro que nos hubieran atacado a nada más entrar.
- Alto, presiento que algo se aproxima. - Dijo Teodoro mirando hacia atrás del grupo, todos desenfundaron sus armas, hasta el pequeño Efraín sacó un cuchillo.
- ¿Qué ves? – Preguntó Hernesto.
- Es grande, la niebla no me deja ver, pero seguro que es enorme.
- ¿Qué tan grande?
- Bastante, pero apuesto que no tanto como mi pene. – Replicó sonriendo.
- Ya vas a empezar. – Dijo su hijo.
- ¡Ya está aquí!
Con hacha en mano, mandó un corte que esparció bastante de la niebla que había a su alrededor. Los demás se prepararon para lo peor, el sudor de sus rostros casi que les impedía ver con claridad de los nervios. Entonces, apareció un tierno y pequeño fantasma de color verdoso de una nutria.
- ¡Jeje! – Dijo sonriendo, e hizo que todos pegaran un grito del susto. Era muy tierno y regordete, además tenía un par de alas en su espalda que le permitían volar.
- ¿Qué es esa cosa? – Preguntó Efraín.
- Por todos los dioses, es un mili. – Explicó el barbón mientras acariciaba al fantasma.
- Estoy cansado de siempre ser el único que no entiende lo que está viendo. – Confesó el sin vida.
- Un mili es un ser espiritual creado por la diosa Clople. – Contestó Hernesto. – Se dice que solo aparecen ante las personas puras de corazón con las que sienten una conexión.
- Pues parece que está muy encariñado con mi padre, y ese cabezón será cualquier cosa menos un ser puro de corazón.
- Solo tienes envidia de no ser el centro de atención de tu papito. – Replicó el pelón mientras el fantasma usaba su calva como almohada. – Te llamaré Nutri, ¿te gusta?
- ¡Jeje! – Respondió sonriente.
- Creo que hoy es un no parar de integrantes nuevos al grupo, comienzo a sentir que muy pronto seremos más de diez. – Dijo el joven héroe.
- No nos distraigamos más con tonterías, mejor continuemos. – Ordenó el capi. – Traten de no hablar para no atraer a seres que queremos evitar.
Retomaron la caminata, y el nuevo integrante reposaba como peluquín de mala calidad sobre la cabeza de Teodoro. A medida que se adentraban más en el lugar, sus manos comenzaron a enfriarse, como primer síntoma del descenso abrupto de la temperatura. El pequeño fantasma comenzó a inquietarse, y trato de advertirle algo al pelón jalándolo de la oreja.
- ¿Qué pasó pequeño?, ¿quieres unas aceitunas? – Rápidamente negó con la cabeza, y señaló a Junad
De la nada, apareció una enorme sombra al lado del sin vida.
- ¡Cuidado! – Gritó el pelirrojo creando un escudo de mageia que lo salvó de una garra, se trataba de un demonio pálido.
De inmediato el sin vida desenfundó su zweihander, y con ella apuñaló el corazón del monstruo. El peligro no paró ahí, y dos pálidos más saltaron sobre Hernesto. Sin sacar su alabarda por falta de tiempo, lanzó una ráfaga de espinas de su armadura que acabaron con ellos al instante.
- ¡Nos atacan!, ¡Todos cúbranse las espaldas!
Hicieron una formación en círculo improvisada y en el centro se ocultó el pequeño Efraín aterrorizado mientras abrazaba a Nutri. La niebla se aclaró un poco, y mostró que los guerreros estaban rodeados por diez de aquellas criaturas.
- Esto es imposible, ¿de dónde salieron tantos? – Preguntó el pelón.
Sin darles ni un respiro, la decena saltó sobre el grupo al mismo tiempo. Junad estuvo implacable, y en un abrir y cerrar de ojos acabó con tres de ellos, toda su armadura se lavó en sangre de demonio pálido. Teodoro acabó con dos mientras su hijo le cubría la espalda mediante rayos de mageia con el bastón. Finalmente, Hernesto asesinó él solo a la mitad sin mayor problema, decapitándolos por orden de llegada.
- ¡No bajen la guardia! – Gritó observando que una docena se aproximaba por el frente.
- Oye, oye, ¡Esto qué es! – Vociferó el pelirrojo viendo a otra docena por el sur.
El sin vida se lanzó al centro de ellos sin pensarlo dos veces, y realizó una auténtica carnicería con la ayuda de Teodoro y Teo. El rubio de ojos claros dio un suspiro, esperó un poco a que las criaturas se le acercaran, y clavó su alabarda en la tierra haciendo que varias espinas del suelo salieran atravesándolos a todos. El joven héroe estaba irreconocible, de casi ser asesinado en el bosque de las emociones por un demonio pálido, pasó a acabar con varios de ellos al mismo tiempo. Los ojos inexpresivos de los engendros no le quitaban la mirada de encima al chico, ni siquiera cuando este les atravesaba el abdomen y les sacaba los intestinos.
- Zigmund por favor dime qué puedo hacer. – Dijo Efraín temblando mientras abrazaba al fantasma.
- Creo que ese fue el último. – Dijo el barbón sacando su hacha enterrada del cráneo de un demonio.
- Maldita sea, ¿qué es eso? – Preguntó el pelirrojo asustado, apuntando a siete mocharis que caminaban hacia ellos con sus machetes.
- ¡Estos son más serios!, ¡Prepárense! – Alertó el esclavo.
Cuando Teodoro chocó su hacha contra el arma de uno de ellos, su fuerza infernal lo expulsó para atrás al instante.
- Estas putas vacas sí que tienen fuerza.
Hernesto lanzó una ráfaga de espinas, pero las rechazaron fácilmente agitando sus enormes machetes.
- Imposible.
Junad atacó directamente a dos de ellos, y haciéndoles frente con su zweihander logró cortarle el brazo a uno. El mochari enojado le mandó un puñetazo con su otro brazo, pero el joven usó su casco para recibir todo el impacto, haciendo que se rompiera todos los dedos. Se veía realmente enojado, la cara de un perro rabioso se veía poca cosa al lado de la suya.
- ¿Junad? – Preguntó Teo asombrado, y luego su padre lo salvó de una de las bestias que estuvo a punto de quitarle la cabeza.
- ¡Concéntrate!, ¡tú tienes tu propia batalla! – Gritó el pelón mientras forcejeaba con el demonio.
Junad le reventó por completo el cráneo al demonio herido, y luego sacó su escudo para bloquear un ataque del segundo mochari. Con bastante fuerza empujó al mochari con el escudo, y aprovechó que perdió el equilibrio para rematarlo apuñalándole el corazón.
- Soy el único que al parecer tiene experiencia enfrentándose a ellos, debo proteger a los demás. – Pensó.
Teodoro seguía en serios aprietos luchando con uno solo, y la cosa empeoró cuando otro le llegó por la espalda. Entonces, el pequeño nutri saltó encima de la criatura y le tapó los ojos para distraerlo mientras gruñía enojada. El pelirrojo aprovechó y lanzó una gran flecha de mageia que le abrió un hueco enorme en el abdomen.
Hernesto se las ingenió para aguantar a tres al mismo tiempo, demostrando una vez más porqué había sido el capitán del sexto batallón. Una vez se vio totalmente acorralado, hizo el mismo movimiento desesperado de minutos atrás, y clavando su alabarda en la tierra sacó espinas gigantes del suelo que empalaron a los mocharis.
El demonio restante no lo dudó, y se fue directamente a por la presa más débil, Efraín. Junad alcanzó a interponerse en su camino, y arrastrando por el piso su arma a dos manos, lo cortó por la mitad desde la cabeza hasta el pene, haciendo que todos sus órganos le cayeran encima. El joven guerrero quedó completamente embarrado de sus tripas, mientras respiraba agitadamente por el cansancio.
El ratón no aguantó el miedo, y ya con sus pantalones orinados, se vomitó de inmediato al ver una escena tan cruda y espantosa.
- Espero que ahora entiendas por qué no quería traerte con nosotros niño, era por tu bien. – Dijo el capi limpiándose la sangre con un pañuelo.
Los combatientes estaban exhaustos, se sentaron en el suelo mientras jadeando recuperaban oxígeno. El sin vida se quitó los pedazos de intestino de los hombros, y rápidamente comenzó a escupir los restos que entraron en su boca.
- Nunca había visto cosas como esas, eran aterradoras. – Mencionó el pelirrojo.
- Yo solo había escuchado algunos rumores, jamás había visto a un mochari de frente. – Dijo el rubio de ojos claros. – Si aparece otra manada estaremos fritos, tenemos que movernos. Junad, ¿te habías enfrentado antes a esas cosas verdad?
- Sí… en el bosque de las emociones nos atacaron una vez, pero gracias a Clay logré sobrevivir.
- Que suerte tuvimos nosotros de no toparnos con ellos, es decir, en ese momento seguramente hubiéramos muerto. – Confesó Teo.
- Y eso que esos no fueron los peores, si hubieras visto a… - Fue interrumpido por el llanto de un bebé. Al principio se escuchaba muy suave, pero fue aumentando y se fueron sumando más lloriqueos.
- ¿Bebés? – Preguntó el barbón.
- Esto no me gusta nada. - Dijo el capi.
- ¡Todos en formación!, ¡ahora! – Gritó Junad desesperado.
Entre la espesa niebla, apareció una Barmpi con sus pequeños rostros gimiendo.
- ¡Tápense los oídos!
El demonio femenino emitió un estruendo tan fuerte y agudo, que sacudió sus cabezas mientras se cubrían las orejas con todas sus fuerzas.
- ¡Qué mierda está pasando! – Exclamó el pelón mientras se retorcía de dolor.
- ¡Es una Barmpi!, ¡es mucho más fuerte que todos los demás! – Nutri le alcanzó un poco de barro al sin vida. – Gran idea, ¡todos cúbranse los oídos con el barro del suelo!
Luego de seguir los concejos del joven héroe, la criatura en un abrir y cerrar de ojos atacó a Hernesto, haciéndolo retroceder con su enorme cuchillo gigante. El guerrero de espinas trató de recobrar el equilibrio, y lanzó decenas de espinas girando su alabarda hacia la atacante. Sin embargo, esta usó su arma como escudo y recortó distancia hasta que quedaron nuevamente frente a frente.
- ¡Es muy veloz! – Gritó.
Junad y Teodoro aparecieron por la espalda de la Barmpi, y trataron de rebanarla entre los dos. Para su mala suerte, el pequeño rostro de demonio ubicado en el ápex de su cabeza dio un giro de 180 grados y los vio. Las venas de sus tersas piernas se brotaron, y saltó hacia ellos como un proyectil. Con mucha destreza desarmó al barbón en un segundo, y le mandó una estocada que iba directo a su corazón. El sin vida sacó su escudo, y pudo interceptar el impacto, haciendo que ambos chocaran y salieran volando.
- ¡Hija de puta! – Exclamó el capi lanzándose sobre ella.
Al quedar tan cerca, la maldita le gritó con toda su fuerza prácticamente en la cara. El barro de sus orejas no soportó, y salió disparado por la presión junto a pequeños chorros de sangre. El capi quedó completamente mareado a punto de perder el conocimiento, y el demonio ya se estaba preparando para partirlo por la mitad.
- ¡Cómete esto! – Gritó el pelirrojo tirando una flecha gigante de Mageia de su bastón.
La Barmpi se vio obligada a retroceder para esquivarlo, y en ese momento aprovechó Teodoro para enterrarle su hacha en la espalda.
- ¡Muérete zorra multichupadora de vergas!
El demonio pareció inmóvil por un segundo, pero rápidamente, con una flexibilidad increíble y sin voltearse, tomó su cuchillo y se lo enterró al pelón en el hombro. Para su fortuna, su armadura evitó que lo hubiera atravesado completamente, pero aun así le alcanzó a hacer bastante daño.
El rubio de ojos claros reaccionó, y con su alabarda atravesó al engendro por el estómago. No obstante, nuevamente la bestia pareció inmune al dolor, y volvió a emitir un chillido que les reventó completamente el oído interno a ambos.
El pelirrojo trató de arremeter contra la criatura, pero una fuerte jaqueca lo invadió por el agotamiento de la mageia. Cuando todo parecía perdido, de la espesa niebla apareció Junad sobre ellos.
- ¡Tienen que cortarle esta mierda! – Gritó decapitándole la pequeña cabeza de su coronilla, de la cual se desprendía su enorme cabellera de cola de caballo.
Con eso por fin, el demonio quedó totalmente inmóvil, y se dejó caer al suelo sin mostrar señales de vida junto a los más veteranos del grupo que quedaron inconscientes. Aunque en ese preciso momento, apareció un pálido para rematarlos. El sin vida reaccionó de inmediato y le cortó ambos brazos sin pestañar. El engendro se arrastró por el piso tratando de escapar, pero el héroe le pisó la espalda impidiendo que se moviera. Ya lo tenía todo preparado, su arma estaba lista para darle el golpe final, pero, de la nada, escuchó la voz de Joshea.
- ¿Piensas seguir matando sin remordimiento? – Dijo el demonio con la voz del infante. El joven héroe se quedó helado al escucharlo de nuevo. – Mi hermano se pondría muy triste si supiera que su héroe es un asesino despiadado, que mató a su hermano mayor.
La mente de Junad estaba bloqueada igual que su cuerpo, y mientras estaba en ese trance, apareció un demonio pálido por su izquierda tratando de devorarlo de un mordisco. Hernesto abrió los ojos abruptamente, y casi de manera imperceptible para el ojo humano, llegó a su socorro cortando a la criatura por la mitad, y enseguida remató con la punta de su alabarda al monstruo sin brazos. El chico caminó lentamente hacia atrás sacudiéndose la cabeza, se quitó su casco para restregarse los ojos con las manos.
- Gracias capi… - Dijo mientras se refregaba las lágrimas. Pero antes de terminar, fue interrumpido por un puñetazo de su mentor que le estalló los labios.
- ¡Qué mierda te pasa! – Gritó furioso, pero de inmediato sintió lo resentido que quedaron sus oídos y se tambaleó. – ¡Por poco y te devoran vivo por dudar!, ¿ahora también les tienes lástima a los demonios?
- Yo… yo no sé. – Replicó avergonzado.
- ¡Cierra el pico!, ¿y qué me dices de lo que pasó allá atrás con la Barmpi? ¿Sabías desde un principio que para matarla solo teníamos que cortarle esa maldita cabeza?, ¿por qué mierda no nos avisaste? ¡Pudimos haber muerto con Teodoro!
- Hernesto creo que no es el momento para esto. – Sugirió el pelirrojo tratando de calmarlo.
- ¡No más excusas! – Gritó encolerizado. - ¡Estoy harto de tu maldita actitud desde que salimos del condenado pueblo ese de mierda! ¿Acaso crees que yo deseaba que mataras a ese mocoso?, ¡pues no! ¡Te dije desde un principio que este camino sería difícil!, un mocoso blando como tú no puede seguirlo sin madurar. ¡Debes hacerte fuerte!, no solo físicamente, sino mentalmente. ¡Hacer lo que sea por sobrevivir!, ¡hacer lo que sea por tu gente!, ¡hacer lo que sea por Olimpia!
- ¡Yo nunca pedí ser el héroe de ese maldito país! – Gritó el sin vida lleno de frustración.
- ¡Qué dices!, ¡dilo de nuevo y te juro que te partiré ambos brazos mocoso malagradecido! – Se aproximó violentamente hacia donde el joven estaba tirado. Cuando sintió que sus ojos le estaban por salir de la rabia, Teodoro le dio un golpe a la mandíbula con todas sus fuerzas.
- ¡Ya basta! – Exclamó con los ojos aguados, mientras sus oídos chorreaban una cantidad exuberante de sangre. – Desde que me uní a este maldito viaje, me he aguantado las ganas de encararte, pero me rindo, no puedo tolerar más tu comportamiento de mierda. No voy a permitir que conviertas a Junad en alguien como tú, creo que el chico ha vivido los suficientemente esclavizado, como para que ahora vengas tú a convertirlo en un esclavo del ejército rebelde.
- ¿Tú qué sabes de ser un maldito soldado? - Respondió mientras se limpiaba la sangre del rostro. – Solo eres un puto herrero mediocre y viudo, que ni siquiera pudo proteger a su mujer de los Tesalónicos.
- ¿Hernesto? – Preguntó el pelirrojo a punto de llorar.
- ¿Sabes qué estaba haciendo tu padre en ese momento Teo?, acostándose con las prostitutas de Olimpia. Sí… el señor me encanta juzgar las decisiones de los demás, estaba siéndole infiel a tu madre mientras la violaban enfrente tuyo.
- ¡NO TE ATREVAS! – Gritó sujetándolo de la garganta, y acto seguido lo estampó contra el suelo. - ¿Te crees mejor porque tus pecados fueron en nombre del ejército rebelde?, ¡eso es lo que te dices para consolarte!, ¡eh!, ¡maldito gusano! ¡Eso es lo que te dices para justificar que asesinaras a Guillermo con tus propias manos! ¡A Guillermo, tu propio hermano menor!
- Señores… - Dijo Efraín señalando a sus espaldas. - ¿Qué es eso?
La niebla comenzó a esclarecerse poco a poco, y dejó ver que los guerreros estaban completamente rodeados. En aquel lugar, a solo unos cuantos metros de distancia, habían alrededor de 30 demonios pálidos, 16 Mocharis, y 10 Barmpis, todos perfectamente posicionados esperando para atacar.
- ¡Retirada! – Ordenó Hernesto.
Las bestias empezaron a perseguirlos, y los guerreros tomaron todo el equipaje que pudieron mientras salían huyendo de allí. La niebla se volvió todavía más clara, y notaron al instante que también los venían persiguiendo más de esas cosas en sus costados derecho e izquierdo. La pequeña Nutri se aferró de la trenza de la calva de Teodoro para no quedarse atrás.
Todo el grupo corrió a todo lo que daban sus pulmones, mientras saltaban piedras y esquivaban muros que obstruían el paso. No obstante, las criaturas eran bastante persistentes, y poco a poco se les fueron acercando. Junad estaba impresionado, ni siquiera en el bosque de las emociones se encontró con tantos demonios al mismo tiempo.
- ¡Vamos a morir!, ¡nos están alcanzando! – Gritó Efraín montado sobre los hombros de Teodoro.
- ¿En qué momento te subiste ahí mocoso?, ¡me estás llenando de orines toda la nuca!
- ¡El niño tiene razón!, ¡debemos perderlos o estaremos muertos! – Gritó el capitán, y frenó en seco dándose cuenta de que al frente había un acantilado. Sin embargo, no alcanzó a advertirles a los demás, y estos terminaron embistiéndolo, provocando que todos cayeran juntos al vacío.
- ¡Esta mierda no era toda plana! – Vociferó el sin vida.
Los guerreros dieron vueltas mientras caían por toda la inclinación empinada. Teodoro abrazó al pequeño Efraín para que no recibiera ningún daño mientras caían. De tantos golpes, Teo terminó fracturándose el tobillo, y el barbón sintió que su herida del hombro se abrió más. Las bolsas de su equipaje cayeron con ellos al mismo tiempo, y los granos salieron volando por todas partes. A medida que fueron cayendo tomaron más impulso y velocidad, haciendo que los golpes contra las rocas fueran más duros, hasta que por fin, se estrellaron con el suelo.
Ninguno pareció haber perdido la consciencia, pero de lejos el que estaba más lastimado era el pelirrojo. Los que mejor se encontraban era Efraín, Hernesto y Junad, en ese orden.
- Reporten estado físico. – Dijo el capi mientras se sobaba la cabeza.
- Tengo el tobillo destrozado, pero podré caminar. – Aclaró Teo, aunque su pie parecía un papa de lo inflamado que estaba.
- Mi hombro está perdiendo mucha sangre, necesito detenerlo. – Contestó su padre retirándose la hombrera.
- Yo estoy bien, solo tengo un poco de jaqueca. – Dijo el sin vida.
- Yo igual. – Agregó Efraín.
- Al menos parece que con eso nos dejaron de seguir. – Mencionó el pelirrojo
De un momento a otro, comenzaron a sentir un pequeño temblor, que hacía a las pequeñas piedras del suelo sacudirse de un lado a otro. Eran los demonios, venían cayendo en estampida a toda velocidad hacia ellos. Muchos caían con más de una extremidad rota, pero eso parecía no importarles en lo absoluto, tenían la mirada puesta en sus objetivos.
- ¡Tomen las cosas que puedan y sigan corriendo! – Exclamó el guerrero de espinas.
El impacto de las criaturas contra el suelo fue estrepitoso, sonaron los crujidos de sus huesos y mucha sangre chispeó por doquier, pero apenas llegaron a tierra comenzaron a seguirlos entre chillidos de colera. Eran más de cien engendros los que estaban cayendo con hambre ciega de asesinarlos, su comportamiento era desesperadamente violento, estaban ansiosos por ponerles sus garras encima. Había incluso demonios sin piernas corriendo a máxima velocidad con sus amputaciones, dejando manchas de sangre a su paso.
El grupo estaba más que en aprietos, con Junad echándose a Teo al hombro, no podían moverse demasiado rápido. Eso sin contar lo agotados que estaban, y todas las heridas que obtuvieron del enfrentamiento anterior.
- Déjenme atrás. – Sugirió el pelirrojo.
- ¡Ni loco! – Arremetió Junad.
- Si vuelves a decir eso, cuando salgamos de aquí te daré unas nalgadas. – Replicó su padre seriamente.
- ¡Si siguen conmigo los alcanzarán! Lo importante siempre es que Junad sobreviva, ¿no Hernesto? – El capi no dijo nada, dejando que su silencio contestara por él.
- ¡Miren!, ¡al frente veo algo! – Gritó el pequeño Efraín, se trataba de una serie de árboles secos y sin hojas.
- ¿Un bosque? – preguntó el sin vida -, ¿cómo puede haber árboles en la cima de una montaña?
- No hay tiempo para razonar – replicó el rubio -, muévanse más rápido y adentrémonos a ver si encontramos un lugar donde escondernos.
Los árboles eran de un marrón bastante oscuro, tirando a negro. Tampoco es que estuviera repleto de ellos, los pocos troncos que había estaban separados con bastante distancia entre sí. Los demonios parecían estar a punto de atraparlos, los chillidos de las Barmpis ya comenzaban a lastimarles los oídos. Entonces, fue que se empezaron a topar con esas cosas desagradables tiradas en el suelo.
- Esas son, ¿cabezas decapitadas? – Preguntó Junad.
- Parecen estar frescas. – Contestó el pelón pateando una al correr.
Las cabezas que se fueron encontrando aumentaban con cada metro recorrido, y fueron tantas que llegaron al punto de pisotear más de una mientras avanzaban desesperados.
- ¿Este es el infierno? – Preguntó Teo.
Los árboles también fueron aumentando, ayudando aunque sea un poco a obstruirles el paso a los demonios, ya habían poco más de trescientos detrás de los héroes. Eran tantos, que se hacían pilas de criaturas tratando de pasarse entre sí a ver quién los agarraba primero.
- ¡Veo una luz! – Señaló Efraín al frente con Nutri temblando en sus brazos.
- ¡Jeje! – Gritó el fantasma asustado.
- ¡Alístense que haremos contacto! – Advirtió el capi. - En tres – Teodoro sujetó su hacha -, dos - Teo alistó su foco de madera -…. ¡UNO! - Junad tragó saliva recordando el jardín de Bautista.
Los guerreros llegaron a un descampado lleno de hojas marchitadas, con más cabezas cercenadas tiradas por doquier. En el centro de todo, había una piedra grande, con un tipo de espaldas haciendo un movimiento algo extraño.
- Oh, oh, oh – Gimió el desconocido.
Cuando todos los demonios lo vieron, se echaron para atrás asustados, y salieron huyendo de inmediato.
- Tengo un mal presentimiento Hernesto, uno muy malo. – Dijo Junad.
- ¿Qué rayos está haciendo? – Preguntó Teo.
- Oh, oh, oh sí, ¿te gusta? – Dijo el misterioso sujeto y cuando se volteó un poco, los guerreros vieron que estaba penetrando el cuello de una cabeza cortada.
- Santa Ira, ¿qué es lo que estoy viendo con mis ojos? – Preguntó el barbón.
- Oh sí, que chiquito tan travieso. – Gimió mientras se sentaba en la roca, y con ambas manos sujetaba fuertemente el cráneo para follarselo rápidamente. – Esta sí que está apretadita, sí, sí, sí. ¡Sí! – Exclamó eyaculando dentro de su cuello. – Hoy me siento insaciable.
- Capitán, creo que debemos irnos en este preciso momento. – Insistió el sin vida.
- Oh, pero veo que tengo unos fanáticos del voyeurismo disfrutando del espectáculo. – Comentó irónicamente mientras se masturbaba con su miembro ensangrentado.
Estaba desnudo, solo vestía un casco con forma de mariposa y una capa roja que le tapaba el trasero. Su piel era blanca como la nieve, incluso parecía brillar un poco entre la niebla. Además, su cuerpo estaba tonificado, no era musculoso precisamente, pero sí se podía ver un cuerpo trabajado como el de una estatua. Su cabello era churco, castaño claro, y su rostro era perfecto, decir que era bonito es quedarse corto. Mandíbula definida, nariz pequeña y puntiaguda, los sus ojos los tenía de color dorado, un poco inclinados hacia abajo como si fuesen caídos. Por último, del inicio de su frente salían dos pequeños cuernos rojos.
- ¿Quién eres tú? – Preguntó el rubio de ojos claros cubriendo con su brazo a los demás.
- ¿Yo? – Dijo sentándose encima de la piedra que estaba detrás suyo. Al lado de ella yacía una espada bracamarte. – He vivido tanto que ya no me acuerdo bien. Además, he tenido muchas vidas diferentes, pero creo que en una de ellas era conocido como, Iscáros Iscariote “el irresistible”.
Editado: 21.11.2024