The Journey of the Lifeless

CAPÍTULO 3: EL JUICIO DE LA PENUMBRA

Esta historia, sus personajes, conceptos y demás están protegidas por: La Dirección Nacional de Derecho de Autor, con número de registro:10-1064-400.

CAPÍTULO 3: EL JUICIO DE LA PENUMBRA

Una chispa temblorosa se encendió en medio de un océano de tinieblas. Al principio fue apenas un destello, pero pronto creció hasta devorar el horizonte entero. Imágenes fragmentadas comenzaron a desgarrar la oscuridad como espejos rotos:

Una cueva cubierta de hielo respiraba silenciosamente en medio de un desierto blanco, seguro resguardaba más que solo nieve.
Más allá, un grupo de encapuchados asistía un parto en una gruta sin luz. La madre, con el rostro cubierto por un saco áspero, gimió de dolor todo lo que pudo, pero nadie parecía escuchar.

En el cosmos, un cometa oscuro pasó sobre una vivienda habitada por gemidos, y al hacerlo desprendió una majestuosa luz violeta.

Un bebé lloraba dentro del útero, y una sombra viscosa se filtraba por el cordón umbilical, sofocando su llanto con un dolor insoportable.
Por último, una sombra de mostacho descomunal, junto a una esfera de hierro enorme, cantó una canción de cuna en el lenguaje ancestral de los Laykhos:

Skairya, skairya, zirirya,
zirethvek khalveketh.
Sezkhalay zairon zeth,
vekethirya thalzeth.

Zirvay, zirvay, kezvekay,
kezthar sangrayeth.
Skath veketh zirto alzay,
zethkezay zethiryaeth.

Skairya, skairya, zirirya,
zireth forjayeth.
Zethkezay thalirya,
thareth vayzeth.

Skairya, skairya, veykhalay,
skairya, skairya, zirvay.
Sezkhalay vekethirya,
zairor vekkhalay.

“Duerme, duerme, niño mío,
que la rueda ya crujió.
Seis brazos jalan la sombra,
seis columnas levantó.

Canta, canta, criatura,
mientras sangra el metal.
Si la casa no se alza,
más cadenas girarán.

Duerme, duerme, niño mío,
que la forja arderá.
Si despiertas antes de tiempo,
la tormenta volverá.

Duerme, duerme, que él trabaja,
duerme, duerme, mando yo.
Seis brazos hacen la casa,
y en sus muros duermes vos.”

— Pase lo que pase, siempre estaré en tu cabeza… — Concluyó el sujeto sonriendo en la oscuridad.

Entonces, un resplandor dorado irrumpió como un incendio celestial, formando un firmamento tan hermoso que resultaba insoportable de contemplar. A lo lejos, una figura borrosa, sentada sobre una piedra, giró lentamente. No habló, lo que salió de su boca fue un rugido de sonidos inhumanos que le desgarraban los tímpanos. Entre aquel estruendo, apenas una palabra emergió, un eco que retumbó en lo más profundo de su mente:

—Junad.

El dolor en su cabeza fue aturdidor, estaba a punto de estallar, hasta que un balde de agua helada lo trajo de vuelta con los mortales.

—¿En serio era necesario despertarlo así, padre? —preguntó Teo, sentado en una banqueta de madera mientras restregaba ropa en un barril viejo.

—Por supuesto que sí —gruñó el barbón, con una sonrisa torcida—. ¿No ves que estaba a punto de correrse en su sueño? —Señaló al esclavo casi desnudo con un dedo calloso—. Me recuerda a tu pequeño amigo cuando saluda al Radiante cada mañana.

El sin vida yacía sobre un miserable lecho de paja envuelto en sábanas roídas. La luz de las velas apenas lograba morder la penumbra de la cueva, donde la tierra húmeda y la arena oscura se mezclaban con el olor a hierro y sudor. El aire era tan denso que cada respiro era un suplicio; tosió con violencia, y al mirar su palma descubrió sangre fresca. Sus pulmones le ardían incendiados aún por el Aliento de los Astros.

Desorientado, recogió las piernas contra su pecho, abrazándolas para formar un escudo. Aquellos hombres, como todo lo que lo rodeaba, eran amenaza. El miedo lo desbordó, y las lágrimas brotaron sin permiso. No tenía idea de dónde estaba, pero tampoco donde estuvo antes.

—Oye, oye… tranquilo —dijo el pelirrojo, acercándose despacio con las palmas abiertas—. No somos tus enemigos.

El esclavo tembló aún más, encogiéndose como un animal acorralado. Un gruñido gutural escapó de su garganta, más bestia que hombre.

—Vaya… —la voz de Ernésthos resonó desde la entrada. Bajo la capucha que ocultaba su armadura, su silueta imponía respeto—. Veo que por fin despierta nuestro desnutrido y poderoso… héroe. —dijo confundido al ver la escena.

—Además de desnutrido, calenturiento —remató Teodoro.

El comentario apenas alcanzó a flotar en el aire antes de que Teo le arrojara un trapo empapado a la cara. El golpe sonó como un bofetón disfrazado de juego, pero cargado de resentimiento.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Ernésthos, su voz grave, sin rastro de compasión.

El esclavo respondió solo con una mirada, furia y miedo mezclados en sus ojos enrojecidos. Tres extraños lo rodeaban en aquella sala oscura, y cada uno parecía la sombra de un juez dispuesto a dictar sentencia.

—Ni te molestes —aclaró Teo, con un dejo de fastidio—. Lleva así desde que abrió los ojos.

—Tal vez no hable Voreika…—gruñó sarcástico su padre, secándose el rostro con brusquedad.



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En el texto hay: fantasia, guerreros, horror y drama

Editado: 12.11.2025

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