The Last Descendant

Capítulo 62.

Capítulo 62.

Aquellos tres amigos caminaban hasta la entrada y con linternas comenzaron a alumbrar el lugar, pero al ver serpientes deslizándose entre sus pies, Gurab y Nevado se lanzaron encima de Manfred provocando que este los cargara.

M.- Mira nada más… ¿no que muy machos?, y mírense ahora: todas unas señoritas.

G.- Recuerda que aún sigo siendo Guraba.

M.-No te dejo caer aquí nada más porque te has convertido en mi mejor amigo.

N.- Y yo que acaso estoy pintado, yo también necesito afecto…

M.- Nevado, tú eres lo que nos une a los tres.

Manfred cargaba a aquellos dos mientras poco a poco las serpientes se iban difuminando… Gurab y Nevado se bajaron al ver que no había más serpientes en sus alrededores, pero eso era lo menos que les importaría.

Ahora lo importante era saber cómo cruzar por aquel acantilado que tenía 5 pilares… nada más el fondo no se lograba ver, es decir, si te caías lo más probable era que nunca más supieran de ti, así que Manfred tomó impulso y saltó hasta el primer pilar el cual comenzó a tambalearse.

M.- Muévanse señoritas…

N.- Claro, como no eres tú al que le toca ir en la espalda de Gurab que es tan torpe con los pies.

G.- Bien Nevado, ahí vaaamooosss…

Gurab dio el salto al primer pilar, cuándo Manfred ya estaba por el tercer pilar; las piernas a Gurab le tambaleaban y comenzó a sentir un líquido caliente recorrer su espalda y bajar por sus piernas.

G.- NEVADO, coño te measte otra vez…

N.- Déjame echarte mi bendición nada más.

G.- Coño, la próxima vez Manfred tendrá tu custodia.

Gurab en un intento de saltar se tropezó y el pilar comenzó a tambalearse.

N.- Ahí te voy San Pedro. no me voy… me llevan…

El pilar se comenzó a derribar chocando con el siguiente pilar y así sucesivamente creando un puente por el cual corrieron los tres exploradores hasta llegar al otro lado.

Los chicos no podían creer lo que sus ojos estaban viendo: la leyenda era cierta, la ciudad del oro estaba frente a ellos….

N.- Somos millonarios.

G.- Si alguien pregunta por mí, díganle que me perdí en el paraíso.

M.- A ver par de interesados, recuerden que venimos a buscar el polvo de oro y nos regresamos.

G.- Habla por ti solo, yo de aquí no me muevo ni queriendo.

N.- Concuerdo con Gurab.

M.- Ahora se ponen de acuerdo para quedarse.

Ambos asintieron y comenzaron a recorrer aquella ciudad completamente tallada de oro macizo, Manfred solo se resignó a encontrar el polvillo de oro que estaba como si fuera una ofrenda en medio de aquella hermosísima ciudad.

M.- Lo encontré, vámonos.

N.- Yo me quedo, dale mis saludos a Bolívar.

M.- Saben que no se quedarán aquí, así los tenga que sacar a escobazos; se irán conmigo, recuerden par de codiciosos que vinimos juntos y nos iremos juntos.

G.- Coño, por mi no hay problema, yo me quedo.

N.- Concuerdo contigo Gurab…

Un movimiento en falso de Nevado activó una trampa y aquella hermosa ciudad comenzó a inundarse por completo.

N.- Ahora si estamos fritos, todo este precioso oro bajo el agua.

M.- Deja de quejarte de que estamos así por ti.

G.- Manfred y Nevado dejen de pelear y apúrense en activar la Astronave.

El agua subía con mucha fuerza hasta llegar al punto de estar a centímetros de la roca que cubría la ciudad, y con el poco oxígeno que les quedaba a aquellos tres exploradores, comenzaron a juntarse, pues si morían lo harían juntos.

Pero la Astronave comenzó a emitir unas ondas que hicieron que una parte de las rocas se derribara y dejara a la vista la libertad hacia la cual aquellos tres salieron.

Y al momento de salir, aquellas rocas donde estaba situada la ciudad de oro se vieron hundidas por completo, dejando así un rotundo adiós.

N.- Y no me dejaron tomar ni un poquito de oro.

G.- Habla por ti… Sólo mira estas bellezas.

N.-La mitad es mío.

G.- En tus sueños, Nevado… Es todo mío.

M.- Vámonos antes de que las cosas empeoren.

El trío de amigos estaban sobrevolando la atmósfera cuando reciben un llamado inesperado del rey Leónidas; era extraño, Leónidas nunca activaba su brazalete ¿por qué hacerlo ahora? , intrigado, Manfred tomó rumbo a dónde estaba Leónidas, encontrándolo con muchos espartanos que apenas tenían su cuerpo cubierto debido a las armaduras que tenían.

G.- Creo que me agrada esta armadura, ¿cómo crees qué se verían en mi, Nevado?

N.- Eso es un chiste; se verían horrendas y segundo: Zif te cortaría la cabeza si usas algo así.

M.- Cierren la boca, ¿quieren?




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