Recuerdo como pasó... Todo sucedió lentamente, tan sólo para torturarme.
Las llamadas.
Mis lágrimas.
Y los múltiples mensajes que no paraban de llegar.
Aquellos que me conocían sabían lo sensible que podría llegar a ser, muchos quisieron acompañarme pero yo me negué, era algo que debía de hacer por mí misma, algo que debía de afrontar sola, debía de probar que tan fuerte podría llegar a ser y esté era el momento perfecto, a pesar de que en mí interior caía en la agonía.
Hacía poco más de un mes que habíamos hablado y de la noche a la mañana recibí un mensaje diciendo que él ya no estaba con nosotros.
Las lágrimas acudieron en menos de un segundo, no podía dar crédito a lo que estaba leyendo, esperaba que aquello fuera una broma de mal gusto, pero nadie respondió.
Entonces entendí que era cierto.
Releía una y otra vez aquellas palabras con la pequeña esperanza de que pronto despertaría de aquella pesadilla. Pero no fue así.
...
-Qué Dios nuestro padre te acoja a su lado en el reinó de los cielos y que tu alma encuentre el descanso eterno. -lentamente la voz del padre se iba alejando, lentamente yo me iba enfrascando en un mar de recuerdos.
Durante toda la misa estuve sumida en mis pensamientos, repasando mentalmente aquél pequeño discurso que había escrito durante mí viajé a esta pequeña ciudad, dónde él vivía.
Uno a uno los presentes se fueron levantando para decir unas cuantas palabras, hasta que llegó mi turno. Durante todo este tiempo que estuve aquí, muchos me miraron de forma extraña y no los culpo.
John y yo éramos muy cercanos, se podría hasta llegar a decir que éramos hermanos. Su muerte fue algo repentina, aunque ya todos sabíamos que la enfermedad había avanzado demasiado, ya era tarde. Y el hecho de verme ahí, su mejor amiga, sin una sola lágrima en mi rostro, les pareció desconcertante.
-Mi querido John, hoy he venido a despedirme de ti -empecé a leer aquel pequeño discurso, mi voz sonaba temblorosa, como si en cualquier momento rompería en llanto- es difícil aceptar que ya no estás con nosotros, que ya no podremos volver a ver tu sonrisa, que no volveremos a hacer aquellas múltiples travesuras que nos hacían ver como niños pequeños, ya no tendré a quién contarle mis mayores secretos, ya no tendré con quién charlar sobre mis obsesiones literarias, ya no estás aquí para vernos avanzar y cumplir nuestros sueños ni tampoco podras cumplir los tuyos... -hice una pequeña pausa para controlar mis emociones, quería echarme a llorar como una bebé, pero debía ser fuerte- hoy tratamos de ser fuertes así como tú lo fuiste hasta el final, pero es inevitable llorar y quiero que sepas, que mantendré mi promesa en alto hasta el día de mí muerte.
Dicen que cuando una persona muere lo primero que pierde es el sentido de la vista y que el último en perder es el sentido del oído. Es decir que hay una pequeña posibilidad de que una persona, aún estando en el ataúd, pueda escuchar todo a su alrededor.
Creo que es por eso que hice el gran esfuerzo de no llorar delante de él, sabía que odiaba verme triste y mucho menos saber que estaba llorando y lo que más le dolía era saber que él mismo era el causante de aquellas lágrimas.
Durante el trayecto al cementerio mi vista quedo fija en el camino, había empezado a llover justo en el momento en que habíamos abandonado la iglesia. Con papel y lápiz en mano escribí lo que serian mis últimas palabras para él, pero no las leería en voz alta... Estas eran unas palabras sólo para él.
-¿Hola? -susurre mientras me paraba junto a un banco donde había una chica de pelo castaño que no paraba de llorar- ¿Te molesta si me siento junto a ti?
Ella negó levemente mientras me miraba a los ojos, estos estaban enrojecidos de tanto llorar pero eso no impidió que la sorpresa se posara en estos.
-¿Cómo lo haces? -susurró mientras no apartaba la vista de mis ojos- ¿Cómo es que no lloras por su partida?
Sonreí débilmente mientras me sentaba juntó a ella, miré el cielo gris el cuál lloraba juntó a todos por la pérdida de una maravillosa persona.
-Solo estoy cumpliendo mi promesa -susurre volviendo mis ojos a los suyos- le prometí que cada vez que lo recordará, no iba a llorar.
Ella estaba confundida, lo notaba en sus ojos... Ella era parte de aquellas personas que me miraban extraño al ver que ni una sola lágrima recorría mi rostro.
Sólo John y Dios sabían lo que verdaderamente pasaba en mi interior, solo ellos sabían la gran lucha que había en mi ser. Sí, lo admito, deseaba llorar como lo había hecho horas antes de llegar a este lugar... Pero mientras lo recordaba, y recordaba cada una de nuestras múltiples conversaciones recordé aquella promesa.
...
-Prométeme una cosa, Amelia -dijo con un leve todo de seriedad en su voz.
Ese fin de semana había decidido pasar tiempo con él, quería seguir creando bellos recuerdos junto a él.