The Man |

III: Dos paquetes en uno.

La luz del sol la hizo abrir los ojos, espantándose de pronto, caminando con rapidez a la habitación. La encontró aún dormida, reposando con una calma que quería para sí misma; Natalie se había convertido en su vida, nada más que eso y daría el alma por ella, si eso era incluso necesario.

El celular resonó en la estancia, por lo que lo tomó, contestando.

—¿Señorita limpia caños, baños, traseros, a domicilio? —Evitó poner los labios en una fina línea, regañándose por usar ese nombre.

Muy original de su parte.

—Sí, soy yo. —Respondió, pasando una mano por su frente —. ¿Qué pasa?

—Le enviaré una dirección, necesitamos de su ¿habilidad?

—Bien. Esperaré. —Emitió, colgando la llamada.

Quizás, solo quizás, sería un buen día o bien, su día.

ɷ

Cargaba en su mano el destapador, con la niña en sus brazos, aferrada a ella con una sonrisa mientras le hacía movimientos a sus mechones que revoloteaban con la brisa. El clima parecía mucho más tranquilo que el día anterior, aunque en cierta parte eso le removía el pecho, porque siempre que veía más calma de lo normal, terminaba lloviendo.

Como en el día de su graduación o el día de su ascenso cuando empezó a trabajar en ese lugar. Ironía, eso podía entender que pasaba en los momentos de felicidad, porque de inmediato la lluvia estaba cayendo.

—Llegamos, amor. —Indicó, mirando la enorme mansión, que se alzaba frente a ella con imponencia.

El portón se abrió como por arte de magia, permitiéndole el paso luego de mirar por el visor, armándose de valor para avanzar. Era grande. Demasiado grande y parecía incluso de época, como las usuales que veía en las películas, con la pintura blanca con dorado y varias fuentes dejando brotar el agua con sutileza.

Cerró los ojos un segundo, sintiendo el aire fresco que llenó a ambas, porque la pequeña también la disfrutaba, avanzando a paso firme en cuanto se relajó. Una de las amas, la invitó a pasar, mirando de reojo a la niña que pareció encantada al mirarla. Parecía que le caía mucho mejor que la arrendadora de su apartamento.

La guió hasta el sitio correspondiente, dejándola pasar por unos pasillos bastante elegantes, con pinturas que jamás podría comprar en su vida. Ambas quedaron sobre una puerta negra, que fue tocada una sola vez antes de escuchar que les permitían el paso. Se sentía incluso como la tarde en que dejó aquel lugar, solo que esta vez, sería la contratada por un momento, nada más.

—Esta es la señorita…

—Ana. Me llamo Ana. —Extendió su mano que el mayordomo tocó, dándole una sutil palmada.

—Le queda muy bien el nombre, señorita. —Declaró. La muchacha frunció el ceño sin comprenderlo.

—¿Por qué? —Caminó con él, volviendo a reparar en esos cuadros que intentó tocar, solo que un manotazo la cohibió, con la niña riendo.

—Uhm, digamos que Ana es el femenino de an… —Guardó silencio de pronto —. Y le combina  mucho con la etiqueta de limpia traseros. Ya veo por qué es experta. —Dejó salir una risa al darse cuenta que veía a la castañita de ojos oscuros que cargaba en su cuerpo.

Sin decir nada más o pasar los límites para no encariñarse, entraron juntos a la habitación correspondiente que olía demasiado bien. Podía jurar que ahí vivía un ser poderoso. Como él.

—Siga derecho, al final del pasillo está el cuarto de baño. Destápelo y vuelva a la oficina por su pago. —Arrugó el entrecejo, mirándolo con incredulidad.

—¿Qué? ¿Solo así y ya? —Ambos anfitriones la vieron de manera extraña.

—Sí, ¿es malo? —Inquirió el hombre, suspicaz.

—No, nada, yo… —Negó, avanzando para entrar, con la puerta entreabierta.

Las cortinas estaban cerradas, pero no escuchaba nada caer, por lo que se encargó de empezar su trabajo, con Natalie sentada en un mueble del lugar. Al menos la estancia parecía ser un poco más reducida que el cuarto principal en el que podría caber cada cosa que había en su apartamento, sin dejar fuera la nevera. Inspeccionó el tanque, sin encontrar un problema con lo correspondiente que tenía que hacer; ahí, se dio cuenta de lo mucho que le tocó efectuar las cosas solas, desde ese momento en que su mundo terminó. Casi siempre terminaba siendo su propia todóloga.

Levantó la tapa, haciendo una mueca de asco.

Tal vez, el problema era con el séptico o con lo que echaban por ahí.

Bajo la mirada de su hija, bastante sonriente, metió la bomba con la suficiente precio posible, comenzando a darse cuenta que funcionaba. ¿Cómo rayos una mansión tan linda tenía ese problema tan… extrañamente básico? Con el cabello algo alborotado y el sudor perlando su frente, dio el último golpe, escuchando que bajaba con alguien gritando en el lugar, pero no era ella, ni su hija.

Amplió los ojos dándose cuenta que Natalie ya estaba detrás de su cuerpo, cubriéndose ante el miedo.

—¿Pero qué demo…? —Y cuando abrió la cortina, así, completamente desnudo, la boca se le fue contra el piso de manera figurativa, metiendo a la niña más atrás para que no lo viera.




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