The Man |

VI: Estamos a mano.

Salió del baño envuelta en una toalla, con otra secando su cabello. Había tomado la ducha más tranquila  relajante de su vida, porque estaba sola, a Natalie la tuvo que atender antes para que durmiera la siesta sin alterar su horario usual.

A esa hora al menos, estaba con a niñera, que puso una rutina que no quiso romper y con la que la arrendadora no pudo trabajar. Exhaló buscando en los cajones una bata que comenzó a colocar, deshaciéndose del material que la cubría. En ese momento, escuchó la puerta abrirse y todo su mundo se vino abajo cuando lo notó. Rápidamente, cubrió su cuerpo, corriendo detrás de la cortina del lugar donde sintió el sol golpearla.

—Santo Dios. —Oyó a lo lejos, mirando un momento a los lados.

La empleada intentaba hacer que los trabajadores  no miraran hacia arriba en cuanto se dio cuenta que veía a la ventana. Su trasero.

—Ay Dios mío. —Arrancó el material de su sitio, buscando cubrirse, sin lograrlo del todo —. Esto no me puede estar pasando. —Masculló, con las manos en el rostro.

Bruno intentó no soltar la carcajada, fracasando en el intento, levantando la bata para dársela en sus manos, con ella arrebatando la prenda, abochornada.

—No podías ser perfecto. —Farfulló, molesta y divertida, aunque esto último lo ocultaba demasiado bien.

—Disculpa, no sabía. —Y la sonrisa se ensanchó en su rostro, volviendo a dar la risotada.

Ana envolvió la cortina, tirándola en su dirección, con su mano enrollándose en ella sin saber, hasta que lo vio jalarla con fuerza hacia él, quien quitó los mechones de su rostro falsamente enojado, mirando el rubor que cubría cada parte, con su boca entreabierta por la incredulidad, sin poder reaccionar al momento.

Tragó en seco ante la cercanía, buscando recomponerse.

—Vieron mi trasero. Mi chato y pálido trasero. —Se quejó, tratando de no darle importancia al momento, a lo mucho que se tensaba el aire con ellos así.

¿Qué se suponía que estaba pasando?

—Vine a traerte la ropa necesaria. —Levantó su mentón cuando lo vio decae —. Estamos a mano. —Disminuyó el agarre, dando unos pasos hacia atrás, ya sosteniendo bien el material —. Comeremos en un momento, ¿te lo traigo o bajas?

—Prefiero con Natalie. —Le dio un asentimiento suave, yendo a la puerta.

—Bien. —Cerró tras de sí, exhalando con un resoplido, buscando entre la ropa algo que le hiciera bien.

Nada que le transmitiera calor, porque hacía un poco más de sol del usual; creía que en la noche la temperatura enfriaba, lo que tal vez sería bueno por las mantas que cubrían el colchón.

Era grande, bastante. Si no se equivocaba incluso cabían tres personas y un bebé más… Sacudió la cabeza, tomando asiento luego de organizar las vestimentas en los cajones, aunque no le tocara estar mucho tiempo allí. Se quedó leyendo los libros que halló en el lugar, entendiendo al menos un poco de unos, quedándose con los que estaban narrados en español, hasta que aprendiera el idioma.

Estaba cerrando los ojos, con el cansancio haciendo estragos en su cuerpo, hasta que notó que tocaban la puerta, por lo que se hizo hacia ella, abriendo para verlo en la entrada. Llevaba una bandeja con varios platos tapados y tres libros sobre su cabeza, intentando que no se le cayeran.

Le dio el paso, teniendo que tomar lo que llevaba sobre sí, dejándolos en la mesa de noche.

—Hicieron risotto por ser un día especial al saber que están aquí. Cuando vengo, casi no como nada. —Indicó, sentado en una esquina, con ella quedando al frente.

—¿Por qué? —Lo vio, atento, sonriendo a medias.

—Cocino en la hacienda. Siempre paso más tiempo allá. —La muchacha asintió, mirando a su lado un momento cuando su ángel comenzó a desperezarse.

—Mami. —La acarició, inclinándose hacia ella —. Dormí mucho, tengo hambre. —Deshizo los nudos de su cabello, echándolos con calma hacia atrás.

Talló sus ojos con sus manos pequeñas, mirando al hombre en frente que cargaba la gran bandeja.

—¿Papá nos trajo comida? —Ana sintió que el mundo se le detuvo ahí, quedando su cuerpo suspendido en el lugar.

No tenía la más mínima idea de cómo reaccionar ante lo escuchado, ni siquiera le salía la voz, solo cargaba esa opresión en el pecho que se hundía en él cada vez más. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo le contaba la verdad? A pesar de su inteligencia, sabía que no era bueno hablar, al menos no en ese momento, de ello por mucho que creyera entender sus palabras.

El toque de una mano la hizo dar un respingo, soltando el aire de pronto ante en susto.

—Y-Yo… —Aclaró su garganta, cerrando los ojos —. Nat, mi amor, ehm… —Perdió las fuerzas, con los puños apretados al costado.

—Oye. —Rompió el silencio al fin —. ¿Qué tal si te llevo con Luli? Estaría encantada de tenerte en la cocina. —Como no dijo nada, acomodó lo que tenía en la cama, cargándola para llevarla con la mujer, quien aceptó gustosa y feliz la visita.

En cuanto regresó a la habitación, pudo verla con las piernas encogidas hacia su barbilla, sus manos alrededor de ambas, moviéndose un poco. Ese balanceo lo hizo fruncir el ceño, mirándola con fijeza, sin querer dañarla.




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