El mundo ya no era el mismo. Los titulares en todos los rincones del planeta no hablaban de nada más que de la Tercera Guerra Mundial, la devastación que Rusia había traído consigo, y el caos absoluto que se desataba. Estados Unidos había declarado la guerra a Rusia, y aunque el conflicto parecía inevitable desde el principio, nadie pensó que las consecuencias fueran a ser tan inmediatas, tan apoteósicas.
La gente comenzaba a perder la cordura. Miles de familias destrozadas, hogares hechos escombros, ciudades caídas... Inglaterra ya no existía en el mapa, y las imágenes de su destrucción eran un recordatorio brutal de la fragilidad de todo lo que alguna vez consideraron seguro. Víctor no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido. Cada vez que veía las noticias, su furia crecía, alimentando una ira ciega, incontrolable. La desesperación lo envolvía y las emociones oscuras comenzaban a consumirlo: rabia, odio, venganza. No había un pensamiento más claro en su mente que el de hacer pagar a Rusia por lo que le había quitado.
La realidad comenzó a distorsionarse ante sus ojos. Todo lo que antes había sido una vida con algo de sentido, ahora era solo ruido y caos. Ya no le importaba la universidad, ya no le importaban las reglas, ni las consecuencias. Solo había un objetivo: hacer que el presidente de Rusia pagara, hacerle sentir el mismo dolor que él sentía en su pecho. La venganza lo devoraba.
Comenzó a robar y a eliminar a aquellos que se cruzaban en su camino, como si cada muerte lo acercara un poco más a la paz que tanto anhelaba. No le importaba quién estuviera en su camino, solo quería que su ira fuera saciada. Pero sus acciones no pasaron desapercibidas. Los policías, alertados por el rastro de destrucción que dejaba, finalmente lo atraparon en el acto y lo llevaron a prisión.
La cárcel era ahora su prisión mental. Sin poder salir, sus pensamientos se volvían más oscuros. Y mientras su hermano, enfurecido, se encargaba de cuidar a la abuela, trataba de mantener a flote la casa, y lidiaba con la deuda de los mafiosos, Víctor se sentía más impotente que nunca. Su culpabilidad lo carcomía. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Qué podría hacer para corregir sus errores?
Intentó escapar varias veces, pero la cárcel se cerraba sobre él como una jaula sin salida. Cada intento de fuga era inútil, hasta que, una noche, se entregó a la idea de que no había manera de salir... al menos no de forma directa. Así que, en un arranque de desesperación, ideó un plan. Pasó horas tejiendo una máscara, una que le daría la oportunidad de escapar sin que nadie supiera quién estaba detrás de ella. Cuando por fin creyó que estaba listo, fingió su muerte, logrando engañar a todos los guardias.
Cuando la noticia de su muerte se esparció, nadie sospechó de lo que estaba por ocurrir. En medio de la oscuridad de la prisión, una figura con una máscara azul irrumpió en la celda, eliminando a los guardias y policías con precisión mortal. La figura desapareció rápidamente, desvaneciéndose entre las sombras. Cuando la máscara finalmente se cayó, el rostro que se encontraba detrás de ella era el de Víctor Durán, más transformado que nunca.
Con una furia incontrolable, se dirigió a su casa, decidido a encontrar respuestas. Lo que encontró lo destruyó aún más: su hermano estaba muerto, golpeado brutalmente por los mafiosos. No necesitaba pruebas para saber quién estaba detrás de ello. Sabía que habían sido los mismos que habían amenazado a su familia, los que habían destrozado su vida. La rabia que sentía en su interior era indescriptible, y la sed de venganza lo impulsaba más que nunca.
Sin perder tiempo, se propuso acabar con ellos. Había encontrado su propósito, y nada ni nadie lo iba a detener. Empezaría por ellos, por aquellos que lo habían destruido todo. La guerra en su alma recién comenzaba, y el caos que había dejado atrás sería nada comparado con lo que vendría.
Editado: 01.04.2025