Víctor había dejado atrás la figura de la víctima, el hijo que solo podía mirar impotente cómo su vida se desmoronaba. Ahora, era el enmascarado azul. La rabia lo consumía, y la venganza era su único motor. Había pasado mucho tiempo desde que se encontró con su muerte falsa, tiempo que dedicó a mejorar su máscara. No solo era más resistente, sino que ahora reflejaba la oscuridad que habitaba en su corazón.
Con dos anillos de acero, había fortalecido la máscara, haciéndola aún más intimidante. Pero eso no era suficiente. Un hombre como él necesitaba armas. Así que robó un arma de fuego, y no tardó en usarla. La sensación del metal en sus manos, el poder que le otorgaba, lo llenaba de una satisfacción sombría. Cada bala que disparaba parecía calmar la furia que le quemaba el pecho.
Pronto, la noticia del "Enmascarado Azul" comenzó a difundirse. Los noticieros hablaban de un hombre con una máscara de color azul cobalto que sembraba el caos. Nadie sabía quién era, solo que dejaba tras de sí una estela de destrucción. La policía, sin tener pistas, solo podía esperar que el enmascarado cometiera otro acto de terror.
Una noche, Víctor decidió dar un paso más. Quería algo grande. Así que planeó su primer robo importante: un banco en pleno centro de la ciudad. Entró sin que nadie lo notara, su máscara ocultaba su rostro, y la gabardina le daba el aspecto de un espectro, imposible de identificar. Cuando llegó al objetivo, la atmósfera era tensa, pero Víctor se movía con seguridad. El robo fue ejecutado con precisión, el caos que desató fue total. Las cámaras de seguridad captaron solo una figura envuelta en la oscuridad, con la máscara azul reflejando la luz de las alarmas.
En cuanto las noticias comenzaron a hablar de él, lo nombraron "El Enmascarado Azul", un hombre que no solo robaba, sino que se había convertido en una leyenda de terror. Sabía que su próximo paso debía ser más audaz. Compró varias granadas, más armas, y se preparó para lo que vendría: una misión que lo acercaría a su venganza final.
Enterado de que la mafia que tanto daño había causado a su familia iba a reunirse en una mansión abandonada, Víctor se infiltró en el lugar con la misma frialdad con la que había hecho todo lo demás. Usó su gabardina y sombrero para pasar desapercibido entre los miembros de la mafia, como un espectador más. La mansión, en ruinas, se llenaba de conversaciones oscuras sobre poder y control. Víctor no perdió tiempo. Se quitó el sombrero y, con un movimiento rápido, colocó su máscara azul, el símbolo de su nueva vida.
El silencio precedió la destrucción. Lanzó las cinco granadas hacia el aire. No le importaba la cantidad de personas que estaban en la sala, ni los daños que causaría. Solo importaba uno: el pago por las deudas, la venganza. Las explosiones hicieron temblar los muros de la mansión. La carnicería fue inmediata. Al ver que el lugar se llenaba de humo y escombros, Víctor, con la máscara azul como su única identidad, aprovechó la confusión para atrapar al jefe de la mafia.
Lo arrastró hacia un lugar seguro, alejado de los cadáveres que se amontonaban en el suelo. El jefe, herido y desesperado, suplicó por su vida. "¡Por favor! ¡Ten piedad!" rogó entre sollozos. Pero Víctor no escuchaba. La ira que había albergado tanto tiempo se desbordó. Golpeó al jefe con toda su fuerza, cada golpe era un latigazo de dolor por su padre, por su hermano, por la deuda que le había sido impuesta.
"Esto es por la deuda… esto es por mi padre… esto es por mi hermano…" repitió en cada golpe, hasta que la vida se desvaneció de los ojos del jefe.
Cuando todo terminó, solo quedó Víctor, cubierto de sangre y con la máscara azul como su único testigo.
Editado: 01.04.2025