El hacker de Cobalto descubrió la ubicación de la familia del presidente y envió a los ninjas a secuestrarlos. Su esposa y sus tres hijos eran el objetivo, pero al llegar a la casa, los ninjas encontraron todo vacío. No había rastro de ellos.
Mientras tanto, en el búnker, el presidente despertó. Estaba atado a una silla fuertemente sujeta al suelo. Frente a él, la imponente figura de Cobalto se mantenía firme, su máscara azul cobalto reflejando la tenue luz del cuarto.
—Tú causaste este infierno —dijo Cobalto con frialdad—. Vas a pagar por lo que hiciste, sufrirás como yo y como todos los que perdieron a sus familias.
El presidente respiró hondo, su mirada reflejaba miedo, pero también algo más. No había desesperación en sus ojos, sino remordimiento.
—Escúchame —dijo con voz seria—. No era yo quien dirigía todo. Fui drogado por el general Zac. Me usaron como un peón, una herramienta para una guerra que nunca quise iniciar.
—Zac ya no está para pagar por lo que hizo —respondía Cobalto, acercándose con pasos pesados—. Pero tú sí.
—Y si te equivocas? —interrumpió el presidente—. Crees que eliminarme hará que este mundo sea mejor? Crees que Rusia es el único problema? Mira a tu alrededor, Cobalto. Los países poderosos solo buscan más poder. Estados Unidos, China, la Unión Europea... todos han cometido atrocidades. El problema no es un solo hombre, ni siquiera una sola nación. Es el mundo entero. La humanidad misma está podrida. Y tú tienes el poder para cambiarlo.
Cobalto frunció el ceño, por primera vez en mucho tiempo sintió una duda fugaz. Pero la disipó rápidamente.
—Tal vez tengas razón —admitió—, pero eso no te salva.
Lo metió en una celda sin decir una palabra más. Aún tenía mucho en qué pensar. Mientras se dirigía a su trono, su mente estaba llena de caos. Si no solo Rusia era el problema, entonces... ¿qué debía hacer realmente?
A la mañana siguiente, los ninjas reportaron que la familia del presidente no estaba en su residencia. Poco después, la alarma del búnker sonó estruendosamente. El ejército ruso había encontrado su ubicación e irrumpía con fuerza. Un ninja corrió hacia Cobalto y le susurró con urgencia:
—El presidente ha escapado.
Un destello de furia brilló en los ojos de Cobalto. Se colocó su máscara, se levantó de su trono y dio la orden:
—Todos los asesinos y cazarrecompensas, defiende el búnker. Nadie sale con vida.
Se dirigió al cuarto del hacker, solo para encontrarlo agonizando en el suelo. Con su altima fuerza, el hacker murmuró:
—Puerta norte... presidente... Vraxus.
Cobalto sintió una rabia ciega. Corrió a la puerta norte, donde vio a Vraxus ayudando al presidente a escapar.
—¡¿Qué carajos crees que estás haciendo?! —rugío Cobalto, su voz impregnada de furia.
Vraxus se giró y lo enfrentó.
—Esto no es lo correcto, Cobalto. No así.
—¿Y qué crees que es lo correcto? ¡Matar personas no es lo correcto! Pero así funciona esto. Así funciona el mundo —Cobalto avanzó hacia él.
Vraxus abrió la puerta y un helicóptero apareció, listo para evacuar al presidente. Cobalto intentó detenerlos, pero Vraxus lo golpeó, lanzándolo al suelo.
—¿Quién te crees que eres para desafiarme? —gruñó Cobalto, levantándose hábilmente y lanzándose sobre Vraxus.
El combate fue brutal. Cobalto lo apaleó con frialdad, sin piedad, sin contenerse. Vraxus cayó de rodillas, derrotado, mientras el presidente subía al helicóptero.
—¡Corre! —gritó Vraxus.
Cobalto se levantó y corrió tras el helicóptero, sujetándose del tren de aterrizaje con una fuerza descomunal, impidiendo que ascendiera.
Pero Vraxus, con sus últimas fuerzas, sacó una navaja y se la clavó en el cuello a Cobalto.
El dolor lo hizo soltar el helicóptero, que ascendió rápidamente. Cobalto tambaleó, llevó su mano al cuello ensangrentado y vio cómo el ejército irrumpía en la base, apuntándole con armas listas para disparar.
No podía ser capturado. No podía terminar así.
Con su última energía, corrió y saltó hacia el acantilado. Su figura desapareció en la profundidad, dándose por muerto.
Desde el aire, Vraxus huyó con su mochila cohete, mientras el helicóptero desaparecía en la lejanía.
Las noticias anunciaron la caída del Cobalto Enmascarado. Su reinado de terror había terminado.
Pero la guerra no. Y el fin de la humanidad estaba más cerca que nunca.
Editado: 01.04.2025