The Mirror Room: Reflexiones sobre la Identidad

Romper el molde: trampas ocultas de la identidad que silenciosamente nos moldean (y nos limitan) — 1

Hay tantas otras trampas de la identidad que un solo ensayo no alcanzaría para nombrarlas todas. Pero si tuviera que mencionar algunas, estas son las que considero más importantes.:

1. La identidad como prisión mental

Es el momento en que empezamos a convertirnos en lo que los demás piensan de nosotros. Hubo un tiempo en mi vida en que pensaba: si alguien va a juzgarme o a dudar de mí sin una razón válida, entonces más vale darles una.

Un pensamiento amargo, pero sé que no soy el único que lo ha tenido. Hoy, sin embargo, me doy cuenta de que no es la solución. No tengo una respuesta definitiva a esta situación, pero he llegado a comprender algo:
nada me obliga a cargar con las etiquetas que el mundo me impone.

Prefiero hacer preguntas, tratar de entender, antes que saltar a conclusiones—y eso me ha ayudado mucho. Porque, con frecuencia, esta prisión mental nos lleva a repetir el mismo guion interno: “Eso no es para nosotros,” “Nunca nos darán eso.”

Y, sin embargo, basta con que uno de nosotros se atreva a preguntar, a desafiar esa creencia compartida, para que la realidad empiece a tomar una forma completamente distinta.

Esa actitud fue la que me permitió encontrar trabajo donde me habían dicho que era imposible. Y hasta hoy sigue abriéndome puertas. Ahora disfruto de privilegios que alguna vez me aseguraron estaban fuera del alcance de personas “como yo”—todo porque me negué a aceptar la sentencia dictada por el equipo, y en cambio elegí hacerme una pregunta sencilla.

2. La obsesión con la coherencia

A menudo escucho a la gente quejarse constantemente de cuánto cambian las cosas en su vida. Y, sin embargo, vivimos en un mundo de cambio perpetuo. Aunque para algunos eso pueda resultar triste en ciertos aspectos, debemos aceptar que los valores también cambian: el respeto ya no es exactamente lo que solía ser, ni el amor, ni los derechos humanos, ni las condiciones laborales, ni nuestros artistas, ni siquiera nuestras creencias.

Querer mantenerse fiel a uno mismo es admirable—requiere principios sólidos y una base interior firme—pero también creo que es crucial reconocer cuándo es momento de adaptarse, cuándo una creencia o un valor se ha convertido más en una carga que en un apoyo.

Hubo un tiempo en que la sociedad condicionaba a las mujeres a quedarse en casa, criar a los hijos y servir a sus esposos. En algunos países, las mujeres no podían trabajar ni siquiera poseer algo sin el permiso de su marido—ni una cuenta bancaria. Pero hoy, las cosas han cambiado. Las mujeres disfrutan ahora de mayor libertad y, en mi opinión, eso es un paso adelante justo, necesario y legítimo.
Bueno… en su mayor parte.

Aun así, algunos hombres siguen quejándose de esa libertad. Algunos incluso llegan a reducir el valor de una mujer al de un ama de casa, como si el mundo no hubiera avanzado en cien años.

No estoy aquí para juzgar a nadie—ese no es el punto. Lo único que quiero decir es esto: para vivir en paz con uno mismo, a veces hay que ser como un líquido—flexible, adaptable—capaz de tomar la forma del recipiente sin perder la propia naturaleza.

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Mensaje central:

A menudo somos moldeados por las etiquetas que otros nos colocan, pero no tenemos por qué aceptarlas como verdad. La identidad se convierte en una trampa cuando se construye sobre las expectativas ajenas o sobre nuestro propio miedo a la incoherencia.
El verdadero crecimiento nace de cuestionar esas etiquetas, de mantenernos flexibles y de permitirnos evolucionar más allá de los roles que nos fueron dados—o que alguna vez elegimos para sobrevivir.

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Sigamos caminando por este sendero—esta vez a través de las trampas de la identidad.

Si algo de lo escrito resonó contigo, aquí tienes algunas preguntas para llevar contigo:

¿Alguna vez te descubriste viviendo según el juicio de otra persona—cargando con una etiqueta que no elegiste? ¿Cómo se sentiría soltarla en silencio?

¿Hay alguna creencia o valor al que te hayas aferrado y que ya no acompañe a la persona en la que te estás convirtiendo? ¿Qué podría cambiar si le permitieras evolucionar?

¿En qué área de tu vida sigues intentando “mantener la coherencia” cuando tal vez ya superaste a la versión de ti que estableció esa regla?

Si deseas compartirlo, deja un comentario—quizá alguien necesite leerlo—o mándame un mensaje directo. Estaré encantado de escucharte y responderte.

Nos vemos la próxima semana con otras trampas de la identidad.

Con afecto,
The Mirror Room — Primera Edición




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