The Ocean Warrior

Capítulo uno: El amuleto de Goliath.

El Garden Universe, una pequeña chispa en el extenso manto estrellado, mejor conocido como “galaxia” esconde muchos relatos curiosos para la sociedad que lo conforma. Aunque en su mayoría negativos para la gente que los protagoniza, el heroísmo ha formado parte de cada uno de ellos; no importaba la guerra, ni el conflicto, ni la amenaza proveniente, ninguno de los sucesos históricos de este universo se salvaba de tener mínimo a un héroe, quien, con su valía, clara determinación y en contra de su voluntad, lucharía en contra de los injustos.

No obstante, había guerras que ni el más valiente podría ganar, dejando consigo un rastro de destrucción, desesperanza y, sobre todo, eterno conflicto. Los antiguos profetas destacaban la no tan conocida: “separación de los trillizos” como el ejemplo perfecto de longevidad en la guerra.

Los diversos mundos aquí son crueles con los soberbios que desean cargar su peso en contra de su espalda, sin importarles quienes son. ¿Eres un héroe deseando expiar sus pecados? O, tal vez, ¿Eres un villano redimido? Eso no importa, la realidad choca tan fuerte como tus pies sobre el pavimento, no existe un verdadero Atlas aquí.

Al menos, eso creí yo. Pacha, proveniente del Hawa Pacha, un héroe que deseó comer el sol y quedó sin boca. Puedo afirmarte, honorable viajero, que héroes sobran, pero escaseamos en personas. Gente con miedos, errores, cobardes, obligados a convertirse en quienes no desean para ser lo que su mundo necesita: un salvador.

Es por ello, que hoy voy a narrar el suceso histórico que hizo reflexionar a muchos, inspirado a contables guerreros y entretuvo a millones de peregrinos. En este preciso momento, tú, valioso mochilero descubrirás la historia del gran guerrero del océano.

Al norte de Sylquenia, un país del primer mundo, existe una provincia olvidada por la modernización: Ondavera. Con tecnología inferior comparada a la capital y ayuda limitada a la localidad, es un pueblo que goza de bellezas escondidas para el resto de su estado.

Presumiendo de cuatro playas hermosas en sus respectivas ubicaciones cardinales y el típico bosque a orillas del océano como era costumbre de todo el país, Ondavera ocultaba el tesoro más poderoso conocido exclusivamente solo por los videntes.

El bosque disfrutaba de un soleado día de primavera, donde los disturbios de ruedas apresuradas y jadeos frecuentes dificultaban su tranquilidad para vivir una desventura desenfrenada.

—Oye, Max—llamó un caucásico de cabello castaño claro, destacando por su cansancio y escaso esfuerzo físico— ¿No deberíamos ir más lento? Esto es demasiado, incluso para nosotros.

El trigueño que lo acompañaba le miró con determinación.

—No hay tiempo, Brown. Los demás llegarán en menos de diez minutos a la playa—su voz reflejaba una falsa seguridad. Disimulaba el temor interno por haber cometido un error en el día que detallaba como “importante”.

Los obstáculos del enojado bosque no eran suficientes para que él, totalmente testarudo, y su compañero, extremadamente flojo, fracasaran en su misión.

—Debemos llegar antes que ellos—agregó Max con determinación.

Con sus jadeos intensificados y dificultad para sincronizar movimientos con su mejor amigo, el castaño no tuvo mejor idea que entretenerse con las emociones de su colega, creía que eso borraría el cansancio dibujado en su rostro.

—Y pensar que hacemos esto por la oxigenada de pecas—se quejó, esbozando una burlona sonrisa.

El viento apoyó en sus plegarias al bosque, soplando fuerte para ahuyentar a los pueblerinos, sin embargo, las palabras de Brown se pegaron sobre el viento ocasionando mayor resonancia en la cabeza del trigueño.

Como si fuera una computadora, su mente empezó a desglosar todas las imágenes mentales que Max tenia sobre la rubia, su bella sonrisa, su brillante cabello o lo destacable por excelencia: sus hermosas pecas, cada ángulo de ella era de admirar para él. El rubor apareció en sus mejillas, que pecosas, ocultaban su vergüenza. Sus pies pedalearon más rápido, deseando huir de las burlas.

—Uy, el niño se emocionó—agregó su mejor amigo, entretenido por la reacción de él.

—¡No hacemos esto por Sara! ¡Lo hacemos para evitar otro reporte por tardanza! —se defendió, tartamudo por la vergüenza, pero se defendió.

Una risa sarcástica sobresalió del castaño al no ser tan crédulo. Ambos sabían bien que Brown decía la verdad, sin embargo, Max siempre lo iba a negar. El destino era cruel, desde pequeño deseó acercarse a ella, la conoce, la ha visto desde que se mudó a ese pueblo y ha querido hablarle desde entonces, no obstante, él es su peor enemigo.

No importaba cuantas veces había hecho grupo con ella, ni cuantas veces se sentará a su lado, Max era mudo al estar cerca; sentía como su lengua se dormía, su presión arterial se volvía inexistente y su cerebro se apagaba.

Nunca entendió que le vio a esa chica, tal vez fueron sus ojos, esos azulinos orbes que competían con el océano por su belleza o tal vez fue su sonrisa, blanca como las nubes, cegaba a quien tuviera al frente, sin embargo, lo más probable es que fuera su actitud; resistente como el acero, agresiva como las espinas de una rosa y cálida como el sol en primavera cautivaba cada vez más su corazón.

—Claro, sigue diciendo eso, pronto me lo creeré…tal vez—replicó el castaño.

Con esa faceta burlona disimulaba la preocupación de no quedar a la par con su mejor amigo, él lo sabia bien, Brown jamás fue el mas atlético, ni siquiera iba a las clases de educación física. Su capacidad es tan deplorable que existen rumores sobre una carrera que tuvo contra un anciano con bastón…el viejo ganó.

Las palabras de él le caían como apuñaladas en el estomago a Max, quien sentía todos sus nervios concentrados en su barriga. Su cerebro no se apagaba, mostrándole una y otra vez los deseos que tenia de hablarle a esa chica, atormentando su nervioso corazón.




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