The Ocean Warrior

Capítulo ocho: Promesa inevitable.

En el lienzo blanco que dictamina nuestro destino, el pasado es la pluma que escribe las bases para lo que será el futuro, positivo o negativo, no importa, el pasado, quieran o no, nos hace las personas que somos en el presente. Esa es la estructura para crear al ser humano que somos, algunos llenos de bondad y otros, por desgracia, negativos y llenos de rencor por un suceso que marcó sus vidas por completo.

Hace mucho tiempo atrás, en una época donde la vida era mejor, sin preocupaciones, sin problemas, solo una madre amorosa con su pequeño hijo y su esposo trabajador, un día cualquiera donde ya era hora de dormir.

—Descansa, Maxi—Elly tapó a su hijo, cerrando el libro que leyó.

—Buenas noches, mami— el pequeño Max cerró sus ojos.

La morena se levantó, dejando descansar a su bebé. Era tranquilizante como un acto tan puro como el amor de una madre y un cuento podría dormir a un infante. Ella bajó, dirigiéndose hacia su habitación para dormir con su esposo.

Lamentablemente, la paz nunca es eterna. A altas horas de la noche, el pequeño Max abrió sus ojos por un escándalo que se oía en el primer piso. Gritos de su madre, golpes contra las paredes, truenos que alimentaban más su miedo, la noche lluviosa era su más grande enemiga.

Sosteniendo su manta, el niño bajó lento, temeroso de saber que pasaba. Abrió su puerta y caminó lento hasta las escaleras, donde soltó la prenda al observar el disturbio, ignorante de lo que sucedía, quedó nervioso por lo desconocido.

—¡No!¡No irás arriba! —Gritó Elly en el primer piso.

—¿M-mami?

La mujer se dio cuenta que su hijo estaba arriba de ellos, forcejeando al sujetar a alguien desde atrás.

—¡Max, escóndete! —

—Pero bueno, no fue la gran cosa, fue un viaje tranquilo y mamá lo disfrutó mucho—habló Sara con nostalgia.

Max quedó absorto de todo, su mente se enfocaba en ese recuerdo que intentaba no olvidar. Era tétrico, le daba nervios recordar un trauma, pero fue el inicio de su promesa.

—En fin, ¿tú alguna vez viajaste con tu mamá? —preguntó ella, volteando a ver a su amigo— ¿Max? ¿Te encuentras bien?

Sin embargo, el trigueño no respondía. Su cabeza estaba en un viaje de recuerdos que le daba una gran presión el pecho.

La pecosa, alarmada de ver a su compañero tan ido, decidió darle un pequeño empujón en el hombro para que reaccione.

—¿Uh? ¿Qué pasó? ¿Dónde estamos? —reaccionó el elegido, mirando a todos lados.

—El parque Pearl, venimos aquí desde hace dos semanas, amigo. ¿Estás bien? —preguntó ella con preocupación.

—Ah, sí, sí, solo me perdí—Max tocó su frente, soltando un bostezo—. Perdón por no escucharte bien, Sara.

—No importa, igual no era nada relevante—Sara sonrió leve al verlo bostezar—. ¿Aún no te acostumbras a levantarte temprano?

—No, me duermo tarde y me despiertas temprano—volvió a bostezar—. Aunque me acostumbraré pronto, espero.

—Si te quedas jugando con Thun hasta tarde, no me sorprende—la pecosa volteó a verlo—. Te envidio, me gustaría quedarme hasta tarde con ustedes.

—Podrías hablar con tu padre sobre eso—el trigueño se acostó en el césped.

—No lo entendería, es muy cerrado—respondió, viéndole con calma.

—Que pesado—el elegido suspiró.

—Ya sé, aun así, lo quiero, es lo único que me queda.

—A parte de tus nuevos amigos—mencionó, desviando la mirada.

Un ligero sonrojo apareció en ambos pecosos, ella sonrió feliz de ser incluida por él y su mejor amigo.

—¿Sabes, Max? Fuera de Aquarion, me alegra tenerlos de amigos.

—No te preocupes, lamento haberte metido en esto, Sara.

—No fue tu culpa, solo fue parte del destino—se encogió de hombros—. Si te soy sincera, me gusta formar parte de esto.

—Si te creo, sé que estabas emocionada por ser una espadachina.

—No, no por eso. Si no, por ayudarte—la rubia desvió la mirada.

—¿Ayudarme?

—Sí, lo de Aquarion me pareció aterrador desde el inicio, pero con las muchas exigencias que te dan y el hecho de que no puedas escapar de esta responsabilidad hasta que mueras, me sentí preocupada por tu salud, sobre todo la mental.

Max bajó la mirada, la juzgó mal desde un principio. Desearía creer que a ella le importaba él, no obstante, sus inseguridades envenenaban su mente creyendo que lo hacía por lástima.

—No lo digo como si sintiera lástima por ti—aclaró ella, sabiendo perfectamente que su amigo se culparía—. Solo quería mostrarte mi apoyo y respeto, hacen mucho más de lo que cualquier humano hizo en toda su vida. Es necesario que tengas gente que te apoye incondicionalmente.

—Sí, supongo que sí—el pecoso desvió la mirada, ocultando la impresión por lo que dijo.

Era extraño como pudo saber lo que pensaba, tal vez era muy predecible...¿Entonces sabe que le gusta? ¿¡Ya lo sospecha!? Pensar en ello le generó una respiración más acelerada.

—En fin, ¿Has logrado escribir la carta?

— ¿Carta? —preguntó el trigueño—¿Cuál carta?

—La carta que debiste escribir hace dos semanas cuando nos atacó esa bestia extraña de viento, ¿Has intentado hacerlo?

— Ah, esa carta.

Max se estiró sin querer hablar del tema, Sara le miró con preocupación. Su expresión tan cálida y comprensiva hacia alguien que desviaba sus responsabilidades solo generó más nervios en él.

—Sabes que eso te ayudará, ¿verdad?

—Sí, eso creo.

— Y, ¿Por qué no lo haces, Maxi?

—No lo sé, creo que me es dif- ¿¡Me dijiste Maxi!?

El elegido se levantó de golpe, apretando el césped en ambas manos. Su rostro se ruborizó totalmente, no podía creer que le dijera el mismo apodo que le decía su madre.

—Sí, perdón. Creo que fui muy confianzuda—Sara desvió la mirada con nervios.

El pecoso quedó callado, su rostro ardía como el infierno de la vergüenza. Ella se dio cuenta de eso, sintiendo su rostro ruborizarse demasiado, tal vez no era el momento para lanzar ese apodo tan confianzudo.




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