The Ocean Warrior

Capítulo nueve: Visita alienigena.

La luna, el satélite natural de la tierra, oculta muchos misterios, nacido millones de años atrás, algunos lo conocen como “El ojo de Dios”, quien, según paranoicos, nos observa cada instante con el fin de condenar a nuestra gente. Muchos humanos olvidaron esas conspiraciones con el pasar del tiempo, no obstante, los pueblerinos de Pearl aún tienen tatuado eso en mente.

Extrañamente, muchos concuerdan con esa teoría, no les gusta ver la luna llena porque lo asemejan con una pupila, una extraña y gigante pupila que refleja directamente hacia su mar, las olas que se mueven agresivas sobre la luna llena, los susurros que —según ellos— se escuchan sobre el viento, sin embargo, son conspiraciones falsas, hay un Dios, pero aquel, es tan omnisciente que no necesita de un satélite para observar a todos.

Aún así, es acertado aclarar que la luna es el guía del océano, de las olas, de los movimientos del mar y como tal, de la magia, los gladiadores, los magos y así mismo, del elegido.

Dos semanas más pasaron en la vida del elegido, quien, mediante los entrenamientos, las charlas con sus amigos y la escuela, había olvidado por completo el tema de matar a sus enemigos, no obstante, hay algo que ni siquiera él puede despejar, esa pensión, la responsabilidad que recaía sobre sus hombros, el deber de defender a su gente y el líder de aquel memorándum era su cerebro.

—¡Max!

—Maxwell, hijo, por favor, escúchame.

El sonido colosal de un disparo retumbó en la cabeza del pecoso, moviéndose inquieto por la pesadilla. Todo pasaba tan rápido, sentía como su mente recordaba toda su vida en cuestión de segundos.

Su corazón empezó a acelerarse, el sonido de la bala se repitió, ese disparo, las consecuencias, la misma escena, todo eso pasó por su mente hasta que…

—¡AHG! —de un grito se levantó, sosteniendo con fuerza sus sabanas.

Los jadeos pesados sobresalieron de la boca del elegido, mirando como su cuarto extrañamente estaba azul.

Quedó confundido, con sus extremidades temblando y el corazón a mil por hora. Él se levantó, mirando hacia su ventana con confusión. El cielo que debería ser negro, estaba azul, un azul oscuro, la diferencia no era tan obvia, pero estaba ahí.

Un mal presentimiento recorrió su cabeza, saliendo de su habitación para dirigirse hacia la de su padre, solo para descubrir que él no estaba en su cama.

El miedo recorrió el cuerpo del trigueño, saliendo rápidamente de la habitación de su padre para correr hacia las escaleras en búsqueda de su progenitor, su mente le daba todas las posibilidades donde el hechicero del viento lo tomó de rehén, tal vez le hizo daño o peor, lo mató. Cada segundo que pasaba era un tormento, donde el pecoso traspiraba en su pijama con temor de no ver a su padre otra vez

No fue hasta que bajó y se dirigió a la puerta de la entrada, donde escuchó un paso que le hizo voltear rápidamente a ver.

—¿Qué? —el pecoso se volteó, cerrando su puño para defenderse hasta percatarse de quien era.

—¿Maxwell? ¿A dónde vas a esta hora? —preguntó Bruce, saliendo de la cocina.

—Iba a buscarte, creí que no estabas en casa—respondió, viendo aliviado a su padre.

—Son las cuatro de la mañana, hijo. ¿A dónde iría a esta hora?

—No estabas en tu habitación, me preocupé, es todo.

A Bruce le aliviaba que su hijo se preocupara por él, por más que era su padre, siempre ha tenido ese profundo miedo de que su hijo no sintiera ni lastima por él. Por una parte, le creía, no obstante, viejas experiencias del pasado le hacían dudar sobre la veracidad de sus palabras.

—¿Qué haces despierto a esta hora?

—Tuve una pesadilla, papá—confesó, separándose de la puerta—. ¿Y tú?

—Es fin de mes, el cierre contable de la empresa.

—Ah, ¿Sigues con las cuentas y esas cosas? Deberías avanzar por la mañana.

—Ya casi acabo igual—Bruce se dirigió hacia el sillón, cerrando la laptop que estaba al lado—. Dime, ¿Con qué sueñas?

—¿Eh? No, con nada—el pecoso se dirigió hacia la cocina.

—Si es una pesadilla, debe de ser importante.

—Créeme, no es importante—insistió, sirviéndose un vaso de agua.

—Vamos, Maxwell, puedes contarme—el mayor bajó la mirada, le daba inseguridad que su hijo no quisiera hablar con él.

Max tomó el agua, dirigiéndose hacia la sala para sentarse al frente de él.

—¿Recuerdas cuando alguien se metió a la casa?

Bruce quedó sorprendido al enterarse que su hijo aún se acordaba de eso, asintiendo con preocupación.

—Llevo soñando con eso un tiempo, no se porqué.

—Fue algo traumático, hijo. Es común que tus pesadillas tengan que ver con eso.

—Papá, ¿Tú alguna vez le has hecho daño a alguien?

La pregunta le dejó helado, sintiendo sus manos temblar ligeramente. Su hijo le veía inseguro, con la necesidad de un refugio, de que alguien le entendería. Desearía ser esa persona, daría lo que fuera por ser quien entiende a su pequeño, sin embargo, el tiempo perdido, las peleas, el luto y el trabajo eran una muralla que él no podía escalar.

Con gran pavor y arrepentimiento sobre sus decisiones pasadas, prefirió ser sincero hacia su hijo.

—Sí, he lastimado a algunas personas.

—Y si mamá te hubiera pedido no lastimar a nadie sin importar quien sea, ¿Lo hubieras cumplido?

Una estaca se clavó directo en su corazón al escuchar hablar a su hijo, era un castigo moral por sus anteriores acciones, un recuerdo del destino de que tanto tus malas como buenas acciones nunca pueden ser olvidadas.

—Una vez fui alguien malo, hijo, y me duele decirlo, pero lastimé a mucha gente—confesó con la mirada baja—. Tu madre fue la razón por la que decidí ser una mejor persona.

Max oía a su padre con atención, su corazón le pedía a gritos darle unas palabras de apoyo, no obstante, ni siquiera era capaz de mirarlo a los ojos, después de tantos años ausente, ¿Cómo podría decirle algo? Ni siquiera se trataba de ganas, si no, de como hacerlo. Nadie le enseñó nunca a consolar a los demás, siempre vio a su padre centrado en su trabajo, lo familiariza con un hombre serio sin sentimientos, sin la necesidad de ver a su hijo; con esa imagen de él, ¿Qué se le podría decir para que se sienta mejor?




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